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Mourinho y el arte de hacer que no pase nada

por el 23 abril, 2014 • 11:30

Tantos sistemas y tantos perfiles distintos de cada sistema ha empleado Mourinho en las grandes citas de esta temporada –sobre todo fuera de casa– que ha convertido en indescifrable para el rival cada puesta en escena del Chelsea, retrasando la solución a todas las incógnitas no ya al anuncio de las alineaciones, sino al pitido inicial.

Anoche, enseguida se mostraron las cartas sobre el tapete. El once de Mourinho dejaba la duda de si veríamos un 4-3-3 con Obi Mikel en la base y Lampard y David Luiz como interiores mandando a Ramires al extremo derecho, un 4-2-3-1 con el nigeriano y el brasileño en el doble pivote o un 4-1-4-1 con Mikel en la base por delante de la defensa. El técnico portugués optaría por este último, fortaleciendo el centro del campo con Lampard y David Luiz (ubicados como interiores), auxiliados por Ramires desde el extremo derecho, con Willian en el izquierdo como hipotético lanzador de contragolpes tras cada robo y la zancada de Torres en punta como amenaza de la espalda de Miranda y Godín. Todavía lesionado, Hazard ni siquiera se vistió y el brasileño Oscar, como en casi todos los partidos de prestigio jugados a domicilio desde diciembre –Emirates, Etihad, Ali Sami Yen…– se quedaba en el banquillo acompañando de forma sorprendente a Schürrle –atacante más en forma de los visitantes–, dos piezas que podían ser claves desde la suplencia dependiendo del transcurrir del partido. En la zaga, la baja de Ivanovic desplazaba a Azpilicueta al lateral derecho, dejando el izquierdo a Cole, que desde principios de noviembre había sido titular solo siete veces en todas las competiciones.

Por su parte Simeone entendió, como no podía ser de otra forma, que el Chelsea le iba a ceder con gusto la iniciativa del partido y que tendría que ser su equipo el que propusiera con balón, esa faceta que lleva explotando de cada rival desde que cogiera las riendas del Atlético. El Cholo sacrificó a Villa para meter a Diego como mediapunta por detrás de Diego Costa –Arda estaba tocado– con el objetivo de ganar seguridad en la posesión y desequilibrio con balón, comenzando Raúl García en la derecha, Koke en la izquierda y la pareja Mario Suárez-Gabi en el doble pivote en detrimento de Tiago.

UN LABERINTO DISEÑADO CON UNA SOLA SALIDA

En esa tarea de proponer, el Chelsea iba a ceder una única vía de escape al Atlético, al que no le quedó más remedio que aceptar. Mourinho colocó diez hombres por detrás del balón en fase defensiva –solo Torres quedaba descolgado– que esperaron en su campo dibujando dos líneas de cuatro tan juntas que casi se confundían, con Obi Mikel entre ambas como escalón intermedio que poblaba de camisetas negras el carril central y que obligaba al Atlético a salir por fuera, donde se veía abocado a colgar centros laterales no solo como forma de atacar sino también como forma de protegerse, minimizando el riesgo de pérdida con un recurso sencillo para acabar jugadas. El dominio insultante del Chelsea en los balones aéreos hacía de cada centro un caramelo para las cabezas de Cahill –que sacó de quicio a Costa con un marcaje extraordinario–, Terry, David Luiz y Mikel, que ejercían de frontones inabordables. Las expectativas del Atlético pasaban por las segundas jugadas producto de estos centros, bien por despejes fallidos, rechazos –Diego Costa estrelló contra Azpilicueta uno de estos– o disparos lejanos como el de Mario Suárez, permitidos por una defensa que, asentada en esa zona retrasada donde tan cómoda se siente, por momentos reculaba demasiado. Era el Atlético el que tenía que crear, pero fue Mourinho el que le dijo el qué y el cómo. Cerrando todos los pasillos interiores e impidiendo a Diego recibir a la espalda de Ramires, el Chelsea enseñaba el camino de las bandas, haciendo del partido un monólogo que solo aspiraba a romperse a balón parado, en un error de bulto o en una genialidad.

Las opciones del Chelsea en ataque pasaban por los pies de Lampard a balón parado, por una conducción de sesenta metros de Willian en un contragolpe –un milagro para cualquier mortal sin apenas socios en el despliegue y que se esté vaciando como segundo lateral– o por una balón largo a Torres, que en su batalla contra el mundo de cada acción sacó una ventaja con la que alimentar a su equipo en forma de córner, falta provocada cerca del área o protegiendo el balón para que los suyos ganaran metros y esos segundos de respiro que tan caros estaba poniendo el ímpetu colchonero.

UN 4-4-2 ANTE LAS CIRCUNSTANCIAS

Una vez asimilado que el Chelsea no iba a arriesgar lo más mínimo, Simeone mandó a Raúl García al área a pelear con Diego Costa el aluvión de centros, limpiándole la banda a Juanfran, que ganó presencia a costa de regalar su espalda constantemente, imprudencia que los visitantes, más pendientes de blindar su portería, ni siquiera intentaron aprovechar. Diego asumía responsabilidades en el centro del ataque mezclando aperturas a la banda con acciones individuales que solo podían acabar en disparo lejano en el mejor de los casos, pues ni al Atlético le sobra virtuosismo para combinar con rapidez en la medialuna ni el Chelsea ofrecía espacios para demostrarlo.

Era difícil resaltar la labor de un jugador del Chelsea sobre el resto porque todos se beneficiaban del excelente trabajo grupal. Una defensa de calidad basada en el orden, tan intensa, tan pulida, que hacía que cada jugador escondiera sus carencias en la fuerza del colectivo, dejando en el olvido los 35 años de Lampard –arropado físicamente por Mikel y Luiz–, las limitaciones de Mikel, la inactividad de Cole, la baja de Ivanovic e incluso la de Cech, que lesionado por una mala caída tras un choque con Raúl García dejó su puesto a un Schwarzer (41 años), que tuvo menos trabajo del que seguramente esperaba. Mourinho confirmaría después en rueda de prensa que la temporada de Cech había acabado y que Terry, que también cayó lesionado a dieciocho minutos del final, es probable que tampoco pueda estar para el encuentro de vuelta.

A la hora de partido, Simeone sacó a Diego para meter a Arda Turan, que cayendo a la banda –la zona de la mediapunta era el camarote de los hermanos Marx– encontraba más facilidad para buscar ventajas y poner centros laterales en lo que ya era un 4-4-2 con Diego Costa y Raúl García como nueves. La lesión de Terry iba a abrir opciones de victoria en los duelos aéreos al Atlético. Schürrle entró al campo para ocupar la posición de Ramires, que a su vez pasaba a ser interior en lugar de un David Luiz que retrasaba su posición para formar en el centro de la zaga. Distintas piezas, mismo diseño. Simeone quitó a Mario Suárez para dar entrada a Sosa, que fresco como estaba iba a buscar desborde y centro desde la derecha, de donde salía Koke para dirigir desde el centro, posición más retrasada donde no llegaba la asfixia blue. El Atlético quemó sus cartuchos volcando su ataque sobre la derecha, lugar en el que Sosa colgaba balones al segundo palo, donde los jugadores rojiblancos se alternaban para emparejarse con Azpilicueta, el más débil por alto. Primero Arda Turan y luego Raúl García rozaron el gol, pero el partido acabaría muriendo sin que el discurso de cada equipo se alterara lo más mínimo.

El Chelsea aprobó con nota su asignatura estrella –la defensa organizada–, mientras que el Atlético cumplió en la que más le cuesta –el ataque estático–, dejando para la vuelta el examen ofensivo del primero donde esta vez no le quedará más remedio que presentarse. Mourinho sacó el resultado que firmaba antes de empezar, pero en Londres le tocará mover ficha al Chelsea, aunque sea de forma prudente, mientras que el Atlético podrá jugar con ese gol soñado que vale doble. Ese gol que te permite ir perdiendo todo el partido por la mínima sabiendo que el fantasma de Iniesta puede estar merodeando Stamford Bridge.

* Alberto Egea.





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