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Bélgica encuentra su tierra prometida

por el 12 noviembre, 2013 • 20:24

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Sería el mejor de aquel último partido de Bélgica en una gran competición internacional antes de comenzar su propio éxodo. No cuarenta, pero fueron doce años buscando la tierra prometida. Vagabundeando con promesas que no llegarían nunca a ser estrellas y desplegando un juego gris. Desde el 2002 llevaba Bélgica sin codearse con los grandes en Eurocopas o mundiales; será 2014 el año en el que volverá a hacerlo. Y el mejor de aquel Bélgica 0-2 Brasil llevará las riendas. Aquel Marc Wilmots estelar al que le anularon un gol igual de legal que los que todos recordamos del posterior España-Corea del Sur. Aquel Marc Wilmots que volaba dibujando chilenas en el aire de Kobe o ponía a prueba Marcos Roberto Silva con su potente disparo.

Comparada con la actual, aquella Bélgica era un equipo veterano donde uno de los benjamines era el actual veterano de los diablos rojos. El centrocampista Timmy Simons, cuyo apellido está presente en todas las convocatorias de la selección. Todo apunta a que lo veremos también en Brasil, cerrando allí su carrera internacional.

Un año antes de aquella cruel eliminación había arrancado en Bélgica un proyecto llevado a cabo desde la Real Federación Belga de Fútbol (RBFA, en sus siglas en inglés) con motivo del horrible resultado de Bélgica en la Eurocopa que ellos mismos organizaron junto a sus vecinos neerlandeses en el año 2000. Fue tan vergonzoso que obligó a reestructurar todo el organigrama futbolístico del país. En el 2001 se comenzó de forma masiva a utilizar una de las grandes virtudes de Bélgica: su crisol de culturas. De los suburbios de las grandes ciudades belgas llegaban hijos de inmigrantes para realizar pruebas con los clubes profesionales de Bélgica. Ese era el primer gran paso. De norte a sur, de Brujas a Lieja. Era el primer gran paso para, además de aprovechar los talentos ocultos del fútbol belga, empezar a superar el profundo racismo establecido. Tenemos el ejemplo en la actualidad de Christian Benteke o Axel Witsel, jugadores salidos de uno de los barrios periféricos de Lieja. Junto a estos galácticos colocamos el de Michael Sablon, director técnico por aquel entonces de la RBFA. Él elaboró un plan por el que obligaba a todos los equipos belgas a jugar en sus categorías inferiores con un esquema predeterminado, el 4-3-3 con extremos puros. Casualmente, el que utiliza en la actualidad la selección nacional. No es de extrañar que hoy veamos muchos extremos de calidad con nacionalidad belga repartidos por el continente. Sablon también cambió las reglas en las categorías inferiores modificando la configuración de los partidos entre alevines y entre infantiles: cinco contra cinco en alevines y siete contra siete en infantiles. Buscaba potenciar la calidad técnica de los jugadores y su capacidad para el regate.

Además, Bélgica ha cocinado a sus talentos en las grandes ligas europeas desde que estos eran meros adolescentes. La Jupiler Pro League lucha por entrar cada temporada entre las diez mejores ligas del planeta, y le cuesta hacerlo. En el caso de que lo consiga, claro está. Todo depende de los gustos y los parámetros para confeccionar esa clasificación. El caso es que el fútbol belga se ha aprovechado de la prematura importación de sus talentos a ligas verdaderamente competitivas, a las grandes ligas de Europa. Ya sea el caso de Eden Hazard, su estrella, que fichó por el Lille con 14 años; el caso de Toby Alderweireld y Jan Vertonghen, que a los 16 años pusieron rumbo a Ámsterdam para firmar por el Ajax; el de Romelu Lukaku, que con 18 dejó Bruselas para fichar por el Chelsea por una millonada; el caso de Moussa Dembélé, que con 17 años ya jugaba en el Willem II neerlandés y tras pasar por el Fulham ahora deleita, junto a Chadli, a los hinchas del Tottenham en White Hart Lane. O jugadores como Fellaini, De Bruyne o Witsel, que también dejaron la Jupiler Pro League para emigrar a grandes ligas cuando no habían sobrepasado los 21 años. Un Erasmus futbolístico permanente.

Retomando el hilo, volvemos al día en que Romelu Lukaku conquistó el Maksimir. Justo después de aquel partido toda Bélgica se echó a la calle. Bueno, todos los que no estaban ya en ella. Las plazas de las ciudades y pueblos se abarrotaron de valones y flamencos. Por ejemplo, la plaza central de Bruselas acogió a 6.000 ruidosos belgas aquella tarde, aquellos 6,000 entraban por un sistema de pulseras que controlaban el acceso, las cuales había que solicitar anteriormente. Once minutos hubo para pedirlas, el tiempo que pasó hasta que se acabaron. También se dio la mayor cuota de pantalla jamás dedicada al fútbol en el país del chocolate. La confianza futbolística de los belgas está por las nubes, como nunca antes había estado. Son cabezas de serie de un mundial y han dominado su grupo de cabo a rabo, sin necesidad de acudir a una repesca. ¿Qué más podían pedir?

Bélgica irá a Brasil con su perfeccionado 4-3-3. Con un entrenador que deslumbró a los futuros anfitriones cuando aún regateaba por el campo con el ‘7’ a la espalda. Con un Timmy Simons que por entonces vestía la camiseta del Brujas e impartía clases de posicionamiento desde el centro del campo belga y que ahora vuelve a vestir la camiseta del equipo norteño y vuelve a dar clases pero de madurez a los jóvenes del grupo. Irá a Brasil para disputar un mundial que se juega en el país que los eliminó de la última gran competición que pisaron. Injustamente además, siguen pensando ellos. Bélgica irá a Brasil a cerrar un círculo que se abrió un 17 de junio de 2002. Ahora cerrad los ojos e imaginad que su debut se produce el mismo día pero doce años después. Maravilloso, ¿no?

* Irati Prat.

– Foto: Reuters




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