"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Una tangana casi siempre es una buena señal. No es una competición y, como dijo Jeannette Rankin de las guerras y los terremotos, nadie gana. Pero conviene matizar que cuando saltan chispas hay algo especial, como en esas relaciones amor-odio que siempre acaban en la cama. La batallita dialéctica quedó entre jugadores y en la cancha, salvo algunos miembros del cuerpo técnico de Valencia y Baskonia. Y luego los árbitros, ya sospechosos habituales de la derrota. Nada destacable. Al menos desde fuera de las habitaciones. Lo especial era la Copa, el primer partido de verdad después del gatillazo local y la exhibición del Madrid, que hoy entrenó con la indumentaria de ayer para darle uso.
La afición del Unicaja ya no vestía de verde, aunque estaban allí, consumiendo su dosis de cicuta en formato baloncesto. La del Baskonia sorprendió por esa característica tan china de ser ubicuo y ocupar la ciudad no siendo más de dos mil. Poblaron el centro a mediodía, se asomaron a la Minicopa por la mañana, rodearon el Carpena antes del partido y bailaron hasta muy tarde volviendo al punto de origen: el centro, cuna de todo lo que pasa en Málaga, incluida una esperpéntica huelga de taxis que ha convertido a los autobuses en estupendos potajes de personas.
Perder y sonreír es una verdadera heroicidad, salvo que uno sea del Arsenal (a ellos les queda el estilo como una garantía de omnipotencia sempiterna que justifica perder siempre y cuando se haya conservado el balón y se haya fallado en defensa). Esta gente, además de romper con la absurdez barata del tópico norteño, demostró que a cojones no les gana nadie: anteayer animaron al vacío y hoy bailaron en la derrota. La gente que contranatura es gente de bien.
El deporte nos ha enseñado muchas veces que una afición no es la prolongación del club, sino un brazo más o menos distorsionado del mismo. A veces, un brazo amputado de otro cuerpo, me da por pensar. El Baskonia firmó el acta bajo protesta, es decir, cruzado de brazos y con un mal gesto. Sus dirigentes bajaron del palco a pedir explicaciones, confirmando que la camarita de TuBasket no mintió en el “Qué vergüenza, qué vergüenza” de Querejeta, sino que la actitud se expandió como se expanden los mafiosos, de oído a oído y nunca en solitario.
En Canarias es una hora menos y se notó, iban a llegar tarde y decidieron no acudir para quedarse con el simple premio de haber jugado. Hubo lugar incluso para política, abanderada siempre por una argumentación profunda. Parte de la afición del Barça gritó a favor de la independencia en una metáfora mal parada –cincuenta contra algunos miles– y los contrarios a favor de España entonando a Manolo Escobar. Todo un exacto reflejo social. Los menos, señalando al gran mal nacional; los más, respondiendo en manada con golpes en el pecho. Un festival que coronó una aficionada que se sentó detras de mí: “Hostia, qué guapo, ¡es como una guerra pero cantando!”. Buenas noticias: esto solo puede ir a mejor.
* Fran Alameda es periodista.
– Foto: ACB Photo
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