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Atletismo / Historias

Carolina Klüft, el adiós de la eterna sonrisa

por el 12 septiembre, 2012 • 9:39

Boras es una ciudad de apenas 70.000 habitantes localizada en el sur de Suecia. Famosa por su emporio textil, también acoge el SP Sveriges Tekniska Forskningsinstitut, el mejor instituto de investigación técnica del país. Allí nació, el 2 de febrero de 1983, uno de los mitos del heptatlón: Carolina Klüft.

 

Carolina Klüft pasó su infancia en Växjö, idílica ciudad que alojaba ilustres habitantes como el tenista Mats Wilander o el excéntrico portero sueco Thomas Ravelli. Rodeada de lagos y en un paraje sin igual, Carolina corría libre por el bosque, trepaba a los árboles, saltaba los troncos que salían a su paso y convertía en pértiga las inmensas ramas de bambú, utilizando los colchones viejos de la casa como cojines salvadores. Alejada del mundanal ruido, Klüft disfrutaba de la naturaleza y era feliz. De esa manera, cuando sus padres decidieron mudarse y abandonar el entorno rural, Carolina lo pasó mal. Con el cabello color del trigo e inmensos ojos azules, Carolina era delgada, pálida y muy alta para su edad. Llevaba unas gafas de plástico muy grandes y todo ello, unido a su timidez congénita, le causó muchos problemas en su nueva escuela. Se convirtió en el blanco fácil de las burlas de los niños de su edad, lo que minaba su autoestima y a la larga cimentó un carácter indómito de auto superación. Pero su talento para los deportes le hizo ganarse el respeto de todos sus compañeros, a los que vencía sin piedad. Desde ese día, todas las bromas y malos gestos cayeron en el olvido.

Hija de un futbolista profesional  y de una saltadora de longitud, el gen deportivo se encontraba latente en el organismo de Carolina desde el día de su nacimiento. Siguiendo la herencia paterna, Klüft comenzó haciendo sus pinitos en el equipo de fútbol de su ciudad, pero con 12 años asistió junto a su hermana a una competición atlética que le encandiló por completo. El atletismo siempre le había resultado aburrido; ver a los jóvenes corriendo alrededor de una pista una y otra vez no encerraba misterio para ella, pero lo que le llamó la atención a tan temprana edad fue la cantidad de variantes atléticas que había. El atletismo no consistía solo en correr, también podía saltar, lanzar peso y muchas otras cosas más que le resultaban mucho más excitantes. Se apuntó con su hermana al equipo de atletismo y desde ese mismo día comenzaría su leyenda.

Con 16 años conoció al que sería su entrenador, Agne Bergvall. Antiguo decatleta, Bergvall quedó prendado de la espontaneidad y energía de Carolina. “Entrenaba no por el mero hecho de entrenar, sino por diversión. Corría y saltaba constantemente. He visto atletas talentosas a lo largo de mi carrera, pero el talento de Carolina era diferente.”  Klüft lo recuerda constantemente: “Yo no compito por el dinero o por ser una estrella, lo hago porque es divertido”. Con una hiperactividad en las pistas fuera de lo normal, Carolina se aburría con facilidad si solamente tenía que centrarse en una disciplina. Por esa razón, el heptatlón era la especialidad que encajaba como un guante en la filosofía y talento innato de Carolina Klüft. Es el deporte más duro del programa femenino. Las atletas compiten durante dos días de ritmo frenético. En el primero de ellos, se enfrentan a los 100 vallas, lanzamiento de peso, salto de altura y 200 lisos. El día siguiente les toca acometer el salto de longitud, el lanzamiento de jabalina y los 800 lisos. Exigencia máxima que requiere unas capacidades físicas y mentales excepcionales. Su cuerpo debe de ser una máquina perfectamente engrasada que pueda adaptarse a esa mezcla de disciplinas. Un fallo en una de las pruebas aumenta la presión y necesidad para la siguiente, lo que obliga a la atleta a estar permanentemente alerta, concentrada y aislada del mundo que la rodea. Por eso es normal encontrar a las participantes sumidas en sus pensamientos, planificando su próximo envite, con la mente en total funcionamiento, calculadora en mano.

Esos rituales parecían no funcionar con Carolina, siempre sonriente en el tartán, como si de un juego de niños se tratase. En competición, la sueca se convertía de improviso en esa niña de 12 años que corría por los bosques de Växjö y su expresión de relajación en los prolegómenos de cada carrera se transformaba en una mueca de determinación felina por el triunfo. Una vez finalizada la prueba, Carolina volvía a sonreír, ajena a todo, saltando y dando palmas, saludando al público.

Su primera gran victoria se produjo en el campeonato del mundo junior de Santiago de Chile en el año 2000, donde alcanzó los 6.054 puntos. Con 17 años, Klüft comenzaba su meteórica y tiránica carrera en el mundo del heptatlón. Un año después se proclamó campeona de Europa junior (6.022 puntos) y en 2002 revalidó su título mundial en Jamaica, batiendo el récord del mundo junior con 6.470 puntos, y se proclamó campeona de Europa en Múnich con 6.542 puntos. Una vez afincada en el mundo senior, Carolina notó el cambio: “Aquí nadie sonríe ni parece disfrutar”. Era una niña entre mayores, una niña que solo en concurso hace asomar sus colmillos afilados.

En el año 2003, tras ganar el campeonato del mundo de pentatlón, Klüft se convirtió en la tercera mujer en superar la barrera de los 7.000 puntos en los mundiales de París. Con 7.001 puntos, consiguió la medalla de oro y se ganó una plaza en el Olimpo junto a Larissa Nikitina y la inalcanzable Jackie Joyner Kersee. La figura de Carolina se agigantaba en cada prueba combinada que disputaba, siendo invencible para todas sus rivales, que veían en la jovial sueca a un adversario temible. Los datos hablan por sí solos: la única derrota de Carolina Klüft en heptatlón data del 1 de julio de 2001, en la Copa de Europa de Ried, con solo 18 años. En marzo del 2002, esta vez en pentatlón, consiguió la medalla de bronce en el Europeo Indoor de Viena, su primer torneo como senior. Fueron las dos únicas derrotas de Carolina en las pruebas combinadas, por lo que la sueca se mantuvo invicta en heptatlón durante 6 años y 19 competiciones consecutivas.

 

En el año 2004, Carolina afrontaba su primera experiencia olímpica en Atenas. No acostumbrada al calor heleno, unos meses antes realizó un pre-stage en Chipre para aclimatarse mejor a las altas temperaturas. Favorita absoluta, no defraudó y se colgó la medalla de oro con la diferencia de puntos más grande en la historia del heptatlón olímpico: alcanzó los 6.952 por los 6.435 puntos de la lituana Austra Skujyte. 517 puntos de diferencia que la proclamaban reina olímpica y agrandaban un poco más su leyenda. Sin embargo, fue en el año 2005 cuando Carolina estuvo más cerca de la derrota. Un día antes del comienzo del Mundial, en una sesión preparatoria, Klüft se torció el tobillo, que al poco tiempo lo tenía del tamaño de una lata de Coca Cola. Se dispararon todas las alarmas, pero la sueca no se iba a rendir tan fácilmente. La francesa Eunice Barber, que ya había sido plata en París’03 se beneficiaría de una renqueante Klüft en la primera jornada de competición, llegando al final del día 2 puntos por encima de la sueca. Al día siguiente, el salto de longitud, la prueba fetiche de la francesa, por aquel entonces campeona del mundo de la especialidad, dictaría sentencia. El primer salto de Barber  de 6.65 metros encontró réplica con un colosal vuelo de Klüft, que se proyectó hasta los 6.87. La francesa reclamó que Carolina había pisado la plastilina. El último salto de Barber refleja muy bien el carácter de la campeona sueca. La francesa elevó los brazos al cielo dando una palmada, pidiendo al público su apoyo para superar la marca de su rival. Con todo el estadio dando palmas al unísono, Klüft se unió al griterío finlandés y elevó sus largas extremidades marcando el ritmo con sus palmas, animando a quien podía derrotarla, sin importarle que su vuelo pudiera dar al traste con sus aspiraciones. Barber no superó a Klüft, que lideraría la prueba hasta el final, proclamándose campeona del mundo con 6.887 puntos, la cuarta mejor marca de su vida. Con 22 años, Carolina Klüft era bicampeona mundial.

En 2006, otra vez las lesiones mermaron su potencial, justo cuando se disputaba el Campeonato de Europa en su casa. Esta vez no fue una torcedura de tobillo sino un problema de ligamentos. A pesar de ello, Klüft volvió a superar los obstáculos físicos y la presión de ganar en su país y se proclamó campeona en Gotemburgo con una puntuación de 6.740 puntos. Su reinado en la combinada era abrumador, tanto que por la mente de Carolina pasaba el afrontar nuevos retos que mantuvieran vivas sus ganas de disfrutar de la práctica deportiva. Por su pensamiento rondaba la idea de dejar el heptatlón y centrarse en otra disciplina.

2007 sería el año definitivo. Totalmente recuperada de sus dolencias, Carolina se presentó en Osaka dispuesta a revalidar su título mundial. Quizá sabiendo que iba a ser su última prueba de combinada, la sueca demostró un poderío descomunal en el tartán japonés. Quería asaltar el récord del mundo de Jackie Joyner Kersee, algo que ella siempre definió como “muy difícil”. Consiguió la mejor marca de su vida y por supuesto la medalla de oro, aunque sus 7.032 puntos quedaban lejos de los 7.291 de Joyner-Kersee. Klüft había batido el récord de Europa que desde 1989 ostentaba la soviética Larissa Nikitina. Había vuelto a pasar de los 7.000 puntos y lo había hecho en su última participación en heptatlón, despidiéndose en la cúspide de su carrera, con solamente 24 años, 9 medallas de oro consecutivas, 3 campeonatos del mundo y 2 de Europa. El mundo del atletismo no daba crédito a su decisión, más cuando los entrenadores de heptatlón afirmaban que el pico de forma de un heptatleta llega a los 27 ó 28 años. Joyner-Kersee estableció su récord mundial con 26 años y medio.

 

Tras el Mundial de Osaka, Carolina afirmó que estaba vacía, que necesitaba nuevos retos, nuevas sensaciones. En los últimos años no había habido ninguna atleta que pudiera hacerle sombra, que le exigiera al máximo. No quería hacer lo que se supone que debería hacer, sino lo que ella realmente deseaba. En un ejemplo de grandeza decidió abandonar el camino fácil, el de los triunfos, para adentrarse en un nuevo desafío. Decidió apostar por el salto de longitud y el triple salto, disciplinas en las que competiría en los Juegos Olímpicos de Pekín. Se clasificó para la final de longitud con un salto de 6.70m, pero finalmente quedaría en 9º lugar con una mejor marca de 6.49m, muy lejos de su mejor registro personal (6.97m), que le hubiera dado el bronce. En triple salto se quedó a 20 centímetros de llegar a la final, con un salto de 13.87m. Ese mismo año, en su querida Växjö, había batido el récord de Suecia con una marca de 14.29m. Carolina, como siempre, se lo tomaba con filosofía. Había cambiado el poder ser la segunda mujer doble campeona olímpica en heptatlón por un 9º puesto en salto de longitud. Ella lo resumía en pocas palabras: “Lo he hecho lo mejor que he podido y ha habido 8 chicas que lo han hecho mejor que yo”. Con su eterna sonrisa, volvía a justificar su decisión: “Cuando estás en la cima durante tanto tiempo, entrenando tanto, te desgasta mentalmente, necesitas nuevos retos, por eso decidí cambiar”.

Las lesiones volvieron a cebarse con ella, parándola 10 meses. Llegó a los Europeos de Barcelona’10 para disputar el salto de longitud, quedando en penúltimo lugar con un mejor salto de 6.33m. En el Mundial de Daegu del 2011, Carolina Klüft finalizó en 5ª posición con una marca de 6.56m y no participó en el triple salto. Con un último objetivo en mente, Carolina concentró todas sus energías en la cita olímpica de Londres, donde tenía pensado despedirse de la competición. Una lesión en el muslo le impidió participar en los Juegos Olímpicos y aceleró una decisión meditada hacía tiempo. El 26 de agosto, Carolina Klüft anunciaba que colgaba las zapatillas. Saturada y desmotivada, la sueca afirmaba: “No me veo entrenando, no lo veo divertido”.

 

Jantelag es una palabra sueca que viene a decir: “Hagas lo que hagas, nunca pienses que eres mejor que los demás”. Carolina Klüft debe llevar esa palabra tatuada en algún resquicio de su mente o de su cuerpo, siendo una gran abanderada de la humildad, el trabajo duro y la deportividad. Su marcha deja un vacío muy difícil de cubrir en el mundo del atletismo, que ya añora su grandeza en las pistas y fuera de ellas. Desde los 16 años apadrina a los niños pobres de Kenia, llegando a renunciar a participar en competiciones atléticas por visitar aldeas en el país africano. Casada con el pertiguista Patrick Kristiansson, comienza una nueva etapa, o como ella prefiere llamarlo, “una vida normal”. Acompañándola dónde quiera que vaya, estará Eeyore, su mascota de peluche, uno de los personajes de Winnie the Pooh que Carolina ganó en una feria de Viena y que desde entonces llevó a cada campeonato. Cada vez que lo aprieta contra ella, recuerda hacia dónde va y de dónde viene, resumiendo la filosofía de vida de la gran campeona: El deporte es lo más importante. Me encanta entrenar, afrontar retos y competir. Una gran meta para una persona es disfrutar de la vida y sentir que cuando te vas a morir has hecho todo lo que has podido por mejorar. Todo esto, sin divertirte, es imposible.”

 

* Sergio Pinto es periodista. En Twitter: @dikembe

* Aportación estadística: @EldrickISB

– Fotos: Reuters – Bongarts – Patrick McCann




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