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"La competición no forja el carácter. Lo revela". Imanol Ibarrondo


Atlético Madrid / Fútbol

Tantas rayas en Lisboa

por el 1 mayo, 2014 • 19:48

Delantera de cristal

Delantera de cristal

Arranque de situación y precisiones. Que no se nos moleste nadie del otro flanco finalista. Que tampoco frunza el ceño el tercero en discordia, caído en cuartos. No va la cuita con ellos. Esto es personal. Es algo entre el Atlético y el cronista, como acostumbra a ser lo colchonero con la gente. Personal e intransferible. Estaremos de acuerdo en el viejo aforismo futbolístico, aquel tan cierto de que en la vida puedes cambiar de todo salvo de primer amor por los colores que te hicieron tilín vete a saber por qué, religión laica a la que entregarás vida y estima de manera incondicional, por los siglos de los siglos, amén. Cuestión irracional, de pura fe. Hasta ahí, de acuerdo, pero reconozcamos que poco se ha escrito y reflexionado sobre los segundos, terceros, incluso cuartos elegidos con derecho a roce emocional, a los que también entregas parte de tu latido en menor o mayor grado sin sentir, en ningún momento, que andas cometiendo pecado o infidelidad. No existe incoherencia alguna en esa emoción. Al contrario, complementa, enriquece, distrae, agrada, hay sitio para más, caben otros entre los preferidos, sin duda. Puede que no alcances taquicardias con ellos, pero ahí están, siempre favorecidos, eternamente señalados con los dedos de tu preferencia, distintos y cercanos. La elección de estos amores complementarios, nada adúlteros, puede venir dada por la más peregrina de las razones y, por lo general, el personal calla las razones por inexistencia, al ser puros impulsos del corazón. Una camiseta, un jugador, un momento, una relación de carambola familiar. O incluso una novela, como sucede con algunos conocidos a raíz de Fever pitch, la novela de Nick Hornby traducida aquí como Fiebre en las gradas que tanto consiguió a favor de la causa gunner, para presentar en el viejo continente la cara más amable del controvertido Arsenal.

Pues eso. Confesemos que sentimos en segunda y tercera instancia. Y en lo personal, en la confidencia que busca complicidades, es el Atlético quien se lleva la palma desde tiempos ya inmemoriales. Tan de moda como está la cita, integramos, formamos parte de una generación de aficionados convencida de que al Atlético se le debe una así de grande, enorme como el Metropolitano, desde mucho antes de que se le cargara el mochuelo de Pupas. Justo desde el nefasto Schwarzenbeck, que nos dejó los ojos a cuadros en aquella final de Heysel hace ya cuatro décadas (y aprendimos, disculpe el interesado, a deletrear su nombre como si fuera castigo y maldición). Por cierto, como la imagen centra, sitúa y borra leyendas, revisado gracias a YouTube el chut del central no resulta ya enorme cantada de Miguel Reina, sino decisión dictada por un destino feroz, poco más o menos. Estábamos encantados en plena pubertad con los alegres saltitos de Luis Aragonés –qué bien las tiraba el Sabio, cómo las ponía–, tras consumar la ejecución de Sepp Maier y allá que nos quedamos con las ganas, echando la mente atrás para intuir de donde arrancaba esa peculiar empatía hacia esos futbolistas que vestían como los colchones de antaño, a franjas rojiblancas. Y pudiera ser por designio de otra vida o recuerdo de tiempo anterior incluso al nacimiento, por el embeleso causado en la contemplación de viejas fotos en blanco y negro de lo que fuera uniforme singular, la camisa con botones de los cuarenta, de cuando surgíamos entre los cascotes bombardeados aún en estado de shock, comiendo mediante cartilla de racionamiento, y el Atlético Aviación se llevaba las primeras ligas de posguerra. Camisa henchida de viento en carrera, un globo alrededor de los cuerpos de Aparicio, Mesa, Pruden o Campos. Camisa de botones, qué bello anacronismo futbolístico. O quizá nos embrujara el eco de pronunciar el nombre del estadio, interminable, silabeado: Me-tro-po-li-ta-no.

Tal vez fuera por oídas, por la leyenda o dulce sonar del apodo, nos encantó la sublimación hacia el recuerdo de aquella Delantera de cristal entrenada por Helenio Herrera, con Juncosa, Ben Barek, Pérez-Payá, Carlsson y Escudero, que reemplazaba a la ya envejecida Delantera de seda integrada por Juncosa, Vidal, Silva, Campos y Adrián el Chava Escudero. Cristal por las lesiones, seda por la calidad en tiempos inspirados para la prensa deportiva, capaz de idear inolvidables alias con los que premiar la excelencia de líneas delanteras: Los Stukas sevillanos, los Eléctricos valencianos, la Orquesta Canaro deportivista, entre tantos bellos remoquetes. Una delantera con el sueco Carlsson y esa maravilla eternamente postergada que fue Larbi Ben Barek, enorme jugador de sensacional biografía, ponía en marcha el engranaje de cualquier imaginación infantil. Entre Daucik y  Pepe Villalonga los adentraron en los sesenta, cuando Pazos –otro ilustre olvidado– guardaba la portería, Rivilla ya era lateral, Argentina enviaba al tremendo Jorge Griffa –quien daba pleno sentido y definición al concepto cacique del área–, Adelardo empezaba a llevar la manija y delante continuaba la tradición del talento exótico entre el guineano/bilbaíno Jones (y era fonéticamente jones, hay que fastidiarse con el aislamiento, nada de jouns), el mozambiqueño Mendonça, el gran brasileño Vavá y los angelicales extremos Miguel y Collar, don Enrique, al que Gento tapó como un largo eclipse, pobre, con su dribbling genial y esas medias caídas, sin espinilleras, ay, qué miedo, qué temerario.

Digámoslo ya. Ellos también estarán en Lisboa, merecen estarlo, los cargaremos si hace falta en imaginario álbum de cromos a nuestro lado erigido en peculiar altar mientras contemplemos la final. Ellos forjan el peso de la historia, el enorme valor de lo heredado, de los miles de encuentros contemplados desde esa fe de los correligionarios, de los cientos de colegas que se enfundaron tan idolatrada camiseta. Se puso uno de Huracán en la portería que atendía por Edgardo Mario Madinabeytia, partió el gran Peiró a las Italias y allí cayeron incluso dos nómadas del fútbol, dos desterrados de la invasión soviética del 56 contra Hungría, Peter Ilku y Jószef Csoka. Tremenda la desgracia del primero, enorme medio de contención machacado en las piernas por un accidente de circulación sufrido camino de Barajas, donde se aprestaba a recoger a un tal Ferenc Puskás. Chus Glaría, discreto, marcado por esa sombra de pigmentación en el rostro, llegado aún al fútbol como Glaría IV, menuda saga fraternal. Incluso Eulogio Coco Martínez pasaría por allí, ya más pendiente del peso en báscula que de jugar. O Yanko Daucik, el hijo del padre. Martínez Jayo, Colo, el abogado Isacio Calleja, el carrusel de los sesenta, donde el club sin variar mimbres de alineación andaba igual arriba que abajo, pugnando por Europa que en las mediocridades ligueras. Llegan el brasileño Ufarte y Luis Aragonés, uno para fintar por la derecha como Garrincha con el ánimo de sorprender al contrapié y hacia el interior, el otro para ponerla y llegar, lanzar y templar el pulso del conjunto, sin saber que restará eternamente ligado al imaginario colectivo. La Coneja Cardona, el minúsculo hondureño. Tiempo y mención para el ingeniero, la elegancia personificada, la inteligencia en acción, delantero surgido de un molde irrepetible, el suyo, José Eulogio Gárate, frasco de perfume en pequeñas dosis, agotado si se le pedía aromatizar noventa minutos inacabables.

Con Marcel Domingo, otrora adalid de la elegancia en portería, llegó la nueva década, de la renovación camino de Heysel, con Melo, Benegas, Orozco, Alberto, Eusebio, Capón, Salcedo… Don Vicente Calderón echando mano de los oriundos, argentinos a mansalva, importación barata y de calidad que transformó la estética, también el estilo del club, más aguerrido, más dispuesto a dejarse dominar para lanzar contraataques de manual. Iselín Santos Ovejero, el peculiar Bezerra. Las melenas del Cacho Heredia y el Ratón Ayala cuando se abren de nuevo las compuertas al talento foráneo. Panadero Díaz y su catadura. Max Merkel, Mr. Látigo, otra leyenda que sumar al banquillo. Batalla contra el Celtic; Babakan, el árbitro denostado. La Intercontinental tras el 4-0 del injusto desempate contra el mejor Bayern Múnich. Se forja el Pupas, la continua hipótesis del soñar despierto con lo que hubiera podido pasar, y no pasó, de haber conquistado la primera orejuda, la sospecha de no estar llamado a grandes conquistas, que será cabeza de ratón, nunca siquiera cola de león. El Tata Lorenzo, el Atlético de Buenos Aires. Esto ya empieza a parecer algo similar al “We didn’t start the fire” de Billy Joel, repaso en tres minutos a cien años de historia, mirada hacia el pretérito que construyó lo actual realizada a velocidad de la luz y bajo riesgo de generar vértigo: toda esta gente, toda esta inacabable relación de grandes personajes se quedó sin premio, con las ganas, ni tuvo oportunidad o, tal vez, ni la soñó.

Leivinha, Luis Aragonés y Luiz Pereira

Leivinha, Luis Aragonés y Luiz Pereira

Leivinha, Luiz Pereira, por favor, qué manera de disfrutar del fútbol a lo patizambo, Marcelino y la barba de Robi. Eugenio Leal, Rubén Pérez, Marcial Pina rebotado, con esa calidad, ese porte. Cuidado, Artechenbauer. El niño Rubio por la banda, frágil como es. Luis apaga los fuegos del banquillo, no hay crisis eterna gracias a él, amor rojiblanco incondicional, el carácter, la personalidad queda forjada. No son segundones, son atléticos. No se conforman jamás, por estirpe y agallas, conscientes de que el fútbol es parte de la vida y la existencia arrea unos sopapos que ni te cuento, que aguantan de pie, sin doblar la rodilla, dignos. Clase trabajadora, amigo, obreros, aquí ni uno se apunta a carro ganador, de eso no hay, no gastamos, maldita sea su suerte. Caminan por la orilla del Manzanares cabeceando su desazón, no puede ser, no puede ser. Pero siguen ahí, dentro de treinta años algún publicista de Sra. Rushmore se preguntará “¿Papá, por qué somos del Atleti?”. Pues, hijo, porque no queda otro remedio, esto no lo eliges, te viene dado, no busques explicaciones, anda, siéntelo y sigue adelante, no compares, no te cambies de bando, sigue y lucha. Aleeeeeti, Aleeeeeeti, a la inglesa, la nana de los domingos, la balada de arrullo a sus representantes, abajo, peleando como el mejor. Suben nuevas generaciones, Marquitos, Julio Alberto y ese Dirceu que enviaba balones para ver cómo le retornaban sandías… Hugol, Julio Prieto, Quique Ramos, Ruiz, Votava. Detiene solvente Abel Resino, amo del área. No te acerques a Tomás, gol de Manolo, Landáburu y Marina. Alemao con Quique Setién, será por clase.

Aparece el talonario disparatado de Gil y Gil. El club será suyo, vale, pero el sentimiento pertenece a la afición, no confundamos. Eléctrico Futre en diagonal hacia barraca. Entran y salen, salen y entran mil nombres rutilantes, todo lo que el dinero pueda comprar y, al fin y a la postre, no arraigará ni dejará apenas patina. El capricho del señor, bueno, aunque no se alteran las señas de identidad, esas siguen hechas con la materia indestructible de los sueños. Donato y Baltazar, cielos, se cumplen ya veinticinco años de ellos y parecen cuatro días contados. Momento de dejarlo, de conectar de nuevo con las cuatro décadas transcurridas desde la última vez, con más de cien años de trayectoria abnegada, contra el viento, contra los elementos, a la contra por sistema y nacimiento, será eso. Llegaría el fogonazo del doblete, el ramo para Milinko Pantic esperando para el lanzamiento del córner. Nada, anteayer, vivido y visto. Por todos ellos, por todo el repaso, para abuelos y nietos, el premio es Lisboa. Por los añitos en el infierno, por la tozudez, por la inquebrantable fidelidad, por el himno de Sabina, por la exageración total que supone el sentir atlético, rojiblanco y colchonero, a Lisboa aunque sea andando, de paseo, encantados de la vida. Total, ya están acostumbrados a subir por el lado duro, el más difícil, de peor meteorología. Atleti, buena gente. Atlético de Madrid. Porque luchan como hermanos, defendiendo sus colores, con un juego noble y sano, derrochando coraje y corazón. Pues eso. Será por eso. Pues será. Jugaban Reina; Melo, Heredia, Capón; Adelardo, Eusebio; Ufarte, Luis, Gárate, Irureta y Salcedo, por si a alguien se le olvidó. Guárdenles tribuna y recuerdo emocionado, agradecido, en la grada de Da Luz.

* Frederic Porta es periodista y escritor.





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