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"Se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose al enemigo". Sun Tzu


Frederic Porta / Firmas

E-pistolario: El gran Houdini

por el 10 diciembre, 2013 • 17:42

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Querido Martí:

Permíteme que no responda a tu última misiva, esa estupenda Carta desde Múnich. Básicamente, no quedaba nada que replicar, ya lo decías tú todo y bastante clarito. Con tu permiso, cambiaré esta vez de tercio para centrarme en la reciente aparición del gran Harry Houdini, célebre escapista, visto fugazmente ayer en Barcelona, que no comprobado. Algunas fuentes consultadas a partir de mi tremenda alteración emocional por tamaño susto, hablan de él, otros le confunden con los trileros de la Rambla y terceros en discordia me aseguran que la alucinógena aparición fue debida a un inminente remake de alguna comedia añeja, seguramente protagonizada en primera opción por Tony Leblanc, Manolo Gómez Bur, José Luis López Vázquez y Gracita Morales en el papel de criada, que para eso actuaba, por lo visto. Algo así como una mezcolanza entre Atraco a las tres, Los tramposos, Los ladrones somos gente honrada o similar, pero con Saza a bordo, a poder ser. Españolada bufa, en definitiva, adaptada a los tiempos financieros que corren. Fieles a la más estricta tradición picaresca, se reúnen cuatro horas y media y acabamos el asunto en exhibición del mejor Houdini, aquel que escapaba inmerso en aguas entre cajas fuertes, grilletes y esposas, prodigioso ejemplo del constante más difícil todavía.

Ayer, mientras se expresaba el portavoz, me desaparecieron opciones, Martí, y eso que las custodiaba en cartera, porque el planteamiento era de dilema: o hacemos nuevo el viejo o edificamos uno de nuevo, nuevo. Y se referían al Camp Nou, según deduje. Por el camino que les lleva a montar el gran belén, lo que conocíamos por remodelación desaparece del mapa a cambio de la reconstrucción. Eso sale por un pico, dicen, 350 millones de euros. Y si lo quieres a estrenar, se te va la broma a los 600, nada, una minucia, zarandajas. Van los millones arriba y abajo con una alegría, un desparpajo tremendo, como si ganáramos tales cantidades cada jueves y fumando, con igual esfuerzo. Con la que sigue cayendo, ya ves, pero a esta troupe de ilusionistas no les expliques cuitas propias del común de los mortales. Si fuera por ellos, ya habrían construido un estadio en la Cerdanya, cerquita de su segunda residencia y eso que se ahorrarían en desplazamientos y engorros cuando salen a esquiar los fines de semana. Nieve y fútbol, forfait completo, forfait Comansi… Es su juguete y lo presentan como les apetece en homenaje al trasiego de esa bolita huidiza que nunca consigues señalar, de tanto como la llegan a marear.

Se reunieron cuatro horas y media para lanzarnos un globo sonda del tamaño de la Sagrada Familia, otra construcción que deberíamos derrocar al llevar casi un siglo en edificación y no haber sido culminada, un desastre, abajo con ella. O también, sigamos con la regla de tres, que tiren abajo la Catedral, ennegrecida por siglos de vigencia. O Santa María del Mar, que ya solo da para best-sellers literarios. Cincuenta y seis años de edad y ya se ha quedado vetusto, caduco, demodé, el pobre Camp Nou. Le asaltan, si escuchas su discurso, todos los males y achaques posibles. Aluminosis, para empezar. Es inseguro, segundo argumento y así apelamos a los miedos atávicos del personal cuando, si se pararan a reflexionar, allí nunca sucedió tragedia, ni siquiera cuando Guruceta. Necesitamos un campo nuevo, grito de guerra directivo, y solo nos tememos que sea fruto de un ataque de importancia, de su inveterado deseo de labrarse sitial en mármol cuando llegue la posteridad. No importa ni el momento ni los argumentos contrarios, ni siquiera el peso de la historia, esa tozudez semiolvidada a voluntad que recuerda cómo se cuadriplicó el coste inicial del actual estadio hasta dejar a la entidad al borde de la bancarrota y con quince años de penurias económicas por delante que incluso acentuaron el tradicional corte fatalista, victimista y derrotista del socio de a pie. Que la borrachera de hormigón y acero costara 288 millones de pesetas de los de 1957 ocupó y preocupó a la masa social durante lustros en plena dictadura, condicionando futuro recorrido, palmarés deportivo y forjando una lección imborrable, única, que ahora se esfuerzan en eliminar. Al fin y al cabo, se echaron ingentes paletadas de tierra sobre el asunto y nunca nadie, por aquello de no recibir un sopapo considerable a cambio, osó investigar las cuentas, los evidentes negocios realizados por empresa interpuesta, la caradura de ancestros que se sirvieron del club para ampliar patrimonio y cuenta corriente hasta la excelencia. No, nunca nadie investigó el feo asunto que ahora quedó como fruto de otros tiempos, tal vez más miserables, de cuando no sabíamos siquiera situar a Catar en el mapa. Igual vivíamos felices sin un duro, pero eso resulta harina de otro costal.

Bueno, volvamos al meollo, me han desaparecido las cartas del juego una vez comprobado el empecinamiento en la novedosa medida. Antes, al menos, o me he perdido algo, dejaban la posibilidad de apostar en el referéndum por la opción ni tocarlo, que no es momento, pero ahora ya no sigue presente entre la reducida, e interesada, panoplia de opciones. Y como la palabra es traidora, siempre pendiente de que la puedan convertir en eufemismo arrojadizo, el cónclave del lunes sirvió para olvidar el concepto remodelación, con los 150 kilos de vellón que arrastraba la broma. No, aparece Houdini para decirte que no han llegado a conclusión, que dejan el veredicto para enero y que, de momento, o es blanco o es negro. Levantan uno nuevo donde estaba el que pretenden cambiar caiga que caiga a cambio de 350 milloncejos de nada o se van hasta la Ciudad Universitaria para erigir un mausoleo monumental de 600 millones. No hay tercera vía y ojo, el poder, cualquier poder, s0lo plantea preguntas plebiscitarias a su gente para ganarlas, que es del género tonto la consulta del ir por lana y salir trasquilado, bien que dominan la suerte. Que si quieres arroz, Catalina, una u otra, no hay más donde elegir. Y te lo dejo caer para que vayas haciéndote a la idea de la absoluta supremacía de lo económico sobre conceptos (no hablemos ya de valores, han sabido inutilizar tan bella idea a base de desgaste) tenidos por prioritarios hasta hace apenas cuatro días, cuando ni siquiera nos enteramos de que variaron la bolita de cubilete. Se suponía que distinguía al Barça su carácter social, primero y primordial, y futbolístico, segundo y también básico. Pues no, mira, andábamos equivocados al considerar prioritario que el club mantuviera su base popular, su mimo hacia el mantenimiento de cuotas a niveles accesibles –incluso en tiempos de tremenda crisis como estos–, y que el fin último de los gestores, por parafrasear a Cruyff, consistía en generar recursos para invertirlos luego en el campo, manteniendo así un equipo con nivel competitivo de primer orden. No, andábamos errados, no habíamos reparado en el truco del asunto. Es la economía, Martí, el patrón dinero, como tú lo nombras, que así, si justificas la dudosísima necesidad de construir el flamante coliseo y logras salirte con la tuya, podrás generar nuevos recursos e ingresos. Para ti y para el club, en segundo lugar.

Lástima que la idea nos pille con más conchas que un galápago, con mayor grosor de piel al habitual entre los hipopótamos. No, seguro que no aprovecharán para ampliar su red de contactos con capacidad para los negocios de altura. No, seguro que todo será transparente, legítimo, saltará a la vista sin doblez como corresponde a entidad tan primordial en el sentimiento colectivo del lugar que le cobija, la entidad que da nombre a la ciudad, como nos propuso el clásico al alterar conceptos. Seguro que les guía el bien común, seguro que sabrán navegar por tan procelosas aguas dejando arriba cielo azul y sereno y abajo, calma chicha en la cuenta de explotación. Seguro que estoy seguro de que Houdini se reencarnó anoche en Barcelona con un número que consistía en comulgar con ruedas de molino de enorme grosor. Ya suenan clarines y fanfarrias anunciando, vía voceros habituales que nunca vieron miel sin deseo de untar dedo en ella, que la construcción resulta tan imprescindible como el respirar. Después, ya nos apañaremos, ya optaremos por la ingeniería financiera, por vender el alma al diablo, por llamarle según quien pague más y tire con mayor elegancia de chequera, sea su dinero sucio, venga de dictadura o proceda del mismísimo averno, pero de momento, cuando sondean la temperatura de las aguas, les basta con pulsar los más básicos, elementales, resortes de corte emocional. El Barça y el barcelonismo merecen el mejor estadio, suena el eslogan entre trompeteo. Leche, ahora que pienso, pero si ya lo tenían y lo siguen teniendo, escocidos aún los viejos aficionados por el excesivo trasiego de penas que costó pagar hasta la última factura de tan magno coliseo, considerado aún de cinco estrellas por los gerifaltes del montaje.

Había escrito una furibunda réplica a tu postrer misiva, enarbolada por el grito de guerra “a otro perro con ese hueso”, pero, confieso, la abandoné por enfurruñada. Me producía idéntica asociación de ideas a la vivida cuando contemplo ese monolito, casi soez, que acompaña la estatua del mítico Kubala a la entrada de tribuna. En él se agradece la iniciativa de aquellos que cobraron un montón de facturas falsas, entre invisibles camiones de cemento que entraban por una puerta y volvían a regresar para el recuento y cargamentos de hierro y acero cargados en el haber de empresas creadas para la gran ocasión donde lucían jugosas participaciones por personas interpuestas, familiares y hombres de paja a porrillo. Siguen, al fin y al cabo, mandando los mismos apellidos transcurrido medio siglo y entre bomberos, ya se sabe, nunca se pisarán la manguera de los beneficios. El sentido común aconsejaría dejar las cosas en el justo lugar donde están, pero al ser el menos común de los sentidos dejamos que nos envuelvan con esos trucos de prestidigitadores, esa alteración eufemística en palabras y conceptos que puede acabar en ruina general, salvo para los propios emprendedores. No existe mayor sospecha que el empecinamiento en la formulación de lo innecesario cuando se presenta como básico, ineludible, imprescindible.

Por el momento, mientras perseveras en tu cruzada bávara, fuera de ahí, de ese laberinto cretense –que no cretino– donde nos quieren meter, solo se advierte que el Tata anda en progresiva crispación y festejamos la puntual frase, copyright Rafa Cabeleira, que analiza la situación como ninguna: “De momento, la evolución del modelo consiste en un asado”. Eso y que siga entrando el balón de manera regular o en lugar del soñado estadio no les dará tiempo ni margen a construir un simple chamizo donde refugiarse ante la previsible tempestad organizada, querido amigo. Tápate, que viene un frío capaz de helarnos el alma y si no está roto, no lo arregles, precioso consejo práctico que no aplican en cierto palco del vetusto, anacrónico, pluscuamruinoso estadio de marras. Un abrazo.

Poblenou, ¿dónde está la bolita?

* Frederic Porta es periodista y escritor.




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