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El mejor gol de César

por el 12 septiembre, 2013 • 9:33

Barça 5 - Oviedo 2 (12-9-1948)

Barça 5 – Oviedo 2 (12-9-1948)

Pasado mañana, jueves, se cumplen 65 redondos años desde la consecución del mejor gol de César Rodríguez vistiendo los colores del Fútbol Club Barcelona. Y ya metidos en materia de efemérides, Lionel Messi se halla tan sólo a tres goles de igualar al recordado Pelucas en quinta posición de la clasificación histórica entre los goleadores de la liga española, 220 del genio argentino contra los 223 que el fantástico futbolista leonés sellara al servicio de diversos clubes, incluidos los 192 firmados con la camiseta de franjas azulgranas, a los que cabe sumar los obtenidos al servicio del Granada cuando era aún una promesa, los de su Cultural Leonesa en su efímero paso por la máxima división y aquellos, ya en largo y agradable declive, sellados mientras protagonizó la primera de las épocas históricas de un gran Elche. Con el Barça, César los labró a través de 13 temporadas y más de 350 encuentros disputados en la competición española.

Muy lejos aún, casi a medio siglo de distancia, de la fama y notoriedad pública que otorgan las transmisiones televisivas, las audiencias masivas que proporciona la globalización y el candelero continuo en difusión del fenómeno internet, aquel 12 de septiembre de 1948 el Barcelona se estrenaba contra el Oviedo en la jornada inaugural de liga disputada en Les Corts. El partido se saldó con un marcador de 5-2 gracias a cuatro goles de César, un poker bien lustroso si lo calificamos con el lenguaje actual. El segundo del equipo y de su cuenta personal arribaría en el minuto 23 de la primera mitad y quedaría para la posteridad como el más bello jamás obtenido por la gran figura goleadora de posguerra. Sería excesivo proclamar que aquel fue uno de los mejores tantos vistos en la vieja catedral azulgrana, casi ejemplo de oportunismo dado el escaso legado que, en materia de obras de arte firmadas por futbolistas, ha llegado hasta nuestros días, pero algunos supervivientes consultados ratifican la magnitud, belleza y categoría de aquel gol. Octogenarios hoy, por suerte con fotográfica memoria, los sabios de la tribu sitúan el prodigio al sensacional nivel de las veneradas creaciones del propio Messi contra el Getafe en Copa del Rey o, cómo no, el eterno eslalon diseñado por Diego Armando Maradona ante Inglaterra en aquel Mundial del 86, estadio Azteca de México, en leyenda agrandada por las circunstancias políticas concurrentes para la sublimación del momento. El caso es ir driblando rivales, sorteándolos desde lejana distancia en proeza individual, sin reparar en trabas, tácticas o marcajes, tan sólo propulsado el autor por su tremendo afán de depositar el cuero allá donde vive la gloria, siempre empadronada en la red contraria. Permitan un simple inciso dedicado en homenaje al sentido del humor del argentino Enrique, quien siempre aparece en asociación de ideas cuando toca rememorar la hiperbólica gesta del barrilete cósmico. Ante los periodistas contemporáneos, Enrique se vanagloriaba con la mayor ironía de haber dado medio gol al Pelusa, poniéndole el balón al pie en toquecito corto y sin riesgo a más de cincuenta metros del arco defendido por Shilton. Ya dicen que más vale caer en gracia que ser gracioso y con tan imaginativa ocurrencia, seguro que Enrique se ha labrado su puesto en la posteridad. Totalmente secundario, sí, pero de lo más divertido.

Volvamos a la tarde del 48. César Rodríguez también recibe el balón antes de cruzar la divisoria del terreno, pegadito a la tribuna de Les Corts. A diferencia de sus posteriores émulos, fue driblando rivales mientras sorteaba de paso la línea de cal. Los asturianos pretendían frenarle con alguna zancadilla y no faltaron los agarrones de camiseta. Pero César seguía, erre que erre, recto y directo hasta alcanzar el borde del área. Allí, en giro de ángulo recto, perseveró para enfilar centrales y zagueros que le salían al paso. Ya dentro de la cueva rival, soltó un zambombazo a media altura que, dejémonos llevar por los tópicos del lenguaje periodístico de la época, hizo inútil la estirada de Argila, guardameta ovetense. Difícil imaginar la gresca organizada en el coliseo para celebrar la proeza del goleador y escribimos imaginar por razones obvias: Tan sólo ha llegado hasta un hoy un testimonio gráfico del gran Ramón Dimas, fotógrafo de postín en aquella era, de los primeros profesionales capaces de captar la belleza del detalle en plena acción para ver plasmado su trabajo en diarios y revistas especializadas. No hace falta insistir en que quedan pocos testigos presenciales de aquella genialidad, pero bastará con las referencias publicadas en Vida Deportiva, el semanario básico en aquellos tiempos, las páginas donde el aficionado debía ir a buscar la narración de aquellos partidos, las pocas instantáneas en color marrón, a falta de otros adelantos técnicos, léase esa televisión que aún tardaría más de una década en ofrecer encuentros apasionantes para la ávida audiencia española. O siquiera resúmenes.

Lástima que la citada revista no firmara las crónicas de sus expertos. Así, nos hemos quedado sin saber quién escribió aquella inflamada oda al gol de César. Bajo el epígrafe Un gol de bandera y el antetítulo, no muy ingenioso pero sí entrañable, Juguemos la WM dando al César lo que es del César, el periodista se explayaba sin reservas: “El segundo gol del Barcelona ante el Oviedo puede ser que pase a la historia. ¿Qué hizo César? Simplemente, recoger un balón en el centro del campo y él solito, sortear obstáculos y llevarlo a la red contraria”. El hombre aprovechaba la ocasión, recuerden, hace 65 años, para cargar tintas contra los corsés tácticos que, según él, limitaban la iniciativa individual a mayor gloria de la estrategia colectiva, hecho que convertía los lances del momento en un continuo “tejer y destejer”, pase, pase, otro pase más sin que a nadie le diera un arrebato de genio para distraer al respetable, tal como, decía el redactor, acostumbraba a ver aquella misma plaza con las inolvidables faenas de Samitier. O sea, que César le había llevado hasta sus mitificados tiempos mozos a base de talento único, personal y, por supuesto, intransferible.

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Y ya decidido a describir hechos, el narrador de Vida Deportiva seguía con el superlativo: “Con el segundo gol que hizo ayer, César puso en pie a todo el público y escuchó la ovación más grande que oírse puede. Yo creo que nadie puede repetirlo, como no sea él mismo. ¡Qué gol más espectacular y científico! Alardes de facultades, de gran conocimiento del juego, de enorme confianza en sus propias fuerzas. Jamás habíamos visto realización más perfecta, ni en los mejores tiempos de nuestro fútbol, ni en la época de los mejores maestros (…) La explicación es un pálido reflejo de la realidad. Podríamos decir que con este gol de César se ha escrito toda la historia de nuestro fútbol. Ése es César, el jugador modesto y maestro, el más completo de todos y el único. Y si los que no lo vieron, no quieren creerlo, peor para ellos…”.  Ahí queda eso.

La estima incondicional de afición y prensa barcelonesa por César quedaba a idéntico nivel de la entrega y devoción que el fenómeno leonés profesaba por el club y sus seguidores. Hasta la llegada de Kubala, César era el Messi de hoy, alma y referencia del equipo. Atlético y fibroso, casi nunca se lesionaba, pero si no podía figurar en el once inicial, a los ancestros barcelonistas habituales de Les Corts no les llegaba, literalmente, la camisa al cuerpo ante la sola mención y confirmación de su ausencia, ya que era el Pelucas quien, por costumbre y liderazgo, se cargaba el equipo a la espalda y representaba cualquier papel en la función, fuera protagonista o secundario. Subía, bajaba, apoyaba, goleaba, sacaba las faltas en trallazo directo buscando un resquicio en la barrera rival y, sobre todo, remataba de cabeza que era un primor verlo. Cada vez que se nos ocurre mencionar ante el oráculo barcelonista la excelencia en dicho arte del gran Sándor Kocsis, aquel mítico Cabeza de Oro de fama internacional, salta un viejo hincha barcelonista dispuesto a darnos el alto: para el carro, chaval, que César tampoco era manco… No remataba, dirigía el balón, acariciaba el esférico, buscaba el primer palo cuando los córneres eran todavía medio gol si los lanzaba Estanislao Basora y fulminaba César, allá, libre de marca, para enviar la pelota al poste contrario marcando los tiempos de ejecución, con una plástica, un acierto, una categoría que los veteranos entendidos no olvidarán mientras vivan. Era César Rodríguez estimadísimo por el público y nada cambió ni siquiera con la revolucionaria llegada de Kubala, de quien fue lugarteniente e íntimo amigo, sin reservas ni lugar para las envidias de protagonismo.

Cesar cap 1

En la biografía –aún por escribir– del prodigio leonés yace alguna anécdota de carácter impagable, de las que reflejan la bonhomía y calidad humana del personaje. Como muestra, las prolongadas ovaciones que se llevaba, ya muy veterano, cada vez que visitaba Les Corts o, incluso, el Camp Nou, liderando al Elche, equipo que ascendió desde Tercera a Primera en el doble papel de jugador y entrenador, y dónde acabó sentando cátedra de cómo debe jugar un central cuando había cumplido los 39 años de edad. Ya como entrenador del propio Barcelona, César colocó a Martí Vergés como secante a ultranza de Ladislao Kubala cuando el mito retornó al Estadi vistiendo la zamarra del Espanyol. No dictó el severo marcaje por temor a la calidad en decadencia de aquel auténtico monstruo, nada de eso. Disimulaba así las carencias del veterano amigo del alma, que bastante factura estaba pagando ya al escuchar una monumental silbatina del Camp Nou por la (discutible) traición de haber desertado a filas pericas. El Barça ganó fácil en aquel regreso por 4-0 y ningún periodista pudo decir o escribir que Kubala estaba acabado. Había sido fruto de un gran marcaje de Vergés y punto, maniobra de distracción elaborada por César como quien crea una mentirijilla piadosa para no dañar la leyenda del amigo.

Como dirían sus contemporáneos, al César lo que es de César, aprovechando la excusa de este par de fechas y cifras a recordar. Se cumplen 18 años desde que perdimos su atlética presencia, la estimada compañía de aquel fenómeno del barcelonismo, hoy, desgraciadamente, apenas conocido por las nuevas generaciones. César Rodríguez fue el primer pilar de reconstrucción en aquel Barcelona de posguerra. Y, permitan la última anécdota dedicada a su memoria, como recuerda Lluís Solá en un entrañable libro a punto de aparición, tienes que ser muy, muy barcelonista para que en la lápida de tu nicho, número 2.767 del cementerio de Les Corts, último lugar de reposo terrenal para la familia Rodríguez-Revillo, sólo ponga César en un mármol donde la silueta del finado aparece vistiendo la camiseta azulgrana, con el escudo de la entidad coronando el conjunto mortuorio. 65 años del mejor gol de César. Alguien tenía que recordarlo.

* Frederic Porta es escritor y periodista.




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