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MAGAZINE / Tenis

Regreso al futuro

por el 17 agosto, 2016 • 1:37

 

Andy Murray, el hombre del momento. El único jugador capaz de duplicar una medalla de oro individual en su vitrina. No tuvo suerte en sus primeros Juegos Olímpicos, Pekín 2008, donde cedió en primera ronda ante Yen-Hsun Lu (¡!) Aquella sería su primera batalla en una cita olímpica, su primera derrota y pero también la única. Tanto en Londres como en Río no ha encontrado rival. Primero fue Federer y cuatro años después Del Potro. Intratable en ambas finales. La bandera británica en todo lo alto y su rostro emocionado seguirá grabado a fuego hasta mínimo 2020, otros cuatro veranos. Doce victorias consecutivas en la modalidad, dieciocho en la temporada (no ha perdido un partido desde que volvió con Lendl) y una regularidad impracticable que le hacen colocarse a la altura del mismísimo Nole. Finalista en Australia, finalista en Madrid, campeón en Roma, finalista en Roland Garros, campeón en Queen’s, campeón en Wimbledon y ahora campeón en los Juegos. Andy Murray es increíble, es brillante, es historia, es tan solo el protagonista de este párrafo. El auténtico vencedor de estos Juegos Olímpicos se llama Juan Martín Del Potro.

Solo alguien con un don especial puede ganar un Grand Slam a los 21 años. Si además lo firmas en el Us Open (2009), última gran parada del curso, y ante Roger Federer, vigente pentacampeón en aquel momento, la proeza va ganando tintes cada vez más bíblicos. Juan Martín Del Potro nació con ese don, con el cometido de romper el imperio que el suizo había construido a sus espaldas y que raquetas como Rafa Nadal o Novak Djokovic ya se habían encargado de tambalear. Su gesta en Nueva York solo fue la confirmación de que aquel diamante realmente valía, que aquella derecha plana y sangrienta era capaz de inclinar al que fuera, pero también que aquellas muñecas débiles y castigadas podrían resultar, en algún momento de su carrera, una rendición prematura debido a la estructura de su golpeo. No fallaron las quinielas. Hasta tres operaciones, ambas muñecas afectadas y casi dos calendarios completos tachados por la inactividad del tandilense (2014 y 2015) le hicieron pensar en el peor de los desenlaces: la retirada. Si una recuperación ya es tormentosa, imagínense tres. Muchas personas de su círculo decidieron bajarse del barco, sus regresos se contaban por recaídas y los doctores no podían asegurar que aquel largometraje no acabara en drama. Cualquiera hubiera tirado la toalla, pero no Juan Martín.

Su vuelta en febrero de este año provocó, ante todo, el alivio del aficionado. Era imposible no sentir empatía por aquel hombre humilde, cercano, cargado de carácter e ilusión que de la noche a la mañana había pasado de ‘próximo emperador’ a ‘guerrillero frustrado’. Más allá de los 1000 primeros del ranking, mediante una invitación y con la muñeca izquierda entre algodones, Delray Beach le abrió las puertas del cielo a Del Potro para volver a sentirse tenista. Llevaba once meses sin entrar a una cancha pero, tantas ganas tenía, que se coló hasta semifinales. Estos detalles ayudan a reconocer el tipo de luchador ante el que estamos.  El argentino fue retomando el pulso con la competición, seguramente lo más arduo de la coyuntura, sumando victorias cada semana pero sin llegar a acaparar los focos. Que sin un triunfo ante Thiem en Madrid por aquí, que si una victoria frente a Dimitrov o Simon en Stuttgart por allá, que sin un bombazo contra Wawrinka en Wimbledon por otro lado… poco a poco la mente del seguidor fue generando recuerdos de aquella torre de 198 centímetros de altura, refrescando su memoria sobre lo injusto que le trató el deporte cuando más de cara tenía el éxito. Sin embargo, la mayoría seguía sin entender el porqué de tanto padecimiento, de tanta angustia, de aquella severa penitencia que Juan Martín había aceptado como propia, hasta el último día, pero sin dejar de combatir contra ella. La recompensa a tanta espera no tardaría en llegar.

Pueden ustedes reunir a los mejores atletas de la historia, no importa la época. Cinco, diez, treinta, los que puedan. Y una vez los tengan enfrente, pregúntenles por los Juegos Olímpicos. ¿Qué significan? El 95% de ellos les responderá con una sola palabra: TODO. Cierto es que el tenis no es la modalidad más emblemática de las Olimpiadas, pero basta con mirar el palmarés desde que en Seúl 88 volviera a ser olímpico. Sorpresas, las justas. Juan Martín Del Potro es ese tipo de jugador que prefiere competir bajo la bandera de su país de manera gratuita que meterse un talón en el bolsillo por ganar un Masters 1000. Una posición impropia y utópica en estos tiempos. El de Tandil se plantó en Río con ganas de revivir la experiencia (fue bronce en Londres) y se encontró en primera ronda con Novak Djokovic, 140 posiciones por delante de él en el ranking. Pobre Juan Martín -pensaron algunos-, qué mala suerte”. Tanta como la que tuvo el serbio, completamente derrumbado  mientras abandonaba la pista central ahogado en su propio llanto tras despedirse en su debut. A esta escena heroica le acompañaron cinco viñetas más, todas pintadas de rosa, hasta desembocar en la final no sin antes dejar en la estocada a Rafael Nadal, imbatido hasta ese día en categoría individual. En juego estaba el oro, la plata, pero no el honor, no el orgullo, no el reconocimiento. Ya no. Río 2016 ya tenía su campeón moral, el color del metal era secundario.

Fue simbólico la entrega de premios y la vuelta de honor al estadio. Dos de los tres medallistas ya descansaban en el vestuario, mientras un tercero todavía paseaba, bandera al hombro, mostrando su plata al tendido patrio. Era él.

 

Dejé hasta la última gota, más de lo que tenía. Ya desde el primer set estaba muy cansado. Venía de tres horas con Nadal, ahora cuatro con Murray… Pero bueno, era por esto y no había dolor que me hiciera frenar. Estoy muy feliz porque me llevo algo conmigo. El tenis es mi vida, sufrí cuando no pude jugar y ahora el tenis me hace feliz de nuevo. Todos los días aquí pasé por algo maravilloso, toda la semana ha sido como un sueño. Es una felicidad enorme lo que atravesé y todo lo que me hicieron sentir desde Argentina. El respeto adentro de la cancha es de las mejores cosas que me pasaron en la vida

Está claro que el factor físico acabó siendo decisivo, que el revés ya no funciona igual que hace un lustro y que el ritmo competitivo presente no alcanza al de Murray, Djokovic o Nadal. Aunque tumbara a dos de los tres. Pero Juan Martín ya no piensa en eso, el objetivo ha cambiado. Apartado el dolor y el miedo al retroceso, el argentino sale de estos Juegos Olímpicos con los deberes hechos y las notas en la mano. Un golpe de efecto sobresaliente que vuelve a fijarlo entre las mejores raquetas del circuito. Recuperar el tiempo perdido ya es imposible, escalar hasta el lugar que se merece es solo cuestión de días. Es la vuelta de un gigante con armamento renovado, el regreso a un futuro que le arrancaron las heridas y que todavía hay tiempo de dibujar.




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