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Rehabilitación / Salud

La placenta no funcionó

por el 30 mayo, 2014 • 19:47

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Final de la Liga de Campeones. Dos equipos españoles en busca del cetro que acredita al mejor equipo del Viejo Continente. Un derbi, dos enemigos íntimos. Millones de euros sobre el césped. Cientos de miles de ojos pendientes. El deporte rey a escena. La mesa estaba puesta. Todos llegan en un momento óptimo, quizás no físico, pero sí mental. A estas alturas de la temporada, las fuerzas están al límite, pero el esfuerzo merece la pena. ¿Todos? No, todos no. Diego Costa, no. Ha sufrido muchas lesiones musculares esta temporada, producto en unos casos de la posición en la que juega, todo vigor y explosividad, fuerza bruta, y en otros debido a la precipitación, producto del carácter ganador y competitivo del jugador y las exigencias de su club. Pero nadie le ha debido explicar a Diego Costa cuáles son los límites de la biología humana.

El jugador hispanobrasileño sufrió una lesión del bíceps femoral que se ha eternizado y no le ha permitido rendir como se espera de él. Pero ya sabemos lo traicionero que es este músculo y la lata que puede dar. El primer aviso le llegó a Costa en el partido del Camp Nou en el que se decidía el título de liga. No le dio tiempo ni siquiera a sudar y Adrián tuvo que salir a deshacer el entuerto. Un cambio tan precipitado como obligado, pero que salió bien gracias a la cabeza de Godín.

Sin embargo,la incertidumbre se cernía sobre Costa. La final de la Champions a la vuelta de la esquina y el delantero con una microrrotura del bíceps femoral.

En esa tesitura es cuando hay miles de personas que creen que pueden ayudar al jugador a recuperarse mediante tratamientos de ciencia ficción o con un nivel de evidencia científica inexistente. Así fue como se puso el nombre de la doctora Kovacevic encima de la mesa. La llamada Dra. Milagro contaba con el pedigrí de haber tratado a otros futbolistas como Lampard, Van Persie o Riera con resultados asombrosos. Cuando, como médico, uno se interesa por el procedimiento que usa, se da cuenta de varios detalles que son, cuando menos, oscuros. Trabaja en Belgrado, capital de Serbia, país no sujeto a la normativa sanitaria de la Unión Europea mediante la EMEA (Agencia Europea del Medicamento). Nunca ha publicado los resultados ni el procedimiento en ninguna revista científica, ya sea nacional o internacional. Y no ha llevado sus métodos ante ningún congreso de especialistas. En fin, que a nivel de expertos, sus métodos no existen ni gozan de la acreditación más básica, poniendo sus conocimientos al mismo nivel que los de cualquier curandero. Las malas lenguas dicen que no quieren que se sepa el secreto de su éxito. La técnica combina los masajes con tratamiento mediante descargas de electricidad a nivel de la rotura y un gel a base de placenta de yegua.

A Belgrado voló Diego Costa y su recuperador, en busca del bálsamo de Fierabrás que le garantizara la inmortalidad deportiva en forma de gol para darle a su Atlético de Madrid la primera Copa de Europa. Miles de kilómetros en avión privado y sesiones maratonianas para revertir esa maldita rotura y provocar una cicatrización a velocidad de récord del mundo.

De vuelta a casa, las sensaciones del delantero eran asombrosas y la prensa especializaba ensalzaba el procedimiento y los resultados. Titulares del estilo de “Diego Costa ya realiza cambios de ritmo intensos” o “Diego Costa, sin dolor”. Igual era producto del efecto placebo, pero el caso es que el jugador corría y trotaba con normalidad. Sin embargo, era un espejismo. Todos los entendidos saben que un entrenamiento jamás va a reflejar la intensidad y exigencia a nivel de gestos que un partido. Así pues, las tareas realizadas por Diego Costa no eran dolorosas y las sensaciones eran buenas, pero no reflejaban el estado real de su rotura.

Le pudieron más las ganas que la cabeza. Su entrenador interpretó las señales como favorables y decidió alinearlo en el once inicial, agarrándose como un clavo ardiendo a alguna genialidad. Pero Diego Costa no es Messi. Su juego es muy diferente. Se basa en explosividad, potencia, fuerza bruta, cambios de ritmo vertiginosos y contacto, mucho contacto. Bajo esas premisas, o se está al 100 % o el fracaso puede ser estrepitoso en forma de empeorar la rotura y perderse el Mundial.

La esperanza le duró a los atléticos ocho minutos. En esos 480 segundos se pudo a ver a un Diego Costa timorato, inseguro, Dr. Jekill y Mr. Hyde. No disputaba los balones divididos, no entraba al choque, no era él. Una mirada de soslayo al banquillo confirmó lo peor: no iba, el dolor volvió, como en un mal sueño, las malas sensaciones aparecieron de nuevo, no podía. El Cholo maldijo en voz baja y mandó calentar a Adrián. Diego Costa abandonó el campo como si hubiera un incendio, a toda velocidad y cabizbajo. Se repitió el fiasco de Barcelona. Las ganas pudieron con el sentido común. Las exploraciones complementarias realizadas los días siguientes a la derrota del Atlético confirmaron la sospechada rotura grado 1 del bíceps femoral. Reposo, electrolisis percutánea (EPI) y, posiblemente, plasma rico en factores de crecimiento era lo que se proponía como tratamiento a seguir. Y sobre todo, tiempo. Estas técnicas hacen que la biología se acelere, acompañada por la capacidad vital de este superatleta, pero no suponen un atajo al ciclo normal de recuperación de una lesión de características similares.

Del Bosque hizo un guiño al hispano-brasileño y renunció a dar la lista de los 23 elegidos a la espera de la evolución del delantero. Finalmente estará en el mundial.

¿Ha sido una mala decisión el acudir a ver a la Dra. Milagro? Probablemente sí. Estoy seguro de que el servicio médico del Atlético de Madrid habrá intentado disuadir al jugador de tal idea. Sin embargo, los representantes, familiares y conocidos han podido más que el sentido común y la evidencia científica. Hay muchos intereses en todo lo que rodea al fútbol.

Las ganas no curaron; la placenta solo funcionó durante ocho minutos. Ya lo decía Don Quijote: “Para este viaje no eran necesarias estas alforjas”. La biología tiene sus límites, todavía. 

* Antonio Ríos Luna es traumatólogo, maratoniano y autor del libro “Del sillón a la maratón”.

– Foto: Reuters




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