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"Donde está la fuerza también está, en ocasiones, la debilidad". David Llada


Deportes / Tenis

Extraordinariamente normal

por el 9 junio, 2014 • 10:03

TENNIS - INTERNATIONAUX DE FRANCE 2014

Esta historia se empieza a escribir hace nueve años, concretamente en mayo de 2005. Un muchacho con 19 primaveras recién cumplidas participa por primera vez en Roland Garros. Hablamos del torneo más importante celebrado sobre polvo de ladrillo y aquel que todos nuestros tenistas han soñado desde adolescentes con ganar. Muchos incluso lo consiguieron, pero no nos desviemos. La hazaña se produjo quince días más tarde y en una final que sobrepasó las tres horas y media de duración. El imberbe jugador, inexperto en estas plazas, se coronaba rey en París rompiendo todos los pronósticos. Pura casualidad, pensaron algunos. Los mismos que anoche cerraron los ojos viendo cómo nueve cetros de idéntica resolución iluminan las vitrinas de Rafael Nadal Parera, el mejor tenista de la historia sobre tierra batida.

El partido transcurre bajo una igualdad extrema. Dos pistoleros machacando a su rival con las mejores armas de su artillería. Una guerra donde quien ofrezca cualquier debilidad significa asomarse al abismo. El primero en morder es el serbio, a quien la experiencia le ha enseñado que apuntarse la primera manga es tener media batalla ganada. Así lo hizo, igual que en otras treintaicinco finales previas, en las que la combinación siempre fue la misma: set inicial en el bolsillo, título a la maleta. Pero el viaje es largo, y si tu compañero de aventuras es el oriundo de Manacor, lo mejor es que te prepares para unas cuantas paradas adicionales. Aunque la pregunta no es cómo lo hace. La pregunta es por qué.

Cuando uno ha luchado con ahínco para conseguir algo, lo normal es que el apetito de éxito disminuya. Bajará mucho más si te llega pronto, pongamos por caso que a los 24 años has gobernado en los cuatro estadios más prestigiosos del circuito. Podríamos sumarle que has hecho trizas todos los récords de precocidad en tu deporte y que, según los datos, representas la figura del máximo dominador de todos los tiempos sobre la superficie más lenta del planeta. Algunos osados, no tiemblan incluso al nombrarte como el futuro mejor tenista de la historia. En su país ya no hay ninguna duda de que eres el deportista más grande que ha defendido sus colores. Y así hasta compilar una lista de logros y elogios que harían que cualquiera recogiera sus cosas y se dedicara única y exclusivamente a disfrutar de la vida y a escuchar cómo le regalan los oídos cada mañana. Rafa Nadal de esto último no entiende ni la a.

Es una ambición y unas ganas de triunfar no vistas nunca antes. Una mentalidad enfocada hacia el trabajo y el sacrificio que, inevitablemente, acaba desembocando en la victoria. Una agresividad y una actitud que sirven para remontar un parcial en contra y luego hacerse dueño de una final que se había complicado. Son esas dificultades las que activan el generador de adrenalina en el corazón del campeón, los obstáculos que inician la remontada desde las profundidades de Rafa hasta la última cuerda de la raqueta que empuña. ¿Pero por qué? ¿Por qué lo intenta si no le remonta un partido a Djokovic desde 2009? ¿Por qué si ha salido derrotado en los últimos cuatro enfrentamientos ante él sin apenas inmutarse? ¿Por qué si sabe que el balcánico está más comprometido que nunca para adueñarse del único grande que le falta? En su cajón cuenta con ocho trofeos como este, ¿se va a acabar el mundo porque no gane nueve? “Entrenaré como Rambo si hace falta para conquistar Roland Garros“, afirmó Nole a principio de temporada. No sabía que el día de la final iba a tener como rival a Sansón.

Toni Nadal observaba desde la grada, tranquilo, confiado. Desde el día en que empezaron a trabajar juntos le había enseñado a su sobrino todos los golpes, del primero al último, poniendo especial atención a esa derecha mortífera que exhala desde su brazo izquierdo. Por si la técnica fallaba, su tío había puesto en marcha un plan B para sobrevivir bajo las peores tormentas. Un segundo camino igual de rentable hacia el Game, set & match. El arma más terrible mostrado por un jugador desde que comenzara la Era Open: una mentalidad infranqueable. Es en la cabeza del español donde se crea la primera chispa, la que provoca el fuego definitivo para que la Copa de los Mosqueteros vuelva a las mismas manos que en los últimos cuatro años. A partir de ahí, el manacorense arranca con su saque, rema con su revés y cabalga con su drive. Djokovic solo puede unirse a la ovación general con esa mirada incrédula y de admiración hacia el que ha levantado el trofeo en nueve de los diez últimos cursos. Las agallas del serbio lo mantienen vivo en la pelea, hasta que el número uno pone punto y final a otro capítulo inolvidable (3-6, 7-5, 6-2, 6-4). Con este ya son catorce Grand Slams, a solo tres de los diecisiete de Roger Federer. Diez años consecutivos levantando al menos un major, marca que supera a los nueve que él mismo había impuesto. Números, datos, estadísticas. Sin embargo, la grandeza reside en otro lugar.

Son los valores que representa, es la pasión que genera, es el respeto que infunda, el coraje que demuestra. La entrega que tiene, el esfuerzo que arrastra, los bemoles que le pone. El amor que siente por un deporte que se lo ha dado todo y al que intenta devolverle el favor con tardes de gloria como la de ayer. Yo qué se. Son tantas las veces que ha superado a la adversidad que cualquier adjetivo ya se queda pequeño, minúsculo, insustancial. Se ha hecho imposible reflejar en cuatro párrafos lo que este chaval de Manacor ha conseguido en el deporte, en España y en la vida. No solo aquí. Salgan fuera, pregunten a la gente, llamen a Suiza, Serbia o Escocia. Intenten encontrar una opinión negativa sobre él. Es algo tan repetitivo como cierto. Nunca nadie hizo tanto daño al periodismo como Rafael Nadal, dejando a los profesionales de la comunicación en una situación impotente en cuanto a la expectación que levanta. Uno, dos tres, cuatro Roland Garros… ¿pero nueve? ¿¡nueve?! Pero si ya con seis éramos incapaces de catalogarlo. ¿Qué se puede decir de alguien que tiene una marca de 66-1 en el Grand Slam parisino? ¿Alguien que pasa de las 300 victorias en arcilla con 28 años? ¿Alguien que ha relegado a Björn Borg a la etiqueta de buen tenista sobre polvo de ladrillo? Se trata de un terreno donde nadie le hace sombra, ninguno se le acerca, apenas se le puede discutir. Un extraterrestre inmerso en un planeta exclusivo dictando su propia ley.

Solamente hay una cosa que ha hecho mal el balear: malacostumbrarnos. Rafa Nadal vuelve a derrotar a Roger Federer, Rafa Nadal campeón de Roland Garros, Rafa Nadal termina la temporada como número uno del mundo. ¿A quién extrañan estas cosas? ¿A quién sorprende? Rafa ha convertido las retos más inverosímiles del deporte en hechos cotidianos, comunes, casi naturales. Ha vestido a lo extraordinario con el traje de normalidad, y lo ha hecho desde la humildad, la sencillez y el sacrificio. Todos los premios que le lleguen serán pocos. Todos los aplausos que le otorguen quedarán sordos. Ninguno de los artículos que le escriban, este incluido, hará suficiente homenaje a su carrera profesional. No está a nuestro alcance. Solo el tiempo le dará el valor correspondiente al conjunto de proezas que este tenista ha consumado. Llegará el día en que en España nos demos cuenta de lo privilegiados que hemos sido por coincidir con este héroe. Y algún día, también él descubrirá todo lo que le ha dado a este país, algo que ni siquiera se imagina. Rafael Nadal, único en su especie.

* Fernando Murciego es periodista.


– Foto: Fédération Française de Tennis




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