Fue Napoleón Bonaparte quien dijo: “No luches demasiado con un enemigo o terminarás enseñándole todo lo que sabes sobre el arte de la guerra”. Eso les ha ocurrido a Barça y Real Madrid, que se han enfrentado 12 veces en 18 meses y se conocen como si entrenaran juntos. Ahora mismo, la capacidad de sorprenderse unos a otros es mínima, incluso si los entrenadores respectivos deciden sorprender al rival. Cualquier sorpresa, perdonen la aparente contradicción, no sorprende. Doce encuentros disputados en año y medio (en realidad, en doce meses de competición) han permitido efectuar todo tipo de planteamientos, variantes, modificaciones, correcciones, intentos de sorpresa… y también repeticiones y repeticiones de lo mismo. Un Madrid que presiona arriba durante 15 minutos y se repliega más tarde en busca de robar un balón para contragolpear. Un Barça que, bajo cualquier circunstancia, decide seguir su camino habitual, sin modificar trazos ni recorridos, incluso a riesgo de ser mordido por el león que tiene delante. Y así doce veces seguidas. Imposible no acabar mostrándole todas tus entrañas al rival.
En otra pieza analizamos el juego del Real Madrid. Añadamos aquí un aspecto fundamental si el Barça quiere que Messi vuele libre: alguien debe empujar a Pepe hacia el área de Casillas. La diferencia fundamental entre la ida y la vuelta de la reciente Supercopa no fue la disposición inicial presentada por Tito Vilanova, que quizás también, sino la presencia de Pepe en el segundo encuentro. Sin él, la ida fue un martirio blanco, con Albiol cerca de Casillas y el Barça con aire para respirar, moverse y circular. Con Pepe en el Bernabéu, todo ese espacio desapareció, engullido por la energía del portugués, que situó la línea defensiva muy arriba, próxima al círculo central, y junto a la de medios de su equipo. Entre todos ellos asfixiaron al Barça: en esas condiciones resulta inevitable perder balones, lo que equivale a peligro merengue.
Meses antes, sin embargo, en diciembre de 2011, el Barça salió al Bernabéu con solo dos delanteros, de los cuales uno (Messi) se dedicó a revolotear por todo el campo. El chileno Alexis se encargó de una misión importante: arrastrar a Pepe y Ramos fuera de sus posiciones habituales, alejarles del centro del campo y, a base de presión y desmarques, acercarles a la meta de Casillas. Alexis bordó aquella misión, más allá de marcar un gol: empujó y empujó a los centrales merengues, les llevó lejos de Messi, creó los espacios para las llegadas de Cesc e Iniesta, que permutaban posiciones entre el interior y la banda izquierda… En definitiva, al igual que en partidos anteriores, concretamente los de la maratón de Clásicos en abril de 2011, Pepe resultó clave por tantas razones conocidas, también lo fue en diciembre cuando Alexis le aplastó contra Casillas y en agosto cuando nadie del Barça consiguió emular la tarea del chileno y el portugués jugó tan adelantado como quiso.
– Foto: Reuters
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