"La audacia tiene genio, poder y magia. Comienza ahora, ponte en marcha”. Johann W. Von Goethe
Dramatizar. Nos encanta. El ser humano tiene esa extraña y valiosa habilidad para ponerse siempre en lo peor, como si fuéramos madres, aunque no viene mal cuando se avecinan tiempos de cambio. Somos una especie trabajadora, soñadora, un ejemplar que requiere de múltiples factores para ser feliz pero que se decepciona al mínimo tropiezo. Hace justo un año, Argentina cerraba el curso 2015 con un único jugador dentro de los 50 mejores del mundo, apenas cinco alistados en el top100. En la memoria, irremediablemente, aparecían retazos de la época dorada, las secuelas del éxito que les hizo deslumbrar en el circuito hace una década. ¿Tan radical había sido el cambio? Hombre, la temporada no había sido buena, de hecho era la primera ¡desde 1997! en que las arcas del equipo albiceleste se quedaban huecas, sin títulos, sin un simple domingo de celebración. Es curioso porque ni ellos mismos pensaron nunca en superar la etapa de Vilas, pero lo hicieron. Vaya si lo hicieron. Quizá no con un número uno tan sublime, pero sí con un grupo cargado de raza y talento que se apoderó del top10 durante un buen rato. La Legión, les apodaron. ¿Qué tenían ahora? A un Mónaco en horas bajas, un Mayer intermitente o un Schwartzman dando sus primeros pasos. El análisis era fatal, no se podía caer más bajo; la receta, una evidencia: crisis. Profunda y prolongada, pensaron muchos, comprando la caja antes de que falleciera el paciente. Hoy, cuatro estaciones después, Argentina es campeona de Copa Davis y ocupa la azotea del ranking mundial. Como dirían ellos, no me llega el agua al tanque para explicarlo.
Los argentinos perdieron la memoria de lo que tuvieron y, lo que es peor, perdieron la fe en lo que tenían. Un pueblo que lleva décadas aportando grandes jugadores al circuito no puede cerrar el grifo de la noche a la mañana. Ese Mónaco que en su día tocó el top10, hoy parecía desorientado y sin rumbo. Aquel Delbonis que empezó tan fuerte su camino seguía sin sacar partido a su servicio, sobreviviendo a duras penas en las giras de arcilla. Schwartzman, ‘el Peque’, continuaba encerrado en el circuito Challenger, sin tablas todavía para navegar en grandes mares. Y Del Potro… en fin. Él era la gran esperanza, el hombre que desequilibró por momentos al Big4 y que conquistó la Gran Manzana con solo 21 años. Por su raqueta se han inclinado todos los grandes que le enfrentaron, hasta que las lesiones decidieron apartarle del viaje. Sin él no había futuro, no había líder, solo un juguete roto abonado a una condena que le mantenía ya casi dos años sin sonreír. Pero un día, cansado de llorar, decidió soltarse y emprender una última oportunidad. Total, ¿qué más podía perder? Un movimiento que no solo le daría vida a él, sino que serviría de estímulo para todos sus iguales.
Así fue como Juan Mónaco se inventó un título en Houston, Federico Delbonis se vistió de campeón en Marrakech e incluso el pequeño Diego Schwartzman estrenó su palmarés en Estambul. Y aún quedaba lo mejor. Juan Martín Del Potro, adalid de esta nueva Legión 2.0, se convertiría en héroe nacional colgándose una Plata en los Juegos Olímpicos por delante de hombres como Novak Djokovic o Rafa Nadal, además de gobernar meses más tarde la cubierta de Estocolmo. De un año para otro, sin haberse dado cuenta, Argentina volvía a representar una gran potencia. Guido Pella, hoy ya instalado en la parte noble del top100, desconcertó a todo el vestuario tocando la final en el ATP 500 de Río. O Facundo Bagnis, otro secundario, se alzaba con seis coronas en el circuito Challenger. Lo más doloroso fue ver a Leo Mayer (curiosamente, el argentino mejor ranqueado en 2015) perdido en el top200 y buscando sensaciones en torneos menores. Sin argumentos ni explicaciones contrastadas, el bache estaba más que superado, pero faltaba el broche. Era el momento de poner el tablero del revés y reventar todas las apuestas. La Copa Davis, el santo grial del tenis por equipos, el fruto prohibido para el conjunto albiceleste, el quiero-y-no-puedo de tantas generaciones firmaría por fin, para sorpresa de todos, el momento más feliz de la historia del tenis argentino.
Polonia, Italia y Gran Bretaña ya estaban fuera, quedaba Craocia. Cuatro eliminatorias, las cuatro a domicilio y sin embargo aun con opciones. Era la quinta final de Copa Davis para Argentina y ni ellos mismos comprendían la idea de seguir luchando por levantar la primera. El karma se estaba pasando. La jornada del viernes fue fiel al guión previsto; la del sábado, también. “¡Cómo es posible que no tengamos un maldito doblista de nivel!” La prensa echaba fuego al ver que aquello no era una pesadilla, que realmente la Ensaladera se volvía a escapar de sus portadas. Llegó el domingo y la cuerda se tensó un poquito más, al límite del abismo, a solo dos juegos del fracaso. Marin Cilic lo tenía en su mano, pero dudó, por un momento se le hizo de noche y a Del Potro le brillaron los ojos porque vio miedo en su rival, una sensación con la que él se había hartado de bailar. Justo en ese momento, Argentina cambió el rumbo de la historia. De su historia. Nalbandian, Vilas, Coria, Gaudio, Cañas, Clerc, Jaite, Mancini o Chela respondieron de inmediato al triunfo de los chicos, una victoria que hacía justicia con todos y cada uno de los guerreros que, en algún momento, lucharon por este objetivo. Pero la gloria no es para todos y estaba reservada para un equipo sin ranking (ninguno dentro del top35), con limitaciones y obligados a luchar en condiciones adversas… pero capitaneados por Daniel Orsanic, la piedra filosofal del proyecto. Sirva aquel sábado como ejemplo: mientras muchos criticaban los déficits presentes con el 1-2 abajo, Orsanic abogaba por la unión y la ilusión. Confianza ciega hasta el final.
Un año después de la gran hecatombe, Argentina cierra el curso con nueve jugadores dentro del top100 (su mejor dato desde 2009), únicamente superados por Francia (12) y España (10). En conjunto, es el sexto país con más títulos anuales si sumamos torneos de individuales y de dobles (10). A todo esto hay que añadir, obviamente, la conquista de la Ensaladera. Corría el año 1975 cuando Supertramp volvía a escena con un nuevo disco: Crisis? What Crisis? Lo hacían después de recibir varios reproches debido al excesivo tiempo acontecido desde su último trabajo. Algo parecido a lo sucedido con el pueblo argentino, descuidado totalmente de sus días de gloria. Este grupo británico también fue ‘hace poco’ Trending Topic en España al ser uno de los favoritos del ex presidente J.L. Zapatero. ¿Lo recuerdan? Cómo olvidarlo. En su caso, él no supo -o no quiso- ver la llegada de la crisis, hasta que al final fue demasiado tarde para afrontarla. Todo lo contrario que los argentinos. Ellos prefirieron aceptar el castigo antes que el error, valorando que tras aquel nefasto 2015 arrancaba una etapa de sufrimiento y segundos platos. Un año después, el gremio de adivinos y agoreros sigue riéndose en alto. Crisis? What crisis? ¡Al carajo la crisis!
* Fernando Murciego es periodista.
Twitter: @fermurciego
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