"Lo que equilibra a un equipo es la pelota. Pierde muchas y serás un equipo desequilibrado". Johan Cruyff
Fichó por el Barça para colocar los retos a la altura de su fútbol. Había sido un ascenso de peldaños simétricos, proporciones exactas hasta la cima, Sporting, Zaragoza, Valencia y finalmente Barcelona, la curva sostenida de la progresión. Era mayo de 2010. Naturalmente, el fichaje de Villa se contó como la rúbrica de su carrera.
No era para menos.
Sin embargo, las cosas fueron algo distintas. Fichar por un club de referencia endulza la vida en algunas cosas pero la angosta en otras. Para empezar, ¿dónde jugar en el equipo de Pep y Messi, donde el único delantero para Guardiola es el argentino? Lo pensaba y de algún modo sobrevolaba la sombra de Eto’o e Ibrahimovic, arietes marchados con bastante más pena que gloria, así como la de un Bojan Krkic que aún permanecía en el club, pero que veía pasar los meses en clara recesión personal. Estaba en el contrato: Villa se reconvertiría para jugar por la izquierda, posición en la que ya había jugado con España, con Pedro en el otro costado atacante. Era un cambio sustancial para el futbolista asturiano, pero jugar en el Barcelona de las seis copas era un reto más que ilusionante. Fue un sacrificio particular, pero merecería la pena.
“Estoy orgulloso y me voy a dejar la vida por este club”.
El plan salió bien y Villa rindió satisfactoriamente. El Guaje marcó 28 goles en total, incluidos tres tantos muy recordados: los dos al Madrid en el 5-0 en Liga y el tanto excepcional de la final de Champions ante el Manchester United. Era imposible que ostentara el protagonismo del que había gozado en Valencia o con la camiseta de la Selección, pero el negocio parecía bastante rentable para él: perder cuota de delantero a cambio de una Copa de Europa y una Liga, títulos capitales que no poseía todavía. Condenado al costado zurdo, llamado a sajar, romper, regatear desde allí, Villa trataba de sacar todo el partido posible a su habilidad ambidiestra, sobreviviendo en su nueva demarcación, adaptándose de forma ejemplar pese a la dificultad. Guardiola y Zubizarreta estaban satisfechos, pero tampoco eran ajenos a algo importante: Villa jugaba de especialista atacante dentro de un esquema cada vez más protagonizado por peloteros de asociación, cromos parejos de un mismo engranaje, con Messi como paroxismo. ¿Cuánto tiempo podría brillar Villa en un equipo cada vez más volcado en poblar el campo de centrocampistas? El riesgo era quedar totalmente desdibujado, cuando no en el ostracismo.
“Mi trabajo en el Barcelona no es sólo meter goles”.
Y llegó la horrible lesión de Japón, que dio al traste con todos los planes. A la postre, la consecución del Mundial de Clubes logró que David Villa coronara su palmarés –acaso para eso vino al Barcelona–, pero la fractura de tibia de su pierna izquierda fue la mayor desgracia del asturiano en toda su carrera deportiva. Serían más de 8 meses de baja, adiós a toda la temporada, incluida la Eurocopa. Lo cierto es que la lesión sucedería en un contexto individual ya algo enrarecido. Por entonces Villa ligaba titularidades con suplencias. Se comenzaba a especular sobre su falta de minutos, su papel en el equipo y su supuesto descontento. La lesión terminó con todos los comentarios, pero su ausencia prolongada comprometió aun más el futuro del asturiano, al menos volviéndolo incierto. Cuando volvió ya no estaba Pep, sino Tito, y su papel en el Barça era un factor por descubrir que aún hoy no está claro. Ha entrado en el equipo según ha recuperado la forma, mostrándose hasta ahora muy efectivo cuando ha tenido chance. Es probable que en este Barcelona más caótico Villa tenga más oportunidades de brillar en toda su naturaleza de realizador, pero de momento su concurso con el Barça sigue siendo bastante intermitente. ¿Qué rol le dará Vilanova cuando se encuentre en plena forma, si es que no lo está ya? ¿Cuántos goles tendrá que marcar para ganarse el puesto de titular?
“Desde la clínica era difícil marcar”.
La cuestión de cuál es su rol en el Barcelona es muy difícil de responder, y acaso no hay mejor prueba de su dubitativo periplo en Can Barça. Es bastante peculiar ver en tal situación a un jugador que es el máximo goleador histórico de la Selección (53 goles) y el decimotercer realizador de todos los tiempos en la Liga, con 166 tantos hasta ahora. Hace años podría haber recalado en cualquier club grande del mundo, inflándose a meter goles en una demarcación más propicia, pero fichó por el Barcelona de los bajitos.
Y tuvo sentido. Y aún lo sigue teniendo.
Su papel en el Barça de Tito no tiene por qué ser su papel en el Barça de Pep (en cualquiera de las dos temporadas), así que en adelante el futuro de Villa será todo lo grande que queramos imaginar. El Guaje sigue siendo un delantero estrella en un equipo sin delanteros, lo cual es un maravilloso contrasentido, pero todos esperan poder solventar este galimatías. Privados del asturiano como ‘9’, a no ser que Messi cometa la rareza de lesionarse, Villa aún puede dar grandes tardes por la izquierda o por cualquier parte, como ya ha demostrado en muchas ocasiones. El equipo ya no avanza hacia el modelo de los 10 centrocampistas, sino al del híbrido de múltiples marchas, lo cual facilita las cosas al asturiano. Terminada su primera época en el Barça, saldada con grandes enseñanzas y varios títulos ganados, comienza otro tiempo para él, realmente impredecible, en el que el asturiano tratará de recuperar todo el brillo dormido. La historia de Villa en el Barcelona es compleja, llena de episodios agridulces, de fotos felices con pero, el delantero escorado a pierna cambiada, el caníbal reconvertido, que no es pelotero ni extremo, el suplente de nois como Cuenca o Tello. Al fin, parece claro que al Barcelona había que venir como fuera, aunque a veces sobrevivir a un grande pueda ser la peor de las pruebas posibles.
* Carlos Zúmer es periodista.
– Foto: Reuters
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