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"Se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose al enemigo". Sun Tzu


Carlos Zúmer / Firmas

Torres en el diván

por el 31 mayo, 2012 • 19:36


Fue emperador en Viena y luego arruinó su brillo. Ni Francisco José con los húngaros de su parte habría marcado ese gol corajudo frente a Lehmann. Lesiones, desacierto, mala suerte, quién lo sabe. Crisis en cualquier caso. Al calor petroquímico del Chelsea de Abramovich, Torres se marchitó como un piropo en burocracia. El cambio fue brusco porque venía acostumbrado al amor de casas de buena familia, clubes de cariño veraz que no suelen empeñar sus sentimientos más de lo soportable. En el Manzanares se le quiso y se le exigió a partes iguales. No en vano era el Niño de la casa. Para su fortuna, cuando el culebrón eterno de su salida se terminó Torres cayó de pie. Sin cursillo previo se infló a meter goles en Inglaterra defendiendo la camiseta del tardorromántico Liverpool. Tuvo sentido a su manera cambiar a Joaquín Sabina por los Beatles a ritmo del
You will never walk alone y otros sones milenarios. En Stamford Bridge, Torres vivió atribulado bajo la losa de los 50 millones de libras, que es una soga dulce y lindísima. Cuando marcaba era noticia.

Roberto Di Matteo hizo buena la estrella de los interinos en el banquillo blue y colocó al Chelsea en la final de Múnich. La Champions era mucho más de lo que aquel equipo de entreguerras podía imaginarse cuando largaron a Villas Boas sin esperar a los postres. De golpe, Torres se encontró con una oportunidad grandiosa pero apenas fue el jugador número doce, trece, catorce. Drogba pesaba demasiado y con razón. Delantero consorte, aspirante, Torres ha vuelto a marcar goles en primavera y tiene la Copa de Europa entre las manos pero, de pronto, su rehabilitación se tambalea. ¿Quién lo rescata de su tristeza? Vicente del Bosque, que es Luis Aragonés pero sin demonios ni carajillos ni solysombras. En ambos existe una fe en el delantero de Fuenlabrada capaz de maquillarle deméritos y otros pecados perdonables. Vicente lo invita a Sudáfrica e insiste con él; a la vez le hace un regalo y un flaco favor. Dos años después lo sienta en el diván y le dice que se venga a la Eurocopa a correr, a saltar, a jugar otra vez de colorado. Es su copa talismán y el delantero fetiche de la España ganadora junto a David Villa. Se concentran en Austria, lugar del delito, y lo someten a profundo psicoanálisis. Le hacen cosquillas hasta que marque goles. Le intentan sonsacar la verdad.

Es fácil de describir. Un día Torres se acuesta con el Balón de bronce y al día siguiente tiene un bloqueo digno de loquero. No es que sea un proceso tan rápido, median un par de años, pero la secuencia dramática es tal cual. Los motivos de Fernando Torres son a la vez tan opacos y diáfanos como el misterio y la evidencia de su ocaso. No puede ser que un astro se apague con 28 años. La jurisprudencia aconseja pensar en el bloqueo psicológico del 9, la tiranía del gol y sus rigores. La portería es un muro tan alto como se quiera y una tarde sin marcar es another brick in the wall. Conoce perfectamente la exigencia de la élite porque la ha soportado desde chiquillo, pero remontarla desde la melancolía no resulta sencillo. Si el delantero piensa, no marca. Al apolíneo Torres, pelo rubísimo Tintín, la cara surcada de pecas, le ensombrece la maldad de un circo sin escrúpulos que siempre pide cuentas, multiplicadas en un club, el Chelsea, que paga mucho y no se sabe si quiere tanto.

Pese a su juventud Torres lucha con su pasado, que son un montón de goles. Lo contrario de ese pasado de esplendor es El Niño marcando en el Camp Nou con cara de turista un gol de la basura con la defensa del Barcelona colgada del larguero de tu portería. Valió una final de Champions pero fue una imagen bien elocuente. Pues bien, decía Sigmund Freud que era posible defenderse ante una crítica pero que se estaba indefenso ante el elogio. Y Torres no puede estar más indefenso frente a sus cifras, todas brillantes. No puede quedar más desnudo frente a Viena, frente al esplendor red, a Rafa Benítez, al delantero maravilloso que fue en la Premier League y con la camiseta de España. Es duro no marcar goles pero es mucho peor que te comparen todo el tiempo contigo mismo. En efecto, debe ser duro ser Fernando Torres sin ser Fernando Torres.

* Carlos Zúmer es periodista. En Twitter: @CarlosZumer

– Foto: EFE




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