Fútbol / Crónicas 2013-2014 / Italia
Repetía alineación Mazzarri por tercer partido consecutivo, y eso ya habla muy bien de lo rápido que ha sentado las bases en este Inter. El extécnico del Napoli ha repetido con diez titulares las cinco jornadas de Serie A, y en el único puesto que se le presentaban dudas, el de interior izquierdo escoltando a Cambiasso, se ha decidido definitivamente por el argelino Taider, tras haber probado en las dos primeras jornadas con Kuzmanovic primero y Kovacic después. Este hecho por sí solo ya es un triunfo. Mazzarri, en un mes de competición, ya tiene un once tipo estable encajado en un 3-5-1-1 innegociable, comprendido y aceptado por sus jugadores.
Montella, hasta la lesión de Mario Gómez hace dos semanas, tenía claro el esquema. El dúo Gómez-Rossi no se discutía, y el 3-5-2 con Cuadrado y Pasqual como carrileros de larguísimo recorrido estaba cuajando. Las bajas de Mario Gómez y Cuadrado se cargaron esta idea, y desde entonces el Aeroplanino ha probado distintas fórmulas buscando combinar lo más arriba posible con el objetivo de potenciar las virtudes de Giuseppe Rossi, su jugador franquicia en estos momentos. Salió la Fiore con un 4-3-2-1 ocupando las bandas de manera más posicional que incisiva, para buscar más juego por dentro. Joaquín y Mati Fernández iban a ser los socios de Rossi en ataque buscando dañar mediante combinaciones la poblada defensa interista. En el centro, Montella colocó a Ambrosini –sobresaliente en su cometido–, consciente de que el Inter no le iba a disputar el balón, ni siquiera iba a intentar irlo a buscar, pero que de cada robo iba a intentar atacar los espacios de un equipo al que tanto le cuesta correr hacia atrás.
Y esa fue la puesta en escena. El Inter le regaló la pelota a la Fiorentina para mantenerse replegado durante toda la primera parte, con las líneas tan juntas que casi se confundían. La Fiore circulaba el balón pero adolecía de falta de profundidad, sus atacantes recibían al pie porque el Inter no concedía espacios y solo en jugadas aisladas de Rossi o Joaquín conseguía inquietar a Handanovic, soberbio como siempre. El Inter, sin embargo, estaba cómodo. La idea de Mazzarri no engaña a nadie, es consciente de las limitaciones del equipo y aunque su esquema sea fijo se adapta a las características del rival, virtud ninguneada por muchos pero de difícil ejecución, y de grandes resultados cuando se lleva a cabo tan bien como lo hizo ayer el Inter. La ejecución colectiva de la idea del técnico de Livorno no pudo ser mejor. El Inter solo buscaba robar el balón donde realmente pudiese hacer daño, donde poder desplegar contragolpes en las que Ricky Álvarez –que pasa por un momento de confianza tremendo– se erigiera protagonista. Han pasado más de tres años desde la triunfal salida de Mourinho del Giuseppe Meazza; por ese banquillo han pasado Benítez, Leonardo, Gasperini, Ranieri y Stramaccioni, y con ninguno de ellos se vio al equipo con la intensidad y agresividad con la que juega este Inter, que se llevó todos los lances del juego en los que no se exigió técnica con balón.
Quizá el despiste más grave de la zaga interista vino con la jugada que acabaría en el penalti provocado por Joaquín. Tanto se estaba atacando por el centro que el Inter descuidó las bandas, y una internada por la izquierda de Marcos Alonso –que había sustituido a Pasqual en la primera parte por problemas musculares– fue interpretada perfectamente por Borja Valero, que en profundidad asistió a Alonso para que de primeras colocara un centro raso para Joaquín, que en boca de gol fue derribado. El penalti lo convirtió Rossi –pichichi de la Serie A con cinco goles en cinco partidos, empatado con Cerci–, que para alegría de los aficionados viola y de la selección italiana está de vuelta. Acto seguido Mazzarri sacó a Taider para meter a Kovacic y el Inter cogió la iniciativa. Porque quiso y porque le dejó la Fiore, que como le sucediera ante el Cagliari hace menos de dos semanas reculó para defender un botín demasiado frágil. Y no está hecha esta Fiore para defender. Montella quitó a Rossi para dar entrada a Ilicic. Metía desborde y descaro para sacar liderazgo y carisma, algo que necesitaba más que lo primero en esos momentos. La zaga viola es un flan y así se vio en el córner que propició el empate. Tres disputas en el área pequeña concedió la Fiorentina y las perdió todas, hasta que Cambiasso pudo controlar con el pecho y en un complicado escorzo volear delante de Neto para abrir un partido nuevo de guión imprevisible.
La tuvo la Fiore a diez minutos del final con una internada fantástica de Borja Valero que acabó con un disparo al muñeco de Ilicic cuando tenía todo a favor. Tres minutos después, la oportunidad se pintó en el área contraria, y el Inter no falló. Una asistencia de Ricky Álvarez dejó a Jonathan –muy discreto todo el partido– con tiempo para controlar con el pecho dentro del área y fusilar a Neto. La Fiore había planteado un encuentro valiente y serio, pero la fragilidad defensiva se había cargado un partido macho, de los que a final de temporada marcarán quién va a Europa y quién no. El Inter ni es exquisito ni busca enamorar, pero Mazzarri ha armado desde la épica un equipo solidario, aguerrido y convencido. Y un conjunto así es más difícil de tumbar. Trece puntos de quince posibles para un Inter que mientras asiste al crecimiento de jóvenes como Ricky o Icardi y al asentamiento de una idea colectiva, espera que se asiente del Príncipe Milito, que tiene demasiado arraigado el gol en su instinto y debe poner la dinamita en un equipo en el que hasta el más pulcro se ha puesto el mono de obrero.
* Alberto Egea.
– Foto: Giuseppe Cacace (AFP)
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