"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
Definitivamente, Orson Welles nos engañó a todos. Su recreación radiofónica sobre la novela de ciencia ficción de H. G. Wells en 1938 fue simplemente un aperitivo, un anticipo de lo que ocurriría casi 40 años después. Al igual que entonces, todo parecía perfectamente guionizado, los protagonistas, antagónicos, eran símbolos de mundos distintos y ese mundo puesto en juego sobre el parqué languidecía bajo el recuerdo de tiempos más gloriosos. Como dos meteoritos, esos jugadores fueron lanzados a la cancha para alumbrar una nueva era. No eran marcianos, no era un película de Hollywood. Fue la verdadera Guerra de los mundos. Fue Bird contra Magic.
Pocos han reparado en el prólogo. En 1978, los nombres de Larry y Earvin solo eran reconocidos por los expertos. Bajo la misma camiseta, la de EE. UU., dos espigados jóvenes se vieron reflejados en un espejo en el que se mirarían muchas veces a lo largo de la siguiente década. Unidos por el talento innato y por el afán fanático de ganar que ya demostraban entonces, conectaron desde el principio. Eran dos gotas de aguas, pero aquello fue un simple espejismo.
Porque tardarían mucho en volver a pasarse un balón. Desde ese momento, se lo disputarían. Apenas un año después volverían a verse las caras, ya como héroes enfrentados de sus respectivas universidades. Aquel partido todavía conserva el récord de ser la final de la NCAA más vista de la historia. Aquel duelo fue el último escalón en la odisea personal de Larry y una premiere más en la vida de película de Earvin. Aquel 26 de marzo de 1979 fue el comienzo de la fábula más perfecta del mundo del deporte. Había nacido la rivalidad entre Magic Johnson y Larry Bird.
Earvin Effay Johnson se había preparado para el éxito desde la infancia. Pegado a una pelota de basket, cada mañana madrugaba para jugar antes de acudir al colegio en su Lansing (Michigan) natal. Allí curtió su sonrisa y en este deporte encontró la manera de canalizar toda su energía y talento, mientras superaba los conflictos raciales que azotaban a EE. UU. en aquella época. Cuando se enroló en su primer equipo de instituto no tardó en demostrar su liderazgo. Desde pequeño le gustó ser y sentirse distinto. De eso se dio cuenta Fred Stabley Jr., un reportero local impresionado ante la variedad de sus jugadas, quien le apodó por primera vez Magic.
Esos apodos tardaron más en llegarle a Larry Joe Bird, y en cualquier caso fueron menos agraciados. French Lick (Indiana) nunca estuvo en el escenario de los focos. Allí creció Larry en una infancia tumultuosa de la que el pequeño de los Bird escapó con horas y horas tirando a canasta. El baloncesto fue siempre su refugio. Así ocurrió cuando se convirtió en el máximo anotador del Instituto Springs Valley o cuando su padre se suicidó en 1975 o cuando regresó a casa incapaz de asumir el salto a la prestigiosa Universidad de Indiana (que poseía el mejor programa de baloncesto del país).
Tras esa mala experiencia, Larry eligió la más modesta Universidad de Indiana State, un centro que en el mundo del baloncesto no estaba en el mapa. Hasta 1976, cuando llegó él. Allí descubrieron su gran visión de juego y una técnica de tiro muy depurada. La prensa comenzó a hacerse eco de ese rubio desaliñado que en 1978, cuando cursaba el tercer curso de universidad fue elegido en el 6º puesto del Draft por los Boston Celtics. Con una tranquilidad impropia de un chaval de 20 años, Larry decidió terminar el cuarto curso y retrasar un año más su desembarco en la NBA.
Ese año fue clave para Bird, para Magic y para el baloncesto. La Universidad de Indiana State llegó a las series finales de la NCAA sin perder ningún partido, guiada por ese chico introvertido al que muchos comparaban con un campesino recién llegado a la ciudad. Enfrente estaban los Spartans de Michigan State, iluminada por el virtuosismo de Johnson. Fiel a su filosofía, Larry se mostraba confiado ante lo que iba a ocurrir en Salt Lake City esa noche: “El talento no se mide por la apariencia”. Michigan State se impuso a Indiana State y Larry y todo el mundo descubrió a Magic. Aquella herida todavía supura en un ganador nato como Bird: “No jugué nada bien, no tiré nada bien. Era el partido más importante de mi vida y es la peor derrota de mi carrera, aún duele”.
Magic Johnson fue elegido número 1 en el Draft del 79 y llegó a una franquicia nostálgica. Dominante en el pasado, pero atrapada en la mediocridad. Magic cambió todo eso desde el primer partido con Los Ángeles Lakers. Larry Bird dio por fin el salto a los Boston Celtics. Los mundos seguían separándose y el guión ganaba en intensidad y efectos especiales: eran los Lakers contra los Celtics, la costa Oeste frente a la Este, un negro contra un blanco, la sonrisa del Pacífico contra el recio bigote de Indiana.
Por si todo eso fuera poco, la NBA destilaba dramatismo. El baloncesto profesional estaba en decadencia, los índices de audiencia habían caído en los últimos años, en beneficio, precisamente, del baloncesto universitario. La imagen de la NBA estaba deteriorada a vueltas con los problemas raciales que no hacían sino ahondar en el cliché de una liga de negros drogados. Ante ese panorama se presentó Larry Bird, con su aspecto rural y rudo, como La gran esperanza blanca. Y, como todo héroe, necesitaba su némesis.
Ambos se convirtieron de inmediato en regeneradores de sus respectivas franquicias. Savia nueva para dos equipos históricos que estaban a punto de comenzar una lucha encarnizada por el dominio del baloncesto norteamericano profesional. Magic inyectó su energía y vitalidad a los Lakers bajo el amparo de su gran ídolo, Kareem Abdul-Jabbar. En el histórico Boston Garden todavía recuerdan como el fuerte carácter y arrojo del chico de French Lick llenaba el pabellón. Bird lo resume así: “Yo no tenía habilidad o rapidez para saltar, yo solo ponía coco al juego”.
El equipo del trébol venía de un récord negativo en la temporada 78-79 (29 victorias/53 derrotas). Con Bird todo cambió. Ese año lograron 61 victorias y 21 derrotas, acabando como el equipo con mejor porcentaje de partidos ganados de la Liga. El 33 de los Celtics era un virtuoso, aunque su capacidad más importante era orquestar a todo su equipo. Las defensas se fijaban en él y entonces él hacía jugar a sus compañeros. Fue All-Star en su temporada de debut (algo que se repetiría en sus 12 años como profesional), lideró a los Celtics en anotación (21,3 puntos por partido), rebotes (10,4), robos (143 en total) y minutos jugados (2.955), siendo segundo en asistencias (4,5) y tiros de tres puntos (58 en total). Con él, los Celtics alcanzaron las finales de la Conferencia Este ese año. Cayeron ante Philadelphia 76ers, pero en el Garden ya se respiraban los días de gloria venideros.
Al otro lado del país, un nuevo estilo se estaba gestando. Impregnados por la fantasía de Magic los Lakers adoptaron la velocidad, los pases inverosímiles y los contraataques vibrantes como seña de identidad. Había nacido el Showtime y nadie se divertía más que Johnson, un base que gracias a su altura (2.06) y facilidad para el rebote y la anotación rápidamente lideró la liga en triples dobles, solamente superado a lo largo de la historia por otro base, Oscar Robertson. Los Lakers acabaron el año con un balance de 60 victorias y 22 derrotas, Magic fue titular en el All-Star Game y en su primer año disputó las finales de la NBA por el anillo.
Aunque hubo algo que borró la sonrisa de la cara 32 angelino. La mañana en la que comenzaban las finales que les iban a enfrentar a los Sixers, Magic conoció la noticia de que el premio de rookie del año era para Larry Bird. La votación ni siquiera estuvo ajustada (63-3 a favor de Bird) y aquello fue el acicate definitivo. Los Lakers dominaban la serie 3-2 hasta que Abdul-Jabbar se lesionó en la rodilla. El entrenador decidió entonces colocar a Magic en el puesto de pívot, para terminar con 42 puntos, 15 rebotes, 7 asistencias y 3 robos de balón en el sexto y definitivo partido de la serie. Aquella noche jugó de todo y todo lo hizo bien; su equipo se impuso 122-107 y él se consagró como MVP de las finales. Con 20 años ya había saboreado la gloria universitaria y profesional. El titular de Los Angeles Times no dejaba lugar a dudas: “It’s Magic”.
A orillas del Atlántico, a alguien se le comían los demonios. Ese fuego avivó la competitividad de un jugador al que solo le valía ganar, porque eso significaba la derrota de su máximo rival. Las incorporaciones del pívot Robert Parish y del ala-pívot Kevin McHale ayudaron a formar uno de los mejores frontcourts de la liga. Desde la posición de alero, Larry Bird condujo a su equipo de nuevo hasta las finales de la NBA. “Él tenía la confianza de hacer en la cancha todo lo que se le ocurría”, recuerda McHale. Esta vez no hubo decepción y en apenas dos años Larry Bird había llevado a los Celtics del sótano a la cima, a su 14º campeonato. Lo consiguieron ante Houston Rockets, aunque la clave de aquella victoria hay que buscarla en la Final de la Conferencia Este, en la que salvaron un 3-1 en contra frente a los Philadelphia 76ers gracias a la genialidad y tenacidad de la gran esperanza blanca. Ese carácter irreductible conquistó para siempre al Garden.
Le tocaba contestar a Magic. No tardó en hacerlo y la franquicia angelina se alzó con el campeonato de la NBA en 1982. El Showtime estaba en ebullición y arrasaron a los Sixers en las finales por 4-2. En el 83 repitieron final pero la magia de Johnson esta vez no le dio para suplir las numerosas bajas en su equipo. No obstante, Magic y Bird habían renovado la fortuna de sus equipos en sus primeros años como profesional: 3 finales y dos títulos para el lansingite; una final, un título y premio de rookie del año para el de Indiana. La eclosión estaba a punto de producirse.
Su primer cara a cara en unas finales por el título NBA se produjo en 1984. El Showtime, un baloncesto rápido y espectacular, se iba a enfrentar contra el juego preciso y seguro de los Celtics por la supremacía del planeta basket. 15 años habían pasado desde la última vez que ambas franquicias habían peleado por un anillo, aunque esta vez la expectación era inigualable: estábamos ante la final soñada. Y no defraudó. La serie estuvo muy igualada desde el inicio y la inercia ganadora de los Lakers se cortó tras el tercer partido y unas duras declaraciones de Bird: “Tenemos buenos jugadores pero al ver como Magic tira de su equipo, creo que nos falta corazón”. Los Celtics sacaron entonces su orgullo, endurecieron los partidos y remontaron la serie hasta poner el 4-3 definitivo. Bird se alzó además con el MVP de las finales y saldó cuentas con el pasado.
Aquello fue una liberación para Bird,que llevaba demasiado tiempo viviendo a la sombra de Magic. “Esperaba que (Johnson) estuviera sufriendo, que ojalá estuviera acabado (…) no podía ser más feliz con eso”, reconocía años después el 33 de los Celtics tras ganar ese campeonato a su archienemigo. Fue la constatación de esa relación de amor-odio que elevó sus enfrentamientos en la cancha. Como dos amantes orgullosos, se espiaban, se estudiaban y al fin y al cabo se necesitaban. Aquella historia no pasaría desapercibida para la televisión, que cerró un contrato millonario con la NBA para propagar una rivalidad que traspasaba las dimensiones de la cancha.
Al año siguiente, en 1985, las cotas de rivalidad entre Magic y Bird reventaban el share televisivo. Los dos extraterrestres de la canasta concitaban en sesión continua a un país divido entre el trébol verde y el amarillo y púrpura. El fenómeno se extendió al resto del planeta y medio mundo pudo ver cómo Magic y Bird eran el centro de gravedad del espectáculo, jugadores capaces de controlar un partido haciendo sólo 12 tiros a canasta, imanes que absorbían toda la influencia en el juego de su equipo. Tan similares que se odiaban: “Detestaba lo que decían de que él era mejor que yo. Los primeros años me molestó mucho. No se lo dije nunca a nadie, pero así fue”, reconocía Magic en el genial documental Magic & Bird: A relationship of rivals, elaborado por la HBO.
Sedientos de gloria se volvieron a citar en las finales de la NBA de 1985. Los Celtics llegaron con el mejor récord de victorias, con Larry Bird como MVP de la fase regular (28,7 puntos por partido, 10,8 rebotes, 6,6 asistencias en 39,7 minutos de media) y con la estadística a su favor: hasta en 8 ocasiones se habían enfrentado Boston y Los Angeles por dirimir al campeón de la NBA y en todas ganó el trébol. Consciente de ello, Magic lució su mejor sonrisa durante la temporada regular, con un promedio de 18,3 puntos, 6,2 rebotes y 12,6 asistencias, aunque todo estaba en su contra: por primera vez el formato de la final adoptaba el 2-3-2, los Celtics tenían ventaja de campo y la serie no empezó nada bien para los Lakers con una dolorosa derrota en el Garden por 148-114.
Mientras en EE. UU. ya se hablaba de la mayor rivalidad en el mundo del deporte, Magic estaba a punto de dar un giro de guión definitivo a la serie. Apoyado en un veterano Abdul-Jabbar (38 años), consiguió la reacción de su equipo. El 32 angelino controló los partidos a su antojo, guió a su equipo en todo momento y se dio el gustazo de ganar el 6º y definitivo encuentro en el Boston Garden. Bird, ya con dolores en la espalda y aquejado de una lesión en el codo, no pudo detener la avalancha de púrpura y oro. Se había consumado la venganza.
Fue entonces, en medio de la tormenta deportiva entre ambos cuando los mundos se acercaron. Corría el verano de 1985 y la publicidad se sumó al filón. Una conocida marca de material deportivo consiguió el imposible: reunir en un mismo anuncio a los dos mayores rivales de la NBA e, incluso, del mundo del deporte. En el vídeo que hoy puede encontrarse fácilmente en internet descubrimos las primeras zapatillas personalizadas. Aunque esos 30 segundos encierran mucho más. Detrás de las cámaras comenzó a fraguarse una amistad que debe y mucho a las grandes dotes culinarias de la madre de Bird. Ese día Larry por fin conoció a Earvin y viceversa.
Sobre la pista nunca hubo concesiones. En la siguiente temporada fueron Bird y sus Celtics quienes se colocaron un nuevo anillo en sus dedos tras doblegar a Houston. Intentando superar al otro en cada encuentro Boston terminó la fase regular con el mejor balance hasta entonces (67 victorias-15 derrotas). Aquel equipo fue el mejor de la Era Bird y entró a formar parte de los 10 mejores de la historia de la NBA. El 33 de los Celtics fue nombrado MVP de las finales y consiguió su 3º MVP de la NBA consecutivo, algo solo a la altura de monstruos como Bill Russell y Wilt Chamberlain.
Aquella demostración de opulencia no tardaría en ser contestada desde el Pacífico. En la temporada 86-87 se vio al mejor Magic, picado por una obsesión: “No me sentí tranquilo hasta que no corté la racha de los 3 MVP consecutivos de Larry Bird en la temporada regular”, confesó el 32 angelino tiempo después. Y sus números lo confirman: 23,6 puntos por partido (el más alto de su carrera), 6,3 rebotes y 12,2 asistencias. Así ganó Magic el único premio que se le había resistido desde el inicio de su carrera para citarse nuevamente con los Boston Celtics en las Finales de la NBA.
Todo estaba listo para una nueva batalla. “A mi me gusta cuando llega ese último segundo y se consigue la canasta. De eso se trata”, amenazaba Bird en las horas previas. Consciente de lo que se avecinaba, Magic era cauto: “No tengo miedo a nadie salvo a Larry Bird. Si tiene la oportunidad, ganará”. En realidad estaba señalando el camino porque todavía se recuerda la trascendental defensa que Michael Cooper hizo sobre la estrella de Boston. Magic Johnson volvió a resultar providencial, especialmente en el cuarto encuentro de la serie, cuando un gancho suyo a dos segundos del final sobrevoló por encima de los brazos de McHale y Parish para encestar la canasta definitiva. Los Lakers se impondrían 4-2 a Boston y nunca más Bird y Magic se enfrentarían por un anillo.
“Larry tuvo dos trabajos en los siete últimos años en la NBA: jugar al baloncesto y cuidar su espalda”, reconoció su doctor. Ese calvario respondía a sus obsesiones: prolongar su carrera y los duelos con Magic Johnson. A finales de los ochenta, lo único que nos quedó fue la imagen de un Bird tumbado en la banda, la esencia de su juego y su espíritu incombustible. Mientras Magic vivía sus años dorados, ganando anillos y MVP’s, aunque la fatalidad no tardó en viajar de costa a costa.
En noviembre del 91 Magic anunciaba su retirada forzosa de las canchas tras contraer el SIDA: “Voy a seguir, voy a vencer al SIDA y me divertiré”. Bird, que ese día tuvo la misma sensación que cuando murió su padre, vislumbró su retirada. Antes de eso se apresuró en llamar a Earvin para reafirmar que el roce hace el cariño. Tras colgar supo que el basket ya no sería lo mismo, se había ido su motivación. El guiño público lo hizo el 33 de los Celtics en el siguiente partido, frente a Atlanta, dando un pase por la espalda ‘made in Magic’ .
La asombrosa amistad forjada en la lucha competitiva tendría el mejor epílogo posible. Fue la terapia perfecta. La despedida soñada para dos amigos que cerraron un círculo mágico volviendo a compartir canastas mucho tiempo después. Fue en aquel inolvidable verano de Barcelona ’92, en los primeros JJ. OO. a los que acudieron los profesionales de la NBA. Para entonces, Magic y Bird ya habían salvado la NBA y eran miembros de una estirpe donde el respeto y la admiración hicieron aún más grande su relación, creando un lazo que todavía perdura. Aquella guerra fue real y terminó sin daños colaterales.
* Emmanuel Ramiro es periodista.
– Fotos: AP – Sports Illustrated
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