Perarnau Magazine

"En la sociedad de la prisa, el que camina despacio camina solo". Josep Cunill


Frederic Porta / Firmas

E-pistolario: Despacho de agencia

por el 1 enero, 2014 • 20:43

magu

Querido amigo:

Vayan por delante mis mejores deseos de un fantástico 2014. Extensibles a cuantos confraternizan en tu web desde la complicidad y el positivismo. Me temo, Martí, que ahí acaban las novedades, provocadas por el imperativo calendario. El resto, viejo, lo de siempre, lo desgraciadamente acostumbrado. Aún me ronda por la cabeza el funeral de Mandela y hasta hoy no hubo momento de comentártelo. Signo de los tiempos; despedimos a un gran hombre para que solo queden dos anécdotas superficiales, dos memeces de epidermis: el intérprete presuntamente psicótico y el selfie de Obama con la primera ministra danesa. Ya está, asunto despachado para consumo inmediato, trivial, fresco, del personal y a otra cosa, mariposa. Nadie recordará una sola frase de homenaje al que, de repente, todo el mundo dio por llamar Madiba desde una familiaridad cuando menos chocante, poco acorde con el respeto que debería generar tan gigantesca figura.

Aún no me había quitado este signo de los tiempos del sistema cuando llega la necrológica por José María Maguregui Ibargutxi, despacho de agencia que la inmensa mayoría de medios solucionó con el tradicional corta y pega, sin meterle el amor, el rigor que hay que echarle a este género del periodismo también en fase terminal. La necrológica se trabaja bien, con perspectiva, o no se hace, oiga. Y los americanos son maestros en la materia. Antes de la vorágine, de que cayeran cabeceras como moscas, se decía que el observador de criterio, el enciclopédico en cultura general, el escritor frustrado lideraba la sección de despedidas para arrancarse con faenas de postín así le trajeran al finado aún caliente. Sin necesidad de hagiografías, conste, de otorgarle falsos milagros y prodigios, solo cosiendo el recorrido vital a puntadas de buen hilo. Basta con ser fiel a su legado, a su trabajo, honrarle en la despedida y situar a quienes deseen saber más y mejor sobre una figura que, normalmente, ha desaparecido de portadas y papeles mientras afronta el ocaso de su vida. Bueno, Martí, Google se ha cargado aquello otrora tan valorado de la cultura general y en cambio, debería contribuir a obituarios redondos, afinados, de lujo. Al pobre Magu me lo despacharon con un despacho de agencia que era la perpetración del enésimo disparate en que hemos convertido este santo oficio. Decía el titular, y lo repitieron todos como cotorras, que había sido el inventor de la táctica del autobús, hala, santas Pascuas. No me fastidies…

José María Maguregui era una de esas muestras claras de lo que el fútbol profesional puede hacer por ti si nunca renuncias al espíritu del joven futbolista que fuiste. En cierta manera, era un Peter Pan al que pagaban espléndidamente por desempeñar la labor que realizaría, seguro, sin cobrar un triste duro, un privilegiado consciente de su suerte, dispuesto a sacar tajada de su estupendo destino. Lo del autobús, o lo aclaro o reviento, venía a cuento de sus años en el Español, cuando el club aún vivía en Sarriá y los periquitos no habían dejado aún de ser una gran familia curada a base del linimento extendido con amor por Pepe Guijarro. A Maguregui, especialista como entrenador en salvar plantillas mediocres del descenso, le habían puesto cuatro cañas a su servicio y el hombre, de trato afable, cariñoso, próximo y con finísimo sentido del humor, inventó lo del autobús como parábola de modestia, de lo poco que pueden soñar ciertas plantillas cuando se enfrentan a su cruda realidad. Por tanto, ante la escasez de talento, no quedaba otro remedio que taparse bien atrás y esperar a que sonara alguna flauta delante. Ni era un prodigioso inventor del cerrojo tipo Benito Díaz ni se le puede considerar discípulo aventajado del catenaccio. En todo caso, técnico rebosante de sentido común.

Hace, eso, pues, tres décadas, Sarriá era como andar Perico por su casa. Desayunabas ración de callos en el garito de enfrente antes de seguir el entrenamiento, preguntabas a Magu por la alineación del domingo en un cuartito que hacía las veces de despacho y cambiador y la relación entre profesionales y canallesca partía de mandamientos no escritos aunque tajantes. No defraudes la confianza que te damos, simplemente. No te pases, no nos quieras mal buscando gloria efímera. En esa comunión de lealtades nada explícitas, algún memo la lió el día que entró en ese habitáculo y vio que al cocodrilo disecado de reducidas dimensiones que coronaba el armario le habían colocado el cartelito de Vilches, apellido de un centrocampista organizador bastante volátil en juego y carácter. Magu hizo la broma y alguien cruzó la delgada línea traicionando la confianza. Nadie supo preguntar, ni entonces ni hoy, qué demonios pintaba un proyecto de saurio hecho mojama en pleno campo de fútbol, pero el caso es que el burro tuvo su exclusiva, ya ves, y los demás sentimos profundamente el jaleo causado a hombre de tan buena fe, noble y recio, seco de una pierna que no podía doblar por secuelas derivadas de su excelente, por no decir abiertamente extraordinaria, trayectoria como jugador.

Porque Maguregui, ese Maguregui precisamente, había formado una línea media de ensueño en el Athletic Club con Mauricio Ugartemendia, Mauri, a lo largo de los cincuenta y ganó la última liga de los rojiblancos hasta la llegada de Clemente allá por el 55-56. Mauri-Maguregui, de pie, sombreros fuera. Ya no estaban delante, por supuesto, Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y solo sobrevivía Gaínza, el Piru en el extremo izquierdo dentro de ese once que ahora pesaba un montón atrás gracias a gente como Carmelo Cedrún –el hombre que convirtió a Lezama en suplente, proeza merecedora de algún biopic bien rodado–, el eterno lateral Orúe, el sobrio Chus Garay o Canito, Etura, Artetxe, Marcaida, Arieta, Uribe… Es el equipo histórico de los once aldeanos que delinea Ferdinand Daucik tras abandonar el Barça de las Cinco Copas, once casi de carrerilla al que deberían aún rezar los aspirantes a buenos aficionados bilbaínos antes de pedir al ángel de la guarda que les mantenga libres de todo mal y derrota. Maguregui era fundamental en ese engranaje, llegó a internacional, rindió ejemplarmente a lo largo de nueve campañas y más de 200 partidos antes de hacer maletas y largarse al sur, al Sevilla, donde permaneció dos temporadas antes del definitivo canto del cisne, ya amargado por las rodillas, precisamente al servicio del Español, donde llegaría a coincidir con Laci Kubala como los grandes veteranos de un grupo ciertamente joven e inexperto. Magu no había cumplido todavía los 30.

De inmediato, como si la solución de continuidad llegara de manera natural, Maguregui se decidió por el banquillo, por entrenar, y logró algunos éxitos de ascenso, de salvación, de pies colocados firmemente sobre la tierra de los modestos, fuera en Almería, en el Racing o en el mismo Español. Siempre pendiente de agradar, siempre enamorado de su esposa, Menchu, a la que citaba constantemente en las conversaciones como matriarca de rompe y rasga, seguro que mucho menos temible de lo presentado en caricatura. Maguregui fue una constante, un denominador común, protagonista del fútbol español durante treinta largos, provechosos, fecundos años, al que no se puede despachar con la simple, reduccionista, estúpida etiqueta del autobús. Entre los buenos propósitos del nuevo año, tal vez deberíamos, Martí, renovar votos e ilusiones dedicados a la causa perdida, esa recuperación de la memoria histórica del fútbol español por la que nadie, evidentemente, está y aboga. Y así se perpetran obituarios sesgados, huecos, arbitrarios y tan parciales como el dedicado en general al gran Magu, al exquisito centrocampista vasco, al posibilista entrenador. Por cierto, si no voy errado y perdóname, le adjudicaría la paternidad del celebrado concepto tiki taka, que él empleaba como sinónimo de jugar a un toque, del toco y me voy. Mejor esa especie de onomatopeya curiosa que el dichoso bus, si nos ponemos a reducir.

Bueno, y a ver si reemprendemos de una vez la liga, no sea que nos apuntemos a la Premier por vigencia navideña y carencia propia. Lo mejor, Martí, un abrazo.

Poblenou, 2014

 * Frederic Porta es periodista y escritor.




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