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"La competición no forja el carácter. Lo revela". Imanol Ibarrondo


Santoral / Historias

“Yo no sé nada. Lo dicen ustedes, los periodistas, y será verdad”

por el 15 noviembre, 2012 • 10:20

La frase con la que titulo esta pieza fue pronunciada por Ferenc Puskas en noviembre de 1995 tras una visita del Real Madrid a Budapest para jugar contra el Ferencvaros húngaro, en un partido de liguilla en Champions, tras ser preguntado por los periodistas sobre su opinión del encuentro.

A continuación, y cuestionado por su papel en aquel Real Madrid victorioso en el que jugó, comentó: “Mi misión era apoyar a Di Stéfano, que con su potencia tremenda era el organizador del equipo”. Con estas breves palabras resumía Ferenc Puskas su gloriosa estancia como jugador del Real Madrid, demostrando una humildad del mismo tamaño que su talento. Con Alfredo Di Stéfano siempre mantuvieron una relación estrecha, de buena amistad, pero sin ocultar ambos los defectos que veían el uno en el otro.

El próximo sábado 17 de noviembre se cumplen seis años de su fallecimiento y era obligado rendirle un pequeño homenaje, que por grande que sea,  nunca estará a la altura de su categoría y repercusión mundial como futbolista y como persona.

Puskas comenzó a destacar en los años 50; fue miembro de la selección húngara mágica de aquella década, campeona olímpica en Helsinki 1952 y subcampeona del mundo en Berna en el Mundial de Suiza en 1954. Entre medias, aquella exhibición de Hungría en la catedral del fútbol mundial, Wembley, en aquel majestuoso 3-6 que Hungría le endosó a Inglaterra para el asombro del fútbol universal el 25 de noviembre de 1953.

La historia personal de Puskas daría para escribir cientos de tomos. Cuando la extinta URSS invadió Hungría el 4 de noviembre de 1956, comenzó a cambiar la vida del genial jugador magiar. El Honved de Budapest, equipo con el que consiguió cinco títulos de liga, jugaba en Bilbao un partido de la Copa de Europa. A la vuelta, en Viena, Puskas decidió marcharse y, junto a otros compañeros de aquella Hungría mágica como Czibor o Kocsics, no regresar a Hungría.

La FIFA lo sancionó con dureza con dos años sin poder jugar. En Hungría se le tachó de traidor de la patria. No pudo regresar al país magiar hasta 1981.

Con 16 kilos de más y 31 años, en agosto de 1958 firmó como jugador del Real Madrid. Di Stéfano, del que Puskas comentaba que “era un hombre serio, arisco quizá, pero al que no le importaba trabajar en el terreno de juego”, le rebautizó como Pancho con mucho cariño y Pancho decidió devolver tanto afecto soltando el cañón que tenía en su pierna izquierda por Chamartín durante nada más y nada menos que 8 años.

Si hiciésemos una lista con los cinco partidos más importantes del pasado siglo XX, no podrían faltar el 3-6 de Hungría a Inglaterra en Wembley ni el 7-3 del Real Madrid al Eintracht de Frankfurt en la final de la Copa de Europa de 1960 en Hampden Park (Glasgow). Puskas estuvo en ambos, firmando dos tantos en Inglaterra y cuatro en Escocia.

Leyendo entrevistas que le hicieron a lo largo de su vida te das cuenta de su bonhomía y, sobre todo, de su humildad. Puskas se explicaba con tal sencillez que no hay que ir muy lejos para entender la dimensión de la persona: “Desde nuestra calidad existía un enorme compañerismo. Todos los jugadores éramos muy amigos y casi nunca se producían problemas en el equipo. Al menos así ocurrió en mis ocho años de madridista, y fue un factor decisivo en el éxito del Real Madrid”. Estas declaraciones las hizo en 1985 al diario ABC tras llevar ya muchos años retirado.

Tamás Almási, que fue el encargado de dirigir un documental sobre su vida, declaró en una ocasión, a la pregunta de cómo definiría a Puskas: Un amante de la vida. La vivió hasta su último aliento. Además, tenía un gran corazón y ayudó a todo el que se lo pidió”.

Amancio Amaro, otro de los históricos de peso en la casa blanca, cuando habla de Pancho lo hace de forma reverencial, y se puede distinguir perfectamente de sus palabras que lo coloca a la misma altura que Di Stéfano y Gento, el escalafón de los más grandes que han vestido la camiseta blanca.

Hay una anécdota que me cautivó especialmente. La FIFA le reconoció como el máximo goleador del siglo XX y además decidió crear un premio con su nombre para el gol más bonito de cada año. En 1995, ya proclamado como máximo goleador del pasado siglo y viviendo en Budapest, acudió al mencionado Ferencvaros-Real Madrid de Liga de Campeones.

El Madrid había ganado 6-1 en la ida del Bernabéu con tres tantos de, por aquel entonces, un jovencísimo Raúl González Blanco. Unas horas antes del partido de vuelta (que concluyó 1-1), Jorge Valdano, técnico merengue por aquel entonces, conversaba animosamente con Puskas. Raúl acudió a la habitación del hotel Ramada donde tenía lugar la charla (a la que también asistía Arsenio Iglesias, según detalló en su día José Sámano en “El País“) a fin de conocer a un mito del Real Madrid y Puskas le dijo: “Te he visto jugar y lo haces muy bien, pero tienes un defecto: corres mucho. Demasiado”.

 

Tras ver y admirar después la carrera de Raúl, con auténticas exhibiciones de compromiso colectivo y entrega en un terreno de juego, Pancho no iba desencaminado en aquel consejo/regañina de aquella fría noche de octubre del 95 en Madrid.

Lo que ahora denominamos como perfil bajo se le puede aplicar a su trayectoria como técnico. Poca gente recuerda que era el entrenador que dirigió nada más y nada menos que al Panathinaikos que jugó la final de la Copa de Europa de 1971 ante el Ajax de un tal Johan Cruyff.

Una terrible enfermedad fue borrando la memoria de Puskas a la misma velocidad que nos obligaba a los demás a recordar su figura, su fútbol, su carrera y su vida, creando una obligación de rendir tributo siempre a una persona que se hizo futbolista y que alcanzó una dimensión tan brutal que es imposible resaltarla con palabras, esas mismas que Pancho utilizaba con la sencillez y humildad de los sabios.

 

* Alberto López Frau es periodista.


– Fotos: AFP – Real Madrid




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