Que baje un forense con tres carreras y ausculte el cadáver de Los Angeles Lakers. Harán falta conocimientos médicos, deportivos, necrológicos y de las ciencias más profundas de la psique. Sucede que no es fácil poner en sentido el relato amarillo de la temporada 12/13, por momentos una sucesión de plagas bíblicas y no pocos despropósitos, siempre a merced del nuevo contratiempo, del nuevo tropezón. Difícilmente se encontrará en la historia de la NBA un ejemplo más singular de fiasco, que mezcle de forma tan confusa el error, la torpeza, la mala suerte y la desgracia. Normalmente, los fracasos brindan causas más ciertas, culpables con domicilio, pero la historia de los Lakers de D’Antoni (y Brown y Bickerstaff) es una peculiar macedonia de frutas mustias.
Para ellos se acabó la temporada bajo la escoba de San Antonio y hubo incluso –no es una metáfora– algún suspiro de alivio y liberación. Se puede entender. El quinteto de los Lakers el domingo por la noche era una mueca, la demostración postrera de un año torcido a conciencia. Gasol y Howard salían con Clark, Morris y Goudelock, lo que significa llegar a final de temporada con una mano delante y otra detrás, un sarcasmo mayúsculo para el equipo del impuesto de lujo. No obstante, debiera quedar claro que el problema no es la plantilla, o al menos la capacidad de la misma. En todo caso, la disfunción estaría en el tipo de plantilla, pues lo que fue bueno para Brown en modo alguno puede serlo para D’Antoni, tan distintos como el día y la noche. Antes bien, se viene cargando contra el roster angelino desde que el equipo ya no campeona, pero aquellos éxitos desmienten la tesis.
Aparece el nombre del Phil Jackson. Zen Master siempre hizo mucho con no tanto, y no parece haber mejor termómetro para un entrenador. Los Bulls de los 90’ nunca fueron ninguna constelación. Tampoco los Lakers de la fiebre amarilla, pese al lujo y el aplastamiento. Y aún está fresco en la memoria el equipo del back to back de 2009 y 2010, acaso el mejor ejemplo de todos. Cuando se señaló estos años a hombres como Steve Blake, Troy Murphy, Matt Barnes, Josh McRoberts, Ramon Sessions o Chris Duhon, cabía rescatar otros nombres para empatar, como los de Shannon Brown, Jordan Farmar, Sasha Vujacic, Josh Powell, Trevor Ariza o Luke Walton. Hecho esto, como en un pasatiempo dominical de encontrar las diferencias, resulta que aquéllos no eran muy diferentes a éstos, y lo que ahora parece defecto antes fue virtud, o al menos sí servía para ganar. De modo que podemos coger por enésima vez la frasecilla de James Carville y fusilarla a voluntad: es el equipo, estúpido. No la plantilla. Que se lo digan al Atlético de Madrid.
* Carlos Zumer es periodista.
– Foto: NBA
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