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"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry


Ligue 1 / Fútbol / Francia

Despierta, Marsella

por el 5 noviembre, 2013 • 18:13

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El club más laureado del fútbol francés no es el PSG, ni tampoco es el Monaco, ni el Saint-Étienne, que ganó diez ligas en apenas quince años. Es el Olympique de Marseille, el único equipo francés que tiene una Champions League en su palmarés. Y el equipo que esta temporada se postuló como una de las alternativas a la bicefalia PSG-Mónaco, pero que tras once jornadas disputadas se ha convertido en un conjunto muy vulnerable y sin variables en el estilo de juego que ha provocado un gran revuelo entre una de las aficiones más fieles de Francia, sino la que más.

El OM es un equipo que ha pasado etapas de contrastes en las últimas décadas. Cosechó la hazaña de ganar la Champions League en 1993, para después sumergirse en una crisis financiera que casi le cuesta la identidad. En dos años pasó de ser el mejor equipo europeo a estar en segunda división con dificultades económicas para mantenerse tras descender por el escándalo de amañar partidos.

Poco a poco, el OM quiso recuperar su trono en un tiempo estimado de dos años. En 1996 volvió a la Ligue 1 y comenzó a fichar jugadores de renombre –Pirés, Dugarry o Ravanelli– para pelear por la Ligue 1. En 1999 finalizó en un meritorio segundo lugar y llegó a la final de la Copa de la UEFA, en la que cayó ante el Parma. Tras este título, el equipo sucumbió ante un torrente llamado Lyon en forma de siete ligas consecutivas que cambiaron de forma extrema el fútbol francés, acostumbrado a ver a Marsella, Girondins y Saint-Étienne como las tres grandes potencias que cada año peleaban por el campeonato francés. En este periodo de siete años, el OM volvió a perder la Copa de la UEFA, esta vez ante el Valencia de Benítez. Los Drogba, Ribéry, Nasri y Cana fueron los pilares de aquella escuadra que poco a poco se vio obligado a vender a sus estrellas, volviendo a sumergirse en una situación delicada en cuanto a economía se refiere.

En el 2009, y como medida para intentar hacer frente a sus debilidades como equipo, la directiva fichó a Didier Deschamps, uno de los baluartes del OM de la década de los noventa que estuvo presente en el equipo campeón de la Champions League, como capitán. Deschamps entendió a la perfección la sed de los aficionados y pronto devolvió a la gloria al club. Primero, destronó al Lyon al conseguir la Ligue 1 en su primera temporada, rompiendo una sequía de dieciocho años sin ganar un título; después, fue devolviendo la identidad del club en Europa, al conseguir unos más que meritorios cuartos de final en el 2012; y finalizó con tres Copas de la Liga que hicieron un balance de cinco títulos en tres temporadas. La selección francesa escogió a Deschamps para que este intentase también reintegrar al combinado a lo más alto. Fue el fin de una etapa gloriosa para el club, tras la que se avecinaban tiempos delicados, debido a la irrupción del gigante PSG, que se ha convertido en una de las mayores potencias económicas del fútbol europeo.

Para suplir a Deschamps, llegó Élie Baúp con mucha polémica. La directiva del club lo trajo principalmente debido a la gran amistad entre él y José Anigo –director deportivo del club y una de las personas más polémicas del fútbol francés–. Lo curioso es que Baúp llevaba dos años sin entrenar a un equipo, había estado cobrando ilegalmente un dinero extra en Canal Plus como comentarista y en su último año entrenando el Nantes acabó descendiendo a Ligue 2 con él a los mandos. Entre lo destacable de Baúp está la Ligue 1 que consiguió en 1998 con el Girondins ante todo pronóstico con Wiltord como estandarte, de ahí que el OM desease traer a sus filas a un técnico que no exigía muchas cantidades económicas, y sin ser mediático, sus conceptos tácticos eran analógicos.

En su primera temporada, Baúp en cierta manera devolvió la ilusión a los aficionados, al devolver al equipo a la Champions League, al pelear la Ligue 1 al PSG hasta las últimas jornadas y al erigirse como un técnico con las ideas muy claras. El pero fue, quizás, caer eliminado por doble ocasión a costa del PSG tanto en la Coupe de la Ligue como en la Coupe de France. Además, Baúp declaró a final de temporada que le preocupaba la tremenda irregularidad del equipo, habituado a adentrarse en una racha de cinco partidos consecutivos ganando, o por el contrario, estar casi dos meses sin conseguir la victoria.

En su segunda temporada, el Marsella dio un giro radical a su política de fichajes. En esta ocasión, Baúp pidió a la directiva una serie de jugadores con una etiqueta muy mediática en Francia. Los fichajes de Lemina, Thauvin, Payet o Imbula –el mejor jugador de la pasada Ligue 2 con sólo 18 años– significaron una renovación de calidad, de edad y de estilo de juego para el club. También llegó Khlifa, un jugador veterano pero que asegura trabajo y compromiso durante los noventa minutos. Era el verano soñado para un OM que siempre causaba revuelo debido a que siempre vendía a sus mejores jugadores y apenas fichaba recambios para contrarrestar las bajas.

Tras un inicio apasionante en el que el llegó a aventajar en cuatro puntos al PSG, los de Baúp se deshincharon poco a poco a tal punto de adentrarse en una especie de crisis de juego y de resultados. Primero en Europa, donde en las tres primeras jornadas no ha conseguido ni tan siquiera plantar cara a Dortmund, Arsenal y Napoli, cuando se esperaba que al menos en casa pudiese puntuar ante ellos. Después, en Ligue 1, donde perdió en casa los partidos decisivos ante Monaco y PSG, para después volver a caer en casa ante un rival mucho más inferior como el Reims, o el empate en el campo del Toulouse, otro equipo muy inferior al OM que sacó a la luz sus carencias ofensivas y defensivas. El problema mayoritario ha sido que cuando el OM sueña, se convierte en un equipo que no es capaz de hacer frente a situaciones decisivas. Es un caso idéntico al Atlético de Madrid cuando tenía la etiqueta del pupas, pero que con trabajo y sin soñar se ha convertido en uno de los punteros de Europa. Es lo que le pasa al OM, que aparte de que no explota sus características ofensivas es un equipo que sueña demasiado y que nunca llega al tope en cuanto a nivel.

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¿CUÁLES SON LOS PRINCIPALES PROBLEMAS DEL OM?

Comencemos analizando la defensa. Una línea con muy pocas variantes, ejemplificado en la banda derecha, donde Fanni lo ha jugado prácticamente todo sin descanso, y en determinados momentos de la temporada, es necesario dosificar a estos jugadores para no acumular cansancio. N’Koulou, uno de los mejores centrales de la Ligue 1 en los últimos años, ha bajado el nivel, motivado principalmente por un cansancio que ha perjudicado considerablemente al OM en cuanto a rendimiento.

Pero no sólo el cansancio ha provocado que el equipo esté tan atrás en el inicio de la Ligue 1. Uno de los problemas que arrastra desde hace varias temporadas es la falta de un creador en el centro del campo. Cheyrou ha sido el jugador que más se asemeja a este perfil, pero su continuas lesiones le han privado de rendir a un gran nivel. Además de ello, es un jugador que físicamente nunca ha destacado, y el físico en Francia es vital para querer rendir. El OM ha decidido fichar a jugadores de perfil físico en los últimos años, anteponiendo ese perfil a la figura del siempre clave mediocentro creador que aporta pausa al equipo. Romao, Imbula, Barton (Ahora en el QPR) o Lemina han sido varios de los ejemplos. Lo de Imbula se puede entender, ya que es una bestia física que llega y se incorpora al ataque con suma facilidad. Pero no puedes juntar a Imbula, un jugador tremendamente físico, con Romao, que es una roca táctica pero sin capacidad técnica para iniciar jugadas en transición. ¿Qué problema hay en esto? Que el equipo está jugando esta temporada ante otros conjuntos que se repliegan lo máximo para achicar espacios y evitar que el OM tenga profundidad (con Payet y Andre Ayew, dos puñales en las bandas). Al tener tan pocos jugadores con capacidad creativa, el OM sufre mucho para generar ocasiones. Y también tiene una dependencia extrema en su mejor jugador, Mathieu Valbuena, que tiene esta capacidad pero normalmente acaba los partidos agotado, al tener que ayudar en la elaboración y permutar constantemente posiciones en búsqueda de un desmarque que genere una ocasión de gol. Este es el gran problema del OM, su lentitud en la transición ofensiva, que ha evidenciado ante equipos pequeños y ante los grandes. Pongamos de ejemplo el partido ante el PSG. En aquel encuentro, el OM se puso por delante e incluso jugó sesenta minutos con un jugador más. A raíz de esta expulsión, el PSG se encerró y el OM fue incapaz de crear espacios ante un equipo tremendamente replegado. Al final, con uno más, el OM acabó perdiendo por 1-2. Pero no sólo pasó ante el PSG, también ante el Borussia Dortmund en la Champions, ante el Reims (2-3 en contra) en la Ligue 1 y ante el Monaco (1-2 en contra con gol inicial de Gignac). Es un problema que, o erradica el OM cuanto antes, o va a sufrir mucho esta temporada para sacar sus partidos adelante.

Claro, que la falta de ocasiones de gol implica que los atacantes del equipo estén a un nivel muy por debajo de las expectativas depositadas en ellos. Ni Payet, ni Andre Ayew ni el flamante fichaje del verano, Thauvin, están respondiendo esta temporada. Ni siquiera Gignac, que comenzó la Ligue 1 con tres goles en las tres primeras jornadas (y que no ha vuelto a marcar desde entonces), ha podido hacer frente a esta pequeña crisis que gira alrededor del club desde hace aproximadamente un mes.

Baúp se enfrenta a un mes de noviembre clave para sus opciones de continuar en el OM. De momento, tiene a la afición en contra y a un sector importante de la directiva pendiente de todos sus movimientos, ya que el margen de error es nulo.

* Andrés Onrubia.

– Fotos: Sebastien Nogier (EFE) – Dennis Grombkowski (Bongarts)




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