"La audacia tiene genio, poder y magia. Comienza ahora, ponte en marcha”. Johann W. Von Goethe
Mentiría, o mejor dicho, mentiríamos si a mediados del mes de agosto pasado algunos de nosotros hubiéramos dado un duro por el Arsenal. Por aquellas fechas, el jovencísimo Yaya Sanogo era la única novedad en la plantilla de Arsène Wenger, que había aceptado con decorosa entereza el rechazo a su proyecto de varios jugadores capitales como Gonzalo Higuaín, Wayne Rooney, Luis Suárez o el actual mediocentro del Wolfsburg, Luiz Gustavo. En un ambiente enrarecido, tras ocho años en blanco, con los aficionados suplicando por un fichaje ilusionante, llegó Mathieu Flamini. Coitus interruptus. Aunque lo mejor estaba aún por venir.
Y llegó desde Madrid para convertirse en el fichaje más caro de la historia del club. En una afición acostumbrada a ver volar a sus mejores jugadores una vez alcanzaban la madurez, la llegada de un jugador de clase mundial como Mesut Özil disparó la ilusión de tal manera que no sería descabellado ser testigos de un aumento de la natalidad de los fans gunners allá por mayo, cuando se deciden los títulos, se levantan las copas y los patucos son rojos y blancos. Que les bauticen como Olivier o Jack ya es otra historia, pero seguro que alguno se acabará llamando Dennis. Aún así, la llegada de Özil no hacía más que superpoblar una zona en principio bien cubierta, mientras la defensa, principal talón de Aquiles, seguía intacta, es decir, haciendo aguas en el imaginario londinense. Pero no llegaron más fichajes y los que comenzaron la liga eran los que estaban, que diría el castizo.
El golpe de efecto del fichaje del ’11’ alemán mitigó en cierta manera las ansias del populacho, seguidor del Arsenal o no, de atizar a Wenger. Porque admitámoslo, existe cierta tendencia al azote del entrenador alsaciano. Quizá es por su pose antipática, a veces victimista, o porque, como los anuncios de las marquesinas, no gusta ver la misma cara tantas veces en el mismo lugar, pero lo cierto es que se ha sido extremadamente injusto con el técnico francés. Tras 17 años en el club, Wenger cambió totalmente la filosofía e idiosincrasia de éste, acostumbrado a ganar títulos de pascuas a ramos para, de repente, convertirse en cabeza de león de la Premier League y asomar el hocico en una Europa cuyo último recuerdo era un aerolito caído desde Zaragoza con la firma de Nayim en su dorso. Sus métodos de trabajo y su propuesta de juego voltearon para siempre el lema de Boring, Boring Arsenal transformándolo en el equipo de los invencibles de hace diez años, con un elenco de jugadores en total plenitud que hicieron historia. Con un estilo definido, reconocible e invariable, el equipo se modernizó, tanto que su alta alcurnia no cuajaba con las gafas de viejo profesor del bueno de Arsène. Pasaron los días de vino y rosas y la capitalización del fútbol se convirtió en el principal enemigo de Wenger, que se concentró en su política de jóvenes valores para mantener un estatus económico viable en el club, que con la construcción del nuevo estadio iba a ser aún más necesario. Con el cinturón apretado, a la ausencia de fichajes de renombre se unían los jugadores más prometedores que una vez maduros abandonaban el club agradeciendo a Arsène sus servicios prestados mientras una nueva camada entraba por la puerta de atrás. Al mismo tiempo, el Arsenal completaba año tras año sin título alguno, cayendo dramáticamente en la final de Copa ante el Birmingham o sucumbiendo en la liga ante equipos con muchísimo más presupuesto como el Chelsea o los dos clubes de Manchester, siendo los gunners el único equipo saneado de los cuatro, con dinero en las arcas y ácaros en las vitrinas.
La capacidad de reinvención de Wenger es directamente proporcional a su anual necesidad de reivindicación ante los incrédulos que siguen queriendo ver al Arsenal compitiendo ante los más grandes en Inglaterra o en Europa. El poder adquisitivo del club dista muchísimo de competir con el de los grandes trasatlánticos de su liga, y ni que decir tiene de Europa, trasladándose tales problemas al césped. Por si fuera poco, el técnico francés, erre que erre, insiste en no pagar por un jugador más dinero del que realmente vale, aunque Özil se haya convertido en la excepción que confirma la regla. Bajo la batuta del alemán, el Arsenal comanda la Premier con cinco puntos de ventaja sobre el segundo y tercer clasificado tras un inicio de competición espectacular. Aún queda mucha tela que cortar, pero el In Arsène we trust vuelve a tambalear los cimientos del Emirates Stadium mientras los escépticos esconden sus fustas y los que no, agitan sus bufandas. Puede que otro malabarismo de Wenger esté en camino. Quién sabe si el Dennis que vaya a nacer a finales de mayo lo hará con una copa bajo el brazo y al final sus padres cambian de opinión y deciden llamarle Mesut.
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: Reuters
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