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Una pinta para cada zanahoria

por el 12 enero, 2013 • 14:55

Si alguien intentara descifrar la complejidad del carácter de Paul Gascoigne, tendría que empezar por Dunston, el barrio donde pasó su infancia. Situado al norte de Inglaterra, en la ciudad de Gateshead, en los setenta era una zona ligada a la industria y sus trabajadores. Allí el fútbol se aprendía en la calle, a base de fuerza e instinto, vitales para sobrevivir a patadas y amenazas. Pero a pesar de eso, el deporte era lo mejor que podía pasarte en esa época.

El pequeño Gazza, así es como le llamaban amigos y enemigos, vivió de primera mano la miseria sufrida por la clase trabajadora. Su familia al completo vivía en una sola habitación, en un edificio propiedad del ayuntamiento, con el lavabo compartido con otras familias.

El fútbol era el único camino hacia una vida mejor. Su talento estaba fuera de duda, pero las cosas no iban a ser fáciles. Con 10 años vio cómo un amigo era atropellado y moría en la calle. Más adelante sufrió la larga enfermedad de su padre que finalmente acabó con su vida. A raíz de esos sucesos, Paul decidió centrarse aún más en el fútbol para intentar sacar a su familia de la miseria. Al mismo tiempo, empezaba a dar síntomas de grandes desórdenes emocionales que marcarían el devenir de su carrera. Su andadura empezó por el Redheugh Boys, a pesar de no tener edad suficiente para ello. Después pasó por el Brackenbeds, el Heathfield y el Gateshead Boys, y allí es donde consiguió la prueba para entrar finalmente en el Newcastle United.

En el equipo juvenil del Newcastle ya destacaba por su técnica y potencia en el medio del campo, hasta tal punto que su habilidad lo llevó en volandas hacia el título de la FA Youth Cup. Poco tardó en dar el salto al primer equipo y convertirse en una de las promesas más firmes del fútbol inglés.

Pero a pesar de que las cosas empezaban a ir bien para Gascoigne, su carácter incontrolable y su pasión por el alcohol le metían en situaciones que ponían al club al límite de su expulsión. Su talento siempre hacía que los responsables miraran a otro lado, siendo conscientes de que perderían a un jugador irrepetible. Finalmente, después de cuatro muy buenas temporadas, el Newcastle se vio forzado a traspasarle.

En el verano de 1988, Sir Alex Ferguson llevaba dos temporadas al frente del Manchester United. Las cualidades de Gascoigne no pasaron desapercibidas para el genio escocés y consiguió una promesa por parte de Paul de que ficharía por el equipo. Ferguson se fue tranquilo de vacaciones, pero unos días más tarde se enteraba por la prensa de que Paul acababa de fichar por el Tottenham de Terry Venables. Como afirmó Sir Alex años más tarde, fue una de sus mayores decepciones como técnico. Gascoigne había roto su promesa porque los responsables del Tottenham le habían prometido una casa para toda la familia. El sueño de las calles de Dunston se convertía en una realidad.

En Londres desplegó el mejor fútbol de su carrera. Técnico, fuerte, goleador y agresivo en defensa, era el rey de la medular. Bobby Robson empezó a llamarle a la selección inglesa y se hizo un hueco durante el Mundial de Italia’90. Allí llegaron hasta semifinales, donde se enfrentarían a Alemania. Durante el partido, Paul vio una tarjeta amarilla por una entrada salvaje que le impedía jugar la final en el caso de que pasaran. No pudo contener las lágrimas y se convirtió en una de las imágenes más recordadas de la historia de los mundiales. De todos modos, Inglaterra perdió en los penaltis y fue Alemania quien finalmente levantó el trofeo.

Al año siguiente volvió a sucederle algo parecido. Lideró al Tottenham hasta la final de la FA Cup, pero durante el partido hizo una entrada criminal al jugador del Nottingham Forest Gary Charles. Esta vez, en lugar de ser amonestado, Gascoigne se lesionó el ligamento cruzado en la acción y lo tuvieron que llevar al hospital. Desde allí vio cómo sus compañeros levantaban la copa. Un instante revelador de lo que ha sido la vida de Paul Gascoigne; genio y figura, capaz de tocar el cielo con la punta de los dedos para caer inmediatamente en el infierno. La siguiente temporada se la perdió entera porque, cuando ya se recuperaba de la lesión, se dio un golpe en la rodilla en una discoteca. Esa acción hizo ver a los responsables del Tottenham que era incorregible.

Cuando se recuperó, fue traspasado a la Lazio. Allí destacó más por lo extradeportivo que por sus actuaciones en el terreno de juego. Después de un partido fue entrevistado por un reportero noruego que le pidió que grabara un mensaje para los telespectadores de su país. La respuesta de Gascoigne fue: “¡Que se joda Noruega!”.

Tres temporadas más tarde fichaba por el Glasgow Rangers, donde recuperaría parte del juego que le había hecho famoso. Ganó dos copas y dos ligas de Escocia. Pero sus actos de indisciplina y un sobrepeso que empezaba a hacerse más que evidente le llevaron a marcharse por la puerta de atrás. Las tardes en Ibrox Park fueron sus últimos destellos de calidad continuada en el mundo del fútbol.

En 1997 fichó por el Middlesbrough, donde lo recuerdan por estampar el bus del equipo contra una pared. Las bromas de Paul nunca dejaban a nadie indiferente. En Glasgow le puso una trucha en la bota de un compañero de equipo y una segunda trucha en la parte de atrás de su coche. Cuando encontró la primera, pensó que el olor que quedaba en el coche era por el rastro que había dejado y tardó tres días más en descubrir el segundo regalo.

Años antes, justo antes de empezar la final de la FA Cup donde se lesionó la rodilla, les comentó a sus compañeros que le iba a pedir un beso a la princesa Diana. Ellos le dijeron que estaba loco. Cuando la princesa salió al campo para saludar a los equipos y llegó a Gascoigne, él le dijo: “¿Me permite un beso, majestad?”. Ella le respondió que sí, pero cuando Paul se acercó, Diana inmediatamente le extendió la mano. Dicen que cuando la Reina vio la situación se encargó personalmente que nunca más volvieran a coincidir.

Después del Middlesbrough pasó por Everton, Burnley, la liga china y el Boston United. A mediados de los dos mil, sus problemas con el alcohol ya eran muy severos. Hasta el punto de que, después de su retirada, tuvieron que ingresarle en distintos centros de desintoxicación. Años más tarde, Paul reconoció que, durante esa época, llegó a encargar un par de zanahorias de juguete que al hablar graban tu voz y repiten lo que se ha dicho. Con ellas creía mantener conversaciones fluidas y las invitaba a pintas de cerveza para agradecerles su compañía y amistad.

Gascoigne nunca ha dejado de protagonizar altercados. El más famoso, probablemente, sea la pelea en un bar con el ex cantante de Oasis Liam Gallagher. En defensa de Paul hay que recordar que Gallagher tampoco es una persona muy equilibrada: fue expulsado del Bernabéu hace poco por besar a un agente de seguridad en la celebración de un gol del Manchester City.

Pero a pesar de todo, Paul Gascoigne siempre será recordado por su calidad futbolística. Como él mismo afirma, es el jugador inglés con más talento de su generación y el que marcó el récord de los traspasos más caros en la liga inglesa de la época. Ahora que ya no juega, se dedica a curarse de sus problemas con el alcohol y a pescar. En la pesca también dice ser el mejor y afirma verse capaz de pescar con una colilla de cigarrillo como cebo. Llegados a este punto, no me atrevería a poner en duda nada de lo que afirme este personaje irrepetible. 

* Lluc Güell es realizador audiovisual.





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