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"Solo los buenos quieren mejorar. Por eso son buenos". Nick Faldo


Frederic Porta / Firmas

E-pistolario: En memoria de Pattullo

por el 4 noviembre, 2013 • 21:47

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Mi querido amigo:

Esta te la debía de hace un buen rato, disculpa la tardanza. Y en el retraso, dispersión, a ver cómo metemos con calzador tantos puntos diversos, tantos pies para una misma bota. Que es bota paramilitar y artera, te aviso por no quedar como traidor. Al final, me ha empujado a saludarte la bella historia de George Pattullo, de quien precisamente hoy se cumple el 125º aniversario de su nacimiento. Del escocés Pattullo apenas sabíamos nada, ni siquiera descollaba el apellido, hasta hace cuatro días, cuando sabios de la memoria histórica como Ángel Iturriaga o Manel Tomàs sacaron a la luz distintos textos dedicados a mayor gloria del personaje, abandonado entre los estantes allá, donde habita el olvido, con tanto grosor de polvo que resultaba invisible. El personaje tiene su aquel: fue el primero al que vieron volear el cuero en Barcelona, al servicio de un protoBarça casi de las catacumbas, y firmó 41 goles en apenas 20 encuentros con la zamarra bicolor, de ellos 32 en los doce primeros. Sportsman entregado a diversas disciplinas, arrancó con el fútbol de portero para aprovechar la ventaja en estatura y cierto día, harto de que se las metieran por cualquier rincón, decidió bajo arranque de inspiración abandonar la jaula de los sufrimientos para dedicarse a golear. Perdían en el descanso 5-1 y él metió cinco seguidos en singular vuelta a la tortilla. Y no lo cuenta la leyenda, no, lo han escrito ese par de imprescindibles ya citados, que encima conocen a un tercero en las Islas empeñado hoy en escribir su singular biografía, bendito sea.

Aquí, cuando ni siquiera Europa había entrado en su Gran Guerra, rebautizaron su nativo George como Jorge y le encumbraron entre los practicantes foráneos de altos vuelos, aquellos pedagogos que enseñaban a los cuatro románticos locales cómo atizarle bien al pesado esférico. En el Fútbol Club Barcelona empezó Gamper, siguió Steel con idéntico arte y se encumbró Pattullo hasta el punto de erigirse en ídolo y modelo a seguir para el impagable Paulino Alcántara, de quien Iturriaga y David Valero acaban de publicar una estupenda biografía que ha tardado, desgraciadamente, casi todo un siglo en aparecer. Por aquellas cosas del amateurismo tan habituales de su época, de Pattullo conocemos que regresó a su tierra y le tocó combatir en las trincheras francesas, donde el gas mostaza –esas armas químicas de hoy día– le fastidió los pulmones a base de bien, hasta el punto de regresar a Mallorca en su ocaso personal por prescripción médica, convencido de que el perruno clima británico nada bueno aportaba a su maltrecha salud. Alcántara tomó nota y sacó matrícula como alumno aventajado, estudiadas las lecciones del magistral escocés. De aquí a cuatro días, en cuanto Messi recupere el resuello y pierda el miedo a lesionarse, empezará la cuenta atrás del argentino camino del fenomenal plusmarquista filipino, cuyo listón anda establecido en 369 dianas conseguidas en 357 encuentros. Gloria al gran Pattullo, gloria a los pioneros hoy abandonados, olvidados por sus respectivas aficiones, ignorantes de su aportación, su amor y su legado. Gloria en el recuerdo a Paulino, aún hoy el mejor futbolista que haya parido Asia, según votación de los propios interesados. Y a partir de ahora, Martí, contrastamos belleza de los clásicos con cierta sordidez postmoderna.

Cien años después de aquellos ejemplos nos dedicamos aquí a la continua distracción, surgida casi en exclusiva de lo generado desde las dos superpotencias y sus formidables altavoces de persuasión, que todo lo atruenan. Pasan un montón de cosas y las dejamos correr, pendientes de lo que nos proponen sin alternativa, sea sumar los goles de Cristiano o medir la belleza en nebulosa y entredicho del Barça de Martino. El resto, no cuenta, pura comparsa minimizada, hormigas en territorio de paquidermos. Por no tener, ni tiempo ni ganas de alborotar el cotarro en muestra de solidaridad hacia Allan Nyom, el futbolista franco-camerunés del Granada que, días atrás, soportó sin estoicismo gruñidos racistas proferidos desde la sórdida profundidad de algún estadio, ya no importa cuál. Obviamente, Nyom se sintió agredido e hizo amago de rebelión, reducida de inmediato a la condición de individual. Nadie le acompañó en el plante, nadie abandonó el césped como muestra de denuncia, de firmeza ante la inadmisible intolerancia padecida por este francés de Neully-sur-Seine, enclave próximo a París. Tampoco el árbitro, los rivales, el comité le salieron al quite con algo parecido al touche pas mon pote, aquel no toques a mi amigo humanista y beligerante en su lucha por la igualdad que Francia inventó para barrer la lacra racista, hace ya un par de décadas. Se metieron con su grado de pigmentación epidérmica y les pareció perfecto hacerlo, como otros cantan xenofobia pura o hay gente que lleva décadas confundiendo estadios con carta blanca para la sinrazón, la estupidez, la consagración de la alevosa y beligerante necedad permitida. Vemos este fin de semana imágenes con graderíos incendiados de bengalas, sea en Atenas o Belgrado, y nos sigue pareciendo algo muy lejano, como muy bestia, muestra de subdesarrollo, pero nosotros, no, por favor, podemos seguir chillándole exabruptos a un negro por su negritud y quedándonos tan panchos. Somos el paradigma de lo democrático, por supuesto. De ahí que el Comité de Competición preserve la fiesta de Todos los Santos y deje un montón de papelamen pendiente de resolver: no hay nada más apetecible en este país que pasarse el deber por el forro y triunfar como pícaro que se cisca en las reglas. Y sale airoso, por supuesto.

Como nos parece normal, lo más corriente del mundo, el amedrentamiento de ciertos grupos radicales hacia sus plantillas, sea en Sevilla con el Betis, sea en Valencia con el grupo de Djukic. Y a esos patriotas de la camiseta propia se les da carrete por puro pavor, se les razona cuando ellos no admiten el término, se les incuba el huevo de la serpiente en lugar de marcarles la raya y no dejarles pasar. Bah, son chavalines. Bah, cuatro niñatos. Ya. Ya vale con tanta condescendencia, rayana a la connivencia con los totalitarios. Entre ellos y sus ignorantes secuaces, los hay que se atreven incluso a apelar en su nula argumentación a la historia y al escudo. Sabrán ellos quién fue Puchades, el de Sueca, cómo la movía Claramunt, cómo goleaba Waldo, quién puso el murciélago en su blasón, con lo que importuna la testosterona para escuchar y aprender, con lo lejos que queda el par de eso de la materia gris. Aguanta Mel las desdichas béticas hasta que el circo tome la decisión de guillotinarle sin reparar en su preparación, categoría moral y compromiso. Venga palmaditas en la espalda del entrenador Paco Jémez mientras no le dé por ganar al poderoso, que la etiqueta de perdedor simpático siempre la conceden desde arriba cuando les distraes y no les tocas las partes sensibles de sus intereses. Comparado con el ritmo goleador del ‘7’ blanco, equiparado con las cuitas estéticas del barcelonismo, ¿qué importan todos ellos, ni siquiera sumados? No pesan cien gramos en la tramposa balanza que hemos dispuesto para medir los avatares del balón patrio, allá donde imperan tramposos, totalitarios y jetas, donde la meritocracia nunca ha pasado de ser mención sin contenido entre gente que no sabe siquiera qué es eso.

Pattullo, preferimos a Pattullo, que suena a leyenda una vez desempolvado, aventurero altruista del pelotón, proselitista del nuevo juego, ahora tan prostituido. Lástima que hoy, avanzando el nuevo milenio, todo se fabrique con doblez y esconda auténticas intenciones. Como el enardecido debate montado sobre si el Barça juega o ha dejado de jugar, si debe prevalecer la estética sobre el resultadismo y esas maneras tan multitudinarias de perder el tiempo entre la parroquia de la opinión publicada, que no pública. A falta de partidos y meses de competición para abonar con razones las posiciones de ambos bandos, basta hoy rascar un poquito con la uña y comprobar quién defiende cada bandera. Y en la oficial se alinean directivas, sus altavoces mediáticos y ciertos arribistas para hacernos comulgar con su rueda de molino preferida, ese indisimulado deseo de convencernos que la historia empieza cuando ellos toman posesión del legado. Si hubiera sido un desastre, lo achacarían a la herencia recibida, como pasa en el mundillo de la administración pública y política. Como no lo fue, desean colocarse nuevas medallas en la pechera y en la espera, acusan de adversario quintacolumnista a cualquier razonado crítico. O lo que es lo mismo, a todo aquel que no desee contemporizar con su sesgado discurso. Se va a liar una buena en el Barça, no hace falta echar las cartas ni jugar a adivino para alcanzar tal conclusión, porque sus ejecutivos están empeñados en prevalecer por encima del pasado triunfal y ese resulta exagerado riesgo. En ocasiones, la juerga empieza desde abajo, pero esta la están montando desde arriba por su desenfrenado deseo de reconocimiento, negado por el peso de la evidencia. Heredaron una maravilla, marcharon por inercia y ahora deben gestionar la continuidad. Y eso les ha puesto de los nervios, por lo visto.

Un amigo me recordaba días atrás la sentencia de Eduardo Galeano separando el mundo, no sé si lo sintetizaba en el periodismo deportivo, entre dos tipos de gente: los indignos y los indignados. No hace falta decir que me iría con Pattullo y con Allan Nyom allá donde ellos dijeran. El segundo nombre de pila del ultrajado jugador es Romeo, encima, por si queremos aún mayor contraste y distancia ante los necios. Frustrante, la indignación. Mandan los indignos de todo tipo. Por costumbre eterna, será…

Cuídese, caballero. Un abrazo otoñal,

Poblenou, sede de la peña Pattullo-Nyom

 

           

* Frederic Porta es periodista y escritor.




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