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"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry


Fútbol / Inglaterra / Liverpool

Al rojo muerto

por el 14 diciembre, 2014 • 17:06

 

Grobbelaar, Hysen, Hansen (Gillespie), Burrows (Houghton), Nicol, Venison, Molby, McMahon, Rosenthal, Rush y Barnes. Estos 13 hombres, dirigidos por Kenny Dalglish desde el banquillo, consiguieron la 18ª liga del Liverpool el 28 de abril de 1990, sábado, al derrotar por 2-1 al Queens Park Rangers en la 36ª jornada, a dos del final, con goles de Ian Rush y John Barnes. Esa fue la última liga del Liverpool. Han pasado casi 25 años, un cuarto de siglo. Cuesta creerlo, pero es verdad. El gran Liverpool, dominador absoluto del fútbol inglés durante tres décadas, los 60, los 70 y los 80, no ha vuelto a ser campeón de Inglaterra.

Barnes, con 21 tantos, fue el segundo mejor goleador del torneo 1989-90, solo superado por Gary Lineker (Tottenham), con 24. En la nómina roja también estaban el portero suplente Hooper; los defensas Ablett, Harkness, Staunton, Tanner y Watson; los centrocampistas Magilton, Marsh y Whelan y los delanteros Beardsley y Aldridge, que se había ido a la Real Sociedad en septiembre de 1989 después de marcar uno de los nueve goles con los que el Liverpool despachó al Crystal Palace (9-0) en Anfield. Los otros ocho fueron obra de Nicol (2), McMahon, Rush, Gillespie, Beardsley, Barnes y Hysen. Ese, el hecho de que los goles no fuera un privilegio de dos o tres especialistas, sino que cualquiera pudiera marcar, era uno de los secretos de aquel equipo: Barnes metió 21 y Rush, 18, pero también lo hicieron los ya citados en la paliza al Palace, además de Houghton, Molby y Rosenthal.

Sí, señoras y señores, en el 2015 hará 25 años del acontecimiento, que en la época era habitual: el Liverpool, campeón de liga. Esto quiere decir que desde aquel sábado 28 de abril de 1990 los Rojos no han vuelto a cantar el alirón. La cosa es gorda, pues hasta tal fecha el Liverpool dominaba con holgura la lista de vencedores de la League con 18 títulos, seguido por el Arsenal (10) y su vecino Everton (9). El Manchester United tenía 7. Pero a partir de 1990 todo cambió estrepitosamente: la sequía roja la aprovechó el United –su gran enemigo tradicional, mucho más odiado en Anfield que el Everton, que es un conciudadano antes amigo que rival, un rival del que se burla sin ensañamiento, con cierto cariño– con 13 ligas en esos 25 años (1993, 1994, 1996, 1997, 1999, 2000, 2001, 2003, 2007, 2008, 2009, 2011 y 2013), con las que ahora el United tiene 20, dos más que el Liverpool. El consuelo de los aficionados rojos es que el Innombrable, como se le llama en un amplio sector de la ciudad de los Beatles, también estuvo un cuarto de siglo –concretamente 26 años– sin ganar la liga, entre 1967 y 1993. Los ciclos son así de bestiales.

Kenny Dalglish (Glasgow, 1951) empezó jugando de portero en el equipo de su barrio, Dalmarnock, pero cuando su familia se trasladó a Govan alguien le dijo que chutaba muy bien y que tenía que ser delantero. Los ojeadores del Celtic lo vieron enseguida y le pusieron la camiseta verdiblanca en 1968. Con 17 años, Dalglish debutó en el Celtic ante el Kilmarnock y marcó seis de los siete goles de su equipo (7-2). Desde aquel día se convirtió en el ídolo del Celtic Park. Tras marcar 112 goles en la liga escocesa, que ganó cuatro veces, el Liverpool lo fichó en 1977 como sustituto de Kevin Keegan, que había sido traspasado al Hamburgo SV. En su primera temporada en Anfield ganó la Copa de Europa y fue al autor del gol del triunfo en la final (1-0) contra el Brujas. En años sucesivos, volvió a agarrar la orejona en 1981 (1-0 al Real Madrid, gol de Alan Kennedy) y 1984 (0-0 ante el Roma y triunfo por penaltis), conquistó la liga inglesa en cinco ocasiones, la Copa de la Liga en tres y se llevó también la FA Cup de 1986 al superar al Everton por 3-1 en un derbi hasta el momento inédito en Wembley.

En 1985, al retirarse el mánager Joe Fagan, el presidente del Liverpool, John Smith, le ofreció el puesto a Dalglish. Dalglish aceptó, con la condición de que seguiría jugando, plasmando de este modo la figura, nada extraña en el fútbol británico, del player-manager. Desempeñando ambas funciones fue campeón de liga en 1986, 1988 y 1990, y de copa en 1986 y 1989, las dos veces con el Everton de víctima. Con Dalglish, el Liverpool cerró una era dorada, la mejor de su historia, que había iniciado el maestro Bill Shankly en 1964 y que continuaron Bob Paisley y el ya mencionado Fagan. En total, en esos 36 años, hasta 1990, el club de Anfield ganó 25 títulos (13 ligas, 4 copas, 4 copas de la liga y 4 copas de Europa). 25 títulos con solo cuatro entrenadores.

 

Shankly (1913-1981) merece un punto y aparte. Hijo de familia numerosa, se crió en su Escocia natal con muchas precariedades. “Hasta los 15 años no supe lo que era poder bañarme”, explicó una vez. La lucha diaria para ganarse la vida marcó su carácter y su concepción de la vida y del fútbol. Solo jugó en dos equipos, ambos ingleses, el Carlisle y el Preston, y entrenó al Carlisle, Grimsby, Workington y Huddersfield antes de llegar, en 1959, al Liverpool, donde se retiró en 1974. Su hermano Bob también fue entrenador y en 1962 dio la campanada al ganar la liga escocesa al frente del Dundee FC. Se cuenta que, en sus primeros tiempos como mánager del Liverpool, antes de empezar un partido reunió a los jugadores al borde del terreno de juego y, señalando a The Kop –el graderío de Anfield propio de los hinchas más fanáticos y de poder adquisitivo más bajo–, les dijo: “Miren ustedes a esa gente. Muchos de ellos hacen muchos sacrificios durante la semana para poder comprar una entrada y venir a verlos a ustedes, y ustedes se ganan la vida muy bien. Piensen en ellos durante cada minuto del partido”. Son célebres sus sentencias mordaces ante los periodistas. Una de ellas fue cuando dijo: “Sí, también he vivido aquí (en el Liverpool) malos tiempos. Un año fuimos segundos”. Y otra: “El fútbol no es cuestión de vida o muerte. Es algo mucho más importante”. El letrero que hay en el pasillo de vestuarios que dice This is Anfield fue idea suya “para recordar a los muchachos qué camiseta defienden y para que los rivales no olviden contra quién van a jugar”. Una estatua en la entrada principal de Anfield inmortaliza a Shankly.

El Liverpool de Dalglish era heredero de los tres técnicos predecesores, que se caracterizaban, siguiendo el patrón de Shankly, en un esquema, una actitud y un fútbol basado en tres fundamentos: agrupación, paciencia y depredación. El esquema, salvo alguna variación táctica motivada por el estilo de determinados jugadores, era el mismo: defensa y centro del campo de gente fuerte, unida y trabajadora; uno o dos constructores y dos o tres killers en el ataque. La columna vertebral del Liverpool de Dalglish, por ejemplo, la componían Bruce Grobbelaar, un portero excéntrico pero seguro; Gary Gillespie, un central bien colocado en el 90 % de las situaciones de peligro; Steve McMahon y Jan Molby, distribuidores, obstructores y recuperadores de balón; John Barnes, un extremo e interior con toque y disparo; y John Aldridge e Ian Rush, los asesinos. La táctica del Liverpool no era ni inglesa ni continental. El equipo no jugaba ni en largo ni en corto, pero sabía mantener el balón el tiempo que hiciera falta, presionaba al rival hasta asfixiarlo y, sobre todo, en cuanto se producía un hueco, por allí surgían Aldridge, Rush o Barnes con el cuchillo afilado. El Liverpool de 1990 era un conjunto sólido que cumplió un mandamiento clave de un candidato al título, el de superar a los principales contendientes. A lo largo de la temporada, no perdió contra el United, el Arsenal, el Everton y el Aston Villa, que aquel año logró ser segundo.

Dalglish se fue en 1991 al Blackburn, club al que hizo campeón en 1995, algo que no sucedía desde 1914, y empezó así el largo declive rojo. Hasta siete entrenadores han pasado por Anfield sin poder ganar la liga: Ronnie Moran, Graeme Souness, Roy Evans, Gérard Houllier, Rafael Benítez, Roy Hodgson, Kenny Dalglish –que volvió fugazmente en el 2011– y el actual, Brendan Rodgers. De ellos, solo Souness (FA Cup del 92), Houllier (Copa de la UEFA del 2001), Benítez (Copa de Europa del 2005) y Dalglish (Carling Cup del 2012) saben lo que es alzar un trofeo, aunque, insistencia al canto, en ningún caso el de la liga. Dalglish reapareció en Anfield en enero del 2011 y estuvo hasta mayo del 2012, fecha en la que se despidió otra vez, tras acabar en octava posición, con dos amargas palabras: “Demasiada presión”.

¿Qué ha pasado en estos 25 años para que el Liverpool no haya podido ganar el torneo, su antes querida League? Tirando de perogrullo, la primera razón, la obvia, es que siempre hubo otros mejores que él, bien fueran el Arsenal, el Leeds, el Manchester United, el Blackburn, el Chelsea o el campeón vigente, el Manchester City. La segunda causa habría que buscarla en que, excepto un futbolista de máximo nivel, Steven Gerrard, y media docena de buenos jugadores, sin más, como Steve McManaman, Robbie Fowler, Michael Owen, Xabi Alonso, Javier Mascherano y Luis Suárez, los espectadores de Anfield Road no han vuelto a ver estrellas como Kevin Keegan, el propio Dalglish o John Barnes. Y el tercer motivo sería que el club, desde que se marchó Dalglish, perdió su identidad, el sello imprimido por Shankly en 1963. De los entrenadores posteriores a Dalglish, únicamente Ronnie Whelan, Souness y Evans eran de la casa. Luego llegaron un francés, Houllier; un español, Benítez; y dos británicos, Hodgson y Rodgers, que tampoco nunca han tenido nada que ver con el Liverpool. Hodgson, cuyo tope como jugador fue el Crystal Palace, es un entrenador veterano y peregrino que trabajó en Dinamarca, Suecia, Italia, Suiza y Emiratos Árabes antes de regresar a Inglaterra para dirigir al Fulham, desde donde saltó al Liverpool, un cambio demasiado grande para él. Y Rodgers, aunque más joven –41 años–, solo tiene experiencia en clubes de aspiraciones limitadas (Watford, Reading y Swansea), equipos con menos exigencias.

Uno de los dramas que explican por qué en Anfield se ha pasado del rojo vivo al rojo muerto es el fracaso en fichar a delanteros que hicieran olvidar los goles de Aldridge, Barnes y Rush. Hasta siete individuos supuestamente capacitados para tal fin pasaron por el Liverpool sin justificar su presencia allí; eran futbolistas de talento emergente o ya consagrados que llegaron con la etiqueta de fenómenos, que costaron mucho dinero y cuyo rendimiento fue muy flojo, en algunos casos por indolencia, en otros por extravagancia, en otros por lesiones continuas, en otros por falta de madurez y en algunos, simplemente, por ser unos paquetes: Stan Collymore (Nottingham, 1993-1995), Emile Heskey (Leicester, 2000-2004), Nicolas Anelka (Paris SG, 2002), Djibril Cissé (Auxerre, 2004-2006), Fernando Morientes (Real Madrid, 2005-2006), Fernando Torres (Atlético, 2007-2011) y Mario Balotelli (Milan, 2014). Torres empezó bien y en su primera temporada marcó 24 goles en 33 partidos, pero acabó con una cifra mediocre: 9 en 23. Y Balotelli no ha aportado nada hasta ahora que no sean dos golitos en ocho partidos. Sólo Suárez, fichado del Ajax en el 2011, dio buen resultado, sobre todo en la última temporada, antes de ser traspasado al Barça: alcanzó la corona de mejor artillero de la Liga, con 31 goles. En la anterior, 2012-13, el delantero uruguayo había sido segundo, con 23, tres menos que Robin van Persie (Manchester United).

Los goles de Luis Suárez y Daniel Sturridge estuvieron a punto de romper la temporada pasada la nefasta sequía del Liverpool en la liga. El equipo rojo peleó por el título con el Manchester City y el Chelsea y lo acarició hasta el final, pero al perder en Anfield ante el Chelsea en la jornada 36ª (0-2) se lo puso en bandeja al City.

Por otra parte, la dirección del club tampoco es la misma. Smith era un presidente firme, eficiente, con sentido común, que daba confianza a los técnicos de la cantera y cuya discreción lo mantenía alejado de los medios de comunicación. Dejó en el cargo (lo han adivinado) en 1990. El sucesor, David Moores, no tuvo tanto acierto ni tanta suerte. El club, además de las frustraciones deportivas, empezó a perder dinero y, en el 2004, el señor Moores anunció que el Liverpool FC estaba en venta. El triunfo en la Copa de Europa del 2005 aplazó la decisión, pero el déficit era de 40 millones de euros y en el 2007 se realizó la venta. Dos empresarios estadounidenses, George Gillett y Tom Hicks, pagaron 345 millones de euros y se hicieron con la propiedad del Liverpool ante la protesta de los seguidores. Estos señores sabrán mucho de negocios, aunque muy poco, o nada, de fútbol. Así, el rumbo rojo empezó a ser cada vez más negro y, para colmo, hubo un lío bancario y judicial que acabó con el Liverpool en manos de John Henry, propietario del equipo de béisbol Red Sox, de Boston, a través de su firma New England Sports Ventures.

Lo cierto es que el único que se salva de la quema en esta triste historia de 25 años es Rafa Benítez, gracias a la Copa de Europa del 2005. El Liverpool había acabado cuarto en la liga del 2004, a 30 puntos del campeón, el Arsenal –que no perdió ni un partido–, y ese cuarto puesto le permitió participar en la ahora llamada Liga de Campeones, antes reservada sólo a los vencedores del campeonato de su país. El Liverpool de Benítez era un conglomerado de polacos (Dudek), finlandeses (Hyppia), noruegos (Riise), franceses (Cissé), checos (Baros y Smicer), argentinos (Pellegrino) y españoles (Xabi Alonso, Luis García y Morientes), con dos ingleses que llevaban el peso del equipo: el capitán Steven Gerrard y Jamie Carragher. Pasó la primera ronda con un apurado 2-1 global ante el Graz AK y luego se clasificó segundo en el Grupo A, dominado por el Mónaco, a costa del Olympiacos y el Deportivo. En octavos de final eliminó contundentemente al Bayer Leverkusen (6-2, con tres goles de Luis García), en cuartos dejó atrás a la Juventus (2-1) y en semifinales otro tanto de Luis García tumbó al Chelsea (1-0). En la final se encontró con un Milán todavía potente que se fue al descanso con un cómodo 3-0 (Maldini y dos goles de Hernán Crespo). En la segunda parte se produjo la reacción una de las más espectaculares que ha habido en una final: empujados por Gerrard, que hizo el 1-3, Smicer y Xabi Alonso empataron el partido para ir a los penaltis. En este trance, Smicer transformó el último lanzamiento del Liverpool (3-2) y Shevchenko falló el suyo, por lo que la copa salió de Estambul vestida de rojo.

 

 

Fue el último momento de gran honor digno de tan gran señor. En cuanto a ganar la liga, todo indica que el Liverpool tendrá que seguir esperando a que vuelvan los buenos tiempos. Gerrard tiene ya 34 años y a su alrededor hay unos nombres que, salvo Mario Balotelli y Daniel Sturridge, no dicen nada o dicen muy poco: Simon Mignolet, Brad Jones, Glen Johnson, Kolo Touré, Jon Flanagan, Javier Manquillo, Dejan Lovren, Martin Skrtel, Mamadou Sakho, José Enrique, Suso, Alberto Moreno, Emre Can, Lucas Leiva, Jordan Henderson, Joe Allen, Adam Lallana, Philippe Coutinho, Raheem Sterling, Fabio Borini, Rickie Lambert y Lazar Markovic. A esta lista hay que añadir a Iago Aspas, otra esperanza fallida. Incorporado en el 2013 procedente del Celta, el jugador pontevedrés participó en 11 partidos en la temporada 2013-14, en los que marcó un gol. Visto lo cual, el Liverpool lo cedió al Sevilla.

Malos tiempos, se mire como se mire. Tras perder en campo del Crystal Palace (3-1) y quedar a 18 puntos del líder, el Chelsea, a finales de noviembre del 2014, Rodgers se resistió a admitir la palabra crisis y condensó la situación del Liverpool con una declaración de filosofía barata, inaceptable: “No creo que estemos en crisis. Lo que ocurre es que los resultados no son los que se esperan en un club de esta categoría”.

No obstante, el Liverpool sigue pensando a lo grande y ha obtenido el permiso municipal para ampliar la capacidad de Anfield de los 45.500 espectadores actuales a 59.000, según datos de la BBC. Las obras estarán terminadas en el 2017. Para suerte de este gigante descolorido, la afición no le ha vuelto la espalda y es raro ver a menos de 35.000 personas en el estadio.

* Gil Carrasco es periodista.




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