Perarnau Magazine

"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer


Frederic Porta / Firmas

E-pistolario: El desencanto

por el 7 febrero, 2014 • 9:57

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Mi querido amigo:

Ya sabes, paciente como eres, de mis peculiares asociaciones de ideas y esto del Barça me recuerda a El desencanto, la impagable película (¿o era un reality avant la lettre?) de Jaime Chávarri que tanto nos marcó a los jóvenes que vivimos la peculiar transición. Cuanto más tiempo pasa, más peculiar parece que fue, desde luego; más nos vendieron una moto comprada por puro miedo. Aquel heterodoxo documental sobre la familia Panero significó algo así como el punto final a los vaivenes de tan intensos años e introdujo en nuestro léxico diario eso del desencanto para explicar, sin llegar a conseguirlo, la desazón sentida por aquellos que esperábamos realidad y praxis mucho más coherente, enriquecedora, reparadora y profunda con el advenimiento de la democracia, como si nos hubiéramos quedado a medio camino, como si hubieran conseguido que nos conformáramos con un sucedáneo de lo auténtico a falta de mayores ambiciones colectivas. Situada la emoción, la intuición, el pálpito, parece vivir el Barça similar abatimiento, expresado ya a las claras, confirmado en su niebla, aún por definir y analizar, tras el encuentro de semifinales coperas.

Hablando de otras latitudes como quien no quiere la cosa, y a modo de inciso, no esperes que vaya a meterme en la camisa de once varas que supondría el análisis de la sanción al delantero portugués, ningún deseo de que me llamen talibán los defensores primarios de sus intereses nada secundarios, pero constato que esto no cambiará jamás de los jamases y nos tendremos que acostumbrar y resignar a que todo sirva para hervir en la olla –como dicen por nuestra tierra–, a que los medios presionen, a que los poderes realicen sus habituales pulsos de fuerza y a que el statu quo prosiga en su acostumbrada deriva. Ni hay justicia, ni hay confianza en los organismos ni nada que se le parezca, que esto del futbol español es un continuo sainete para mentes infantilizadas, tenidas por estúpidas. No me apetece hablar de ello, Martí, y tampoco creas que resulta plato de gusto observar ahora al Barça en todas sus esferas. El desencanto. Aplicado aquí, podría decirse de la incapacidad de los dirigentes para planificar en su momento el futuro, la estancia en el paraíso del que habla Martino, y bregar por la utopía de intentar perpetuar los mayores años de gozo. Aquella estancia en la gloria no podía resultar eterna, por supuesto, pero tampoco supieron cómo planificar la evolución del modelo fenomenalmente alcanzado y cerrado para seguir instalados en la anhelada hegemonía. El año pasado, la debacle ante el Bayern abrió los ojos, cerró época y no se pasó página por la tendencia a creerse las excusas que uno mismo se da para lamer las heridas en lugar de afrontar la situación y tomar decisiones, por drásticas que parecieran. La resaca tras la juerga no conoce medida paliativa, todas deben ser radicales. Ahora, a lo largo de los últimos meses, el paquebote de lo pintado con azul y grana se ha limitado a navegar mecido por la rutina y el panorama en calma chicha hasta que se advierte a cuatro pasos la llegada al cartel que reza la hora de la verdad, el momento en el que se juega uno las ambiciones y objetivos de temporada. Un iceberg de no te menees, según se teme hoy mismo. Algo con lo que puedes chocar de frente y hacerte daño, naufragar incluso, en el peor de los siniestros supuestos.

A cualquier nivel, la flojera es evidente. Acotando la complejidad, tú mismo has comentado algunas claves estrictamente futbolísticas en el último análisis de partido, con lo que mejor nos entretenemos en otras esferas. Para empezar, el abandono del público. Harto seguramente de que le enloquezcan su vida privada con tan depravados horarios televisivos, con el triunfo de la sinrazón solo porque paga bastantes facturas, la militancia se ha concedido una tregua. Compara y no ve lo que vio, no vibra como vibró y prefiere vivir abrigado en los cuarteles de invierno, convertido hoy el barcelonismo en un estadio virtual repartido por millones de sofás calentitos que han perdido el entusiasmo, la trempera, en idioma nativo imposible de traducir. Esa ilusión antes desbordante y que hoy no le renueva ni regenera el equipo, para entendernos, sabido es como sabemos que al culé le pierde la estética, igualito que a los nativos del lugar. Ahora que remite la asistencia, precisamente ahora, el poder insiste en la necesidad de campo nuevo para ampliar el negocio y la entrada de dinero, galopante contradicción en marcha. Los herederos del ya olvidado y amortizado Rosell insisten, dale que te pego con el juguete, erre que erre, se creen del todo legitimados por los estatutos aún cuando nadie les votara personalmente y mantienen ese referéndum que acabará, apuesto por ello, siendo plebiscito para la convocatoria de inmediatas elecciones, boomerang de vuelta hacia el brazo que lo lanzó. Diríase que esa renuncia a la asistencia en persona al Camp Nou, poco explícita en principio, implica que parte de la masa social ha perdido la confianza en las manos que dirigen el rumbo. Por no haber, no hay tampoco oposición que aglutine y salte a la palestra para denunciar la situación de creciente desgobierno y definir el camino que estos, los actuales, no saben deportivamente por donde afrontar. Nadie tira del carro, nadie ofrece alternativas ni nuevos mapas de ruta. No estaría de más que alguien saliera ahora a la palestra, que supiéramos las variantes dispuestas a dar un paso al frente.

Solo se escuchan, con penar y desasosiego de los tímpanos que aguantan tal vocerío, los gritos de los asalariados y compinches que, desde la canallesca afín, empiezan a repartir de nuevo carnets de buenos y malos barcelonistas, eternos poseedores ellos de la verdad absoluta. Braman con fuerza y solo les responde el eco de sus alaridos, pero es evidente que intentan marcar territorio y labrar tendencia a seguir. Es el grupo de siempre, el que estuvo con Franco y estaría con Stalin, para entendernos, por costumbre instalado junto al poder de turno. Y aparecen algunas muestras poco confortantes: pancartas que diríamos institucionales reclamando –otra vez, no, por favor– la reaparición de violentos camuflados como animadores, guardia de corps que le ría las gracias al poder a falta de mejores aliados. De propina, esa cohorte ofrece a diario devastadores artículos con manía persecutoria hacia los que sublimaron el éxito del club, recientes artífices de la mejor época de la historia a los que pasan constantemente a cuchillo. Clima, también, de rearme para un solo ismo, el formado por los aprovechados, vehementes mamporreros, defensores del establishment por dictado de cartera. Ahora solo se les oye a ellos, convertidos en hooligans de lo establecido por puro interés comercial.

El resto, la mayoría, en suspenso hasta saber qué pasa con la previsible final de Copa –ya que el torneo es un montaje, la final que todos los manejadores esperaban, la que generará secuelas en el perdedor–, qué sucede con el City y cómo sigue la liga. Se gana por la inercia del inmenso talento, sin duda, y no hace falta siquiera personalizar o denunciar en tal o cual protagonista. Simplemente, estamos a la espera de que esto se defina y pueda explotar como una acumulación de gas cuando confirmemos sin duda que Rosell no supo dirigir más allá de la inercia por el legado recibido, no supo lidiar con la dificilísima tarea de renovar, innovar, mantener y sinónimos similares. Curioso que quienes defienden a los suyos, incapaces de preservar el excelente patrimonio recibido, lo hagan a partir de criticar a quienes obtuvieron gloria confirmada, un montón de títulos, a quienes lo hicieron de fábula. Están destrozando su recuerdo, están mancillando su trabajo, como una tribu de hunos al galope sin ver que los suyos, sus amos, ni siquiera son capaces de mantener el buen estado de la hierba que pisan. El barcelonismo, agónico como movimiento, siempre anda a un paso del fatalismo y de la más explícita depresión, temiendo como teme hoy mismo vivir un déjà vu muy similar al experimentado hace once exactos meses. Vivimos en la expectativa de confirmar un montón de cosas, empezando por ratificar que estos, tan bravos como eran, tan vociferantes como son, no les llegan a la rodilla a sus predecesores porque el vestuario les sostiene y mantiene y porque el equipo, cuando flaquee, dejará bien a las claras sus enormes lagunas de gestión, sus flaquezas en el timón. No resisten la comparación con ciertos artífices del éxito, y si esta idea se generaliza hasta cristalizar en contestación ante el desencanto que produzca la pérdida de nivel competitivo y consiguientes títulos, vamos a pasar una temporada realmente movida, querido Martí. Los movimientos en el tablero, me temo, avanzan en esa dirección.

Vas notando avisos, vas acumulando lucecitas de alarma hasta que te encuentras en pleno fregado. Igual es que el Camp Nou, aún silente, se expresa mucho mejor, de manera más contundente que esos pesados, incapaces de callar en su inmodestia, en su terror a ser descubiertos y desnudados como mediocres. Acabo sin ganas de personalizar porque gente como Alves o el (ex) portavoz Freixa tampoco merecen eso, ya se quedaron en paños menores hace bastante tiempo… Bienvenido, desencanto. ¿Bonjour, tristesse? Lástima que al Barcelona le falten teóricos, pensadores y ensayistas, con el servicio que le harían en momentos como el actual, tan brumosos. Un abrazo y cuidate.

Poblenou, el sonido del silencio

* Frederic Porta es periodista y escritor.


– Foto: EFE




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