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“El crédito no existe en el deporte”. Pep Guardiola


Historias

El hombre tranquilo

por el 19 noviembre, 2012 • 6:53

En El hombre tranquilo, de John Ford, Sean Thornton regresa a Innisfree, Irlanda, para reclamar la propiedad de la granja que su familia abandonó antes de partir a Estados Unidos. En su retorno a las raíces se enamora de Mary Kate e intenta, sin éxito, casarse con ella. El motivo principal del fracaso es que el hermano de Mary, Will Danaher, no acepta el matrimonio.

A principios de los años setenta, Frank Rijkaard vivía en Jordaan, un barrio de Ámsterdam que por aquel entonces era de clase trabajadora. Su padre era de Surinam, igual que el padre de su amigo Ruud Gullit, que vivía sólo unos edificios más allá y era uno de sus compañeros en las pachangas futbolísticas en las calles del barrio. Años más tarde, Gullit firmó su primer contrato con el Harleem mientras Rijkaard fichó por el Ajax. Frank debutó con solo 17 años a las órdenes de Leo Beenhakker y se hizo un hueco fijo en el eje de la defensa hasta la llegada al banquillo de Johan Cruyff. Ambos temperamentos chocaron fuertemente y Rijkaard juró que no volvería a entrenarse a sus órdenes. Y así fue como siete años después de su llegada al club, abandonaba el Ajax para probar suerte en el extranjero.

Empezó por un fugaz paso por el Zaragoza, pero muy pronto le llegó una oferta del AC Milan. Aquel Milan de Arrigo Sacchi empezaba a andar gracias al impulso del magnate de la comunicación Silvio Berlusconi. En el verano de 1988, Il Cavaliere tenía entre ceja y ceja el fichaje del centrocampista argentino Claudio Borghi. Pero por otro lado, Sacchi quería a Rijkaard e insistió tanto en la necesidad de ficharle que al final Berlusconi accedió a ceder a Borghi y quedarse con Frank, a pesar de haber pagado mucho dinero por el argentino. “Casi me despide”, afirmó Sacchi años después.

Cuando llegó Rijkaard al Milán se juntó con Ruud Gullit de nuevo. En unos años habían pasado del fútbol callejero de Jordaan al monumental San Siro. El paso de ambos jugadores por el club fue antológico. Sacchi reubicó a Frank en el mediocampo, donde se ganó la fama de todocampista. Cabe recordar que Rijkaard era un jugador con capacidad de cubrir muchísimo espacio de campo y también con mucho gol, como desvelan sus 93 goles en 444 partidos oficiales. Lo demostró especialmente en la final de la Copa de Europa de 1990 contra el Benfica, marcando el gol de la victoria. Fue su segunda Copa de Europa consecutiva.

Pero después de esa final, las cosas empezaron a cambiar para Frank. Algunos problemas personales le llevaron a empezar a fumar y su implicación bajó sustancialmente. Sacchi estaba obsesionado con la perfección. Rijkaard (al igual que otros miembros de la plantilla como Van Basten) no entendía que no pudiera ser un poco más flexible y rápidamente se convirtió en el blanco de sus críticas. Un día reunió a toda la plantilla y le espetó que si había perdido la motivación tenía que ser honesto con la institución, los aficionados, la plantilla y con él mismo y abandonar el fútbol. Fue uno de los últimos entrenamientos de Sacchi en el Milán, antes de que aceptara la oferta para entrenar a la selección italiana.

Un año después de su enfrentamiento con Sacchi, Berlusconi le ofreció a Rijkaard un contrato de renovación por 6 años a razón de 2 millones de euros netos al año. Frank decidió no aceptarlo y volver al Ajax cobrando 300.000. Antes de partir hacia a Ámsterdam dejó un sobre para Sacchi en un restaurante de la capital lombarda. Sabía que era su favorito y que tarde o temprano lo volvería a visitar, y así fue. En uno de sus viajes como seleccionador italiano volvió a Milán y pasó por el restaurante. Uno de los camareros le acercó el sobre y cuando lo abrió descubrió una nota que rezaba: “Yo soy honesto. Me vuelvo a Holanda”.

 

En su regreso a Ámsterdam, las cosas mejoraron sustancialmente y el Rijkaard veterano volvió a brillar como central. Ese Ajax de Van Gaal era un engranaje tan perfecto como lo era el Milán de Sacchi. Ganaron dos ligas consecutivas y llegaron a la final de la Copa de Europa en la temporada 1994-1995. Esa final la disputaron contra el Milán precisamente, y pese a no ser favoritos ganaron con un gol de un jovencísimo Patrick Kluivert (18 años), que acababa de entrar en el campo sustituyendo a Jari Litmanen, tras recibir una fantástica asistencia de Frank. El tiempo le había dado la razón a Rijkaard, que había superado sus problemas personales y concluía su carrera de jugador de forma espectacular.

Pero su etapa como entrenador no tardaría mucho en comenzar. En 1998 cogería las riendas de la selección holandesa, a la que imprimiría un juego atractivo que la llevaría a jugar una gran Eurocopa en casa en el año 2000. Por desgracia, perdió en semifinales contra Italia en los penaltis y decidió dimitir. En la temporada 2001-2002 entrenó al Sparta de Rotterdam. La experiencia fue nefasta, ya que llevó a este histórico de Holanda a la segunda división por primera vez en su historia. A final de temporada fue destituido.

Un año más tarde Joan Laporta llegaba a la presidencia del Barça . Enamorado de la filosofía de la escuela del Ajax de Rinus Michels y de su heredero Johan Cruyff, quería un perfil de entrenador parecido a ellos, a poder ser holandés, que devolviera el buen fútbol al Camp Nou y que acabara con una sequía de títulos alarmante. Después de contactar con Hiddink, Koeman y Van Basten, Laporta apostó por Rijkaard para el banquillo. Fue, igual que con Guardiola, una apuesta personal y arriesgadísima por su poca experiencia previa y resultados. El histérico entorno azulgrana no entendía como podía contratar a un entrenador que había descendido al Sparta de Rotterdam.

En la primera mitad de la temporada, Rijkaard tuvo que aguantar muchas críticas por el juego y los pobres resultados del equipo. Por otro lado, el vicepresidente deportivo Sandro Rosell quería intervenir en las decisiones técnicas y quiso imponerle a Rüstü en vez de Víctor Valdés. Frank apostó por un Valdés que siempre ha reconocido a Rijkaard como “un segundo padre”.

Poco después las cosas empezaron a cambiar y en torno a Ronaldinho se edificó un equipo que daría sus frutos en las dos temporadas siguientes, ganando dos ligas y una Copa de Europa. Lo que habían sido críticas en un inicio se convirtieron en grandes alabanzas de prensa y aficionados. Frank, como siempre, recibía los grandes elogios con la misma incredulidad y mirada perdida característica con la que encajaba los reproches, dando la sensación de estar intentando descifrar el porqué de tanta locura. “Siempre me mantengo en el presente, tanto si es un momento de dificultad o de felicidad”, dijo Frank entre tanta euforia.

Algunos le preguntaban: “¿Crees que haber entrenado bajo las órdenes de Cruyff, Van Gaal y Sacchi ha hecho de tu propuesta futbolística la combinación perfecta entre el fútbol de ataque y el control defensivo?”. “Las decisiones del pasado no tienen por qué funcionar en el contexto del presente”, respondía Frank.

Exactamente como Sean Thornton a su regreso a Innisfree en El hombre tranquilo. Thornton se había prometido que no volvería a pelear con nadie, por la experiencia traumática de un antiguo combate de boxeo. Pero la situación con el hermano de la mujer que amaba requería un puñetazo encima de la mesa. La inteligencia del personaje protagonizado por John Wayne se demostró cuando supo rectificar y consiguió finalmente volver con su querida.

Pero a diferencia de la película, en el tardío Barça de Rijkaard el golpe de autoridad nunca llegó. El círculo virtuoso de Laporta necesitaba nuevo comandante, alguien que edificara algo nuevo en torno a ese joven 10 nacido en Rosario. Pero esa ya es otra historia. La realidad es que Rijkaard abandonó el club en el 2008 por la puerta de atrás, como tantos otros grandes jugadores y entrenadores de la historia del Fútbol Club Barcelona.

Muchos reclaman ahora un homenaje a Frank Rijkaard en el Camp Nou, porque la perspectiva del tiempo todo lo cambia. Pero él prefiere seguir manteniéndose en el presente, fiel a la filosofía que le ha hecho grande y querido.

Hace poco explicó que el auténtico homenaje fue después de la final de París, en el autocar de la rúa de celebración de la Copa de Europa. Estaba observando a la afición con el gran Àngel Mur cuando vieron a una pareja mayor llorando por la emoción. Un momento fugaz en el que todo tomó sentido, el mejor homenaje para el hombre tranquilo.

 

* Lluc Güell es realizador audiovisual.


– Fotos: RTE




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