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"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera


Atletismo / Deportes

Mo Farah y nadie más

por el 10 agosto, 2013 • 20:27

REUTERS_Dylan Martinez

Mo Farah (Mogadiscio, 1983) cumplió los pronósticos y se impuso en la final de los 10.000 metros del Mundial de Moscú con un tiempo de 27:21.71. El atleta británico controló la carrera en todo momento, permitiéndose el lujo de visionar las primeras vueltas desde el último puesto y a la hora de la verdad acelerar lo suficiente para hacer imposible cualquier gesta rival. El etíope Ibrahim Jeilán, el hombre que truncara su doblete hace dos años en Daegu, fue segundo y el keniano Paul Kipngetich, tercero. Mo Farah se convirtió así en el segundo europeo en ganar los 10.000 metros en un mundial desde el italiano Alberto Cova en Helsinki’83 y segundo oro de un atleta nacido en Somalia tras el conseguido por Abdi Bile en los 1.500 metros en 1987.

Mo Farah llega al entrenamiento vestido con una camiseta del Arsenal, equipo del que se declara hincha acérrimo: “Siempre fui un apasionado del fútbol y del atletismo. Si me hubiera decantado por el fútbol, podría haber jugado con ellos”. Es entonces cuando uno se imagina al espigado atleta haciendo series de velocidad en el Emirates Stadium con Theo Walcott u Oxlade Chamberlain, recibiendo un pase en profundidad de Jack Wilshere e instrucciones en la banda de Arsène Wenger. Afortunadamente para los amantes del atletismo, Farah eligió el tartán. Nacido en Mogadiscio, donde su padre, de vacaciones, conoció a su madre, Farah pronto se mudó a Yibuti, donde pasó su infancia y empezó a correr y practicar el fútbol como distracciones principales. Mo y su madre abandonaron África cuando él solo tenía 8 años de edad para acudir al encuentro paternal y alojarse en una comunidad somalí de West London. El drástico cambio afectó a Farah, que tuvo en el idioma a su principal enemigo: “Recuerdo intentar comunicarme con la gente y no saber como. Era muy frustrante. Solo sabía decir ‘excuse me’ y ‘where is the toilet?”. Mo Farah pronto se aficionó al atletismo, y sus profesores del Feltham Community College se dieron cuenta de las características naturales del chaval. Delgado, estilizado, piernas larguísimas, grácil, pronto evidenció su preferencia por las distancias largas, participando con 12 años en su primer campeonato de cross, finalizando noveno. En los tres años siguientes, Farah, estimulado por su bautismo de fuego, llegó a ganar cinco campeonatos de campo a través.

Su primer gran triunfo fue en los 5.000 metros en el Campeonato de Europa Júnior celebrado en Grosetto (Italia) en el 2001. Con 18 años, Farah comenzaba a proyectar su nombre internacionalmente. Cuatro años después, y por iniciativa de su agente, Mo se unió a un plan de entrenamiento con un grupo de kenianos que tenían como sede el suburbio londinense de Teddington. “Dormían, comían y entrenaban”, admitió Farah, que en 2006 consiguió la medalla de plata en los 5.000 metros de los campeonato europeos de Gotemburgo y dos años más tarde quedó eliminado en las series de los cinco kilómetros en los Juegos Olímpicos de Pekín. Tras el fiasco olímpico, la carrera de Farah se mantuvo latente con cierta tendencia descendente hasta que volvió a resurgir en el 2010, coronándose campeón de Europa en 5.000, donde ganó a Jesús España al sprint, y en los 10.000 metros. Con todos los buenos presagios acerca de una figura que parecía mejorar con los años, el principal giro en la carrera de Mo Farah se produjo en el 2011, cuando se trasladó a Oregón (Estados Unidos) para entrenar a las órdenes del prestigioso Alberto Salazar, exmaratoniano estadounidense, en el Nike Oregon Project. Farah se unía así a Galen Rupp, discípulo de Salazar, que en un principio no vio con muy buenos ojos la llegada del británico a lo que consideraba su hogar.

Bajo la disciplina del entrenador norteamericano, Mo Farah aumentó la intensidad de sus entrenamientos hasta el punto de correr casi 200 kilómetros semanales y hacer especial hincapié a las series de velocidad, muy importantes para dar el último empujón en las pruebas de larga distancia, la forma de sacar el último cambio para dejar atrás a los rivales. Mo realizaba series de 100 y 200 metros, en condiciones de altura y a nivel del mar, de modo que estuviera preparado para cualquier eventualidad. Fue ese año cuando Farah batió todos sus registros personales consiguiendo el récord de Europa en 5.000 (12:53.11) y el británico en 10.000 (26:46.57). La primera gran competición que afrontó tras el cambio fue el Mundial de Daegu 2011, donde consiguió el oro en los 5.000 metros, convirtiéndose en el primer británico que lograba tal hazaña. En el 10.000 sucumbió al sprint ante el etíope Ibrahim Jeilan. En el horizonte ya se veían nítidos los Juegos Olímpicos de Londres, la gran reválida para Farah, la hora de demostrar su categoría ante el público de su casa y ante los ojos del mundo.

Decía Muhammad Ali, uno de los ídolos de Mo Farah: “La lucha se gana o se pierde cuando no hay testigos, detrás de las líneas, en el gimnasio o en la calle, lejos de las luces bajo las que bailamos”. El atleta británico se tomó las palabras del púgil al pie de la letra y en el año olímpico decidió entrenarse en el corazón del deporte de fondo, en el campo de entrenamiento de Great Rift Valley, en Kenia. El campamento base se estableció en Iten, pequeña ciudad a 200 kilómetros de la capital, Nairobi. El elemento arquitectónico más destacable del lugar es el arco que da la bienvenida en la entrada a la urbe, con una leyenda clara Bienvenidos a Iten, casa de campeones. Pistas de polvo rojo, en altura, con bajos niveles de oxígeno que obligaban al cuerpo humano a incrementar el esfuerzo y el número de glóbulos rojos eran el pan de cada día para todo atleta que osara ingresar en las calderas del atletismo africano y, por ende, prepararse para asaltar la gloria mundial. La vida allí era poco menos que la de un asceta. “En mi habitación había una cama, sin televisión. Me levantaba e iba a correr. Luego gimnasio. Comíamos y vuelta al polvo rojo, cena y a la cama. Ni íbamos a dar una vuelta ni a tomar un café. Comer, dormir y correr era mi vida”, declaró Farah, que dejó a su familia en Londres durante todo ese tiempo.

Los esfuerzos obtuvieron recompensa y Mo Farah se convirtió en uno de los reyes de los Juegos tras imponerse tanto en los 5.000 (13:41.66) como en los 10.000 metros (27:30.42), acabando con la dinastía africana y alcanzando el título de héroe nacional con la icónica imagen de un corazón dibujado por sus brazos en cada victoria. Ambas carreras se decidieron en la última vuelta, justo lo que Farah quería y donde pudo evidenciar su considerable mejora en velocidad punta. En este año 2013, el británico ha vuelto a mostrarse implacable ante sus rivales, consiguiendo imponerse a los etíopes y principales adversarios Alamirew y Gebrhiwet en distintas reuniones, destacando la de Birmingham, en la que Farah corrió el último kilómetro del 5.000 en 2:22.70, récord absoluto de la prueba. Hace menos de un mes, en Mónaco, Mo volvió a dejar muestra de su poderío consiguiendo batir el récord de Europa de 1.500 metros, en posesión de Fermín Cacho desde hacía 16 años. Farah paró el cronómetro en 3:28.81, catorce centésimas mejor que la marca del soriano. Obviamente, también batió el récord británico de la especialidad, en manos de Steve Cram desde el 16 de julio de 1985.

Semejante repertorio ha convertido a Mo Farah en uno de los atletas más en forma del circuito atlético mundial y en uno de los rivales a batir en estos mundiales de Moscú. De momento ya ha mostrado su hegemonía en los 10.000 metros, en los que pareció incluso guardarse un as en la manga. Con 30 años, Farah vive una segunda juventud, a golpe de martillo, por los tartanes del mundo. Veremos si en los 5.000 metros vuelve a refrendar su leyenda y a brindarnos otro triunfo con forma de corazón.

* Sergio Pinto es periodista.


– Foto: Dylan Martinez (Reuters)




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