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Donde empiezan los sueños

por el 16 mayo, 2015 • 11:23

Jean-Marc Guillou

Jean-Marc Guillou

Luis Oscar Fulloné nació en La Plata y, como la mayoría de sus compatriotas argentinos, siente una inmensa pasión por el balompié. Sin embargo, su historia nos lleva de viaje lejos de la Patagonia y de los Andes, lejos de la concurrida Buenos Aires y de las orillas del Rio de la Plata. Sobre él hay escrita mucha leyenda, cómo que jugó en el Real Oviedo a principios de la década de los sesenta, tiempo en el que varios argentinos como Sánchez Lage, Solé o Carlos Agustín Álvarez defendieron la elástica del equipo asturiano. Sin embargo, de él no hay constancia oficial, tal vez ocurriera algo parecido a lo que le pasó en su paso por Inglaterra, donde se dice que fichó por el Aston Villa, pero nunca llegó a debutar con el primer equipo. Ligadas al país británico también están las historias de que cuando el Sheffield United intentó contratar a Diego Armando Maradona recurrió a él en busca de consejo y, ante la imposibilidad de cerrar el traspaso del astro argentino, acabaron contratando a Alejandro Sabella. Esto o que también estuvo involucrado en las negociaciones que llevaron a Ricardo Villa y Osvaldo Ardiles al Tottenham son solo leyendas urbanas.

Sin embargo, hay una cosa que sí sabemos a ciencia cierta: en 1998 Oscar Fulloné se proclamó campeón de la Champions Cup africana como entrenador del ASEC Mimosas costamarfileño. Nunca antes aquel club de Abiyán, la capital económica de Costa de Marfil, se había proclamado campeón de África, y lo cierto es que, hasta el momento, no lo han vuelto a conseguir. Les tocaba enfrentarse al Dynamos FC de Zimbabue y la final se disputaba a ida y vuelta. Tras cosechar un 0-0 en la ida, golearon por 2-4 en la vuelta. Aquella victoria les permitía disputar la final de la Supercopa Africana, donde les tocó enfrentarse al Espérance de Túnez, un equipo, a priori, infinitamente superior. Comienza aquí nuestra historia.

Roger Ouegnin, natal de Costa de Marfil, llegó en 1989 a la presidencia del ASEC Mimosas con el objetivo claro de elevar el fútbol de su país a un nivel más desde el amateurismo en el que se encontraba. Para ello, consiguió enrolar en su cruzada al francés Jean-Marc Guillou, que llegó a disputar el Mundial de 1978. Juntos fundaron en 1994 el complejo de Sol Béni, convertido en la actualidad en uno de los mayores viveros de talento futbolístico y una academia de la que han salido jugadores como Touré Yaya o Gervinho. Allí comenzó todo.

El proceso fue largo y requería paciencia. Obviamente los frutos no empezaron a verse hasta bien pasados los años, y la Champions africana cosechada es una muestra de ello. Sin embargo, avancemos unos meses más delante, concretamente hasta el 7 de febrero de 1999, día en el cual el ASEC Mimosas y el Espérance de Túnez se enfrentaban en Abiyán por la supercopa. Todo se decidía a un partido y la dirección del club decidió que Fulloné no se encargaría aquel año del equipo, sino que el propio Guillou sería el nuevo entrenador. Dos meses después de los dos partidos que decidieron la final de la Champions africana, el internacional francés no contaba con ninguno de los jugadores que habían levantado el cetro de campeón. La plantilla era totalmente nueva y mucho más joven.

El más veterano era Barry Boubacar Copa, con tan solo 20 primaveras, y junto a él formaban Kolo Touré (18), Didier Zokora (19), Péhé Wognowon (18), Djir Abdoulaye (18), Antonin Koutouan (16), Gilles Yapi Yapo (18), Seydou Kanté (18), Venance Zézé (18), Siaka Tiéné (17) y Mamadou Dansoko (17). Frente a ellos, cinco jugadores internacionales por Túnez que llegaron a jugar la Copa del Mundo de 1998 que se disputó en Francia. Un equipo más curtido y veterano, que había vivido ya mil batallas, como la que se celebraría aquella tarde junto al mar costamarfileño. Sin embargo, y aunque ni siquiera la afición local les daba como favoritos, el ASEC Mimosas lo volvió a hacer, volvió a coronarse como campeón en una final de infarto en la que Zézé adelantó al ASEC para que luego Chokri El Ouaer, el portero del Espérance, anotara de penalti en el minuto 88 para enviar el partido a la prórroga. Poco antes del gol visitante había entrado un Aruna Dindane que por entonces había celebrado no hace mucho sus 19 años y que poco después acabaría en el Anderlecht. Él y Zézé colocaron los dos goles que acabarían dejando el marcador con el definitivo 3-1. Allí comenzaba la andadura de la gran hornada de futbolistas de Sol Béni, la academia que Ouegnin y Guillou habían soñado y conseguido crear. Sin embargo, aparecieron los problemas entre Sol Béni y el club y Guillou decidió dejar Costa de Marfil para emigrar a Europa, concretamente a Bélgica, a Beveren.

 

Por aquel entonces el Beveren se encontraba en graves problemas económicos y una deuda cercana a los 2 millones amenazaba con llevar al mítico club en el que habían brillado leyendas como Jean-Marie Pfaff a la quiebra. Sin embargo, Guillou aportó una solución que los dirigentes del club belga aceptaron: un acuerdo de 1,5 millones bajo las condiciones de que, como mínimo, cuatro jugadores de su academia debían de formar parte del primer equipo del Beveren cada temporada y el Arsenal, que ya por entonces entrenaba su amigo Arsène Wenger, contribuiría con jugadores cedidos y aportando parte de ese capital a cambio de tener preferencia en el caso de que quisieran hacerse con los servicios de determinados jugadores. Por ejemplo, Kolo Touré se marchó directamente al Arsenal sin pasar por el Beveren, pero jugadores como Emmanuel Eboué o Touré Yaya, que estuvo a prueba en el Arsenal, jugaron en el Beveren antes de dar el salto a una liga mayor. De hecho, en 2006 se llevó a cabo una investigación de la policía belga sobre el Arsenal que pudo dejar al equipo inglés fuera de la Copa de Europa. El millón de euros que el club londinense cedió al Beveren no fue nunca declarado y por lo tanto estuvo oculto hasta que la policía lo descubrió. Todo coincidía para poder entender que algo extraño estaba pasando en Beveren: un club endeudado hasta el cuello, jugadores que llegaban de forma masiva desde otro continente, un nuevo dirigente, una gran suma de dinero que acudía al rescate del desesperado equipo belga…

Esto dijo el juez belga que llevó el caso: “Una empresa que no tiene nombre quería invertir un millón de libras en el club. Pensamos que era bastante extraño”. Tras tomar tintes internacionales, años después de que ocurriera, el Arsenal decidió declarar que había tenido relaciones públicas con el Beveren para ceder y fichar jugadores y que el dinero que dio al club belga solo fue para estabilizar la situación en el club y nunca para controlar al mismo. Sin embargo, hay quien sigue pensando que tras todo aquello asumió la dirección un directivo afín al Arsenal y Guillou pasó a tener el 30 % de las acciones del club belga. Pero bueno, no nos desviemos tanto del tema y volvamos a los aspectos puramente deportivos.

Con el Beveren salvado, económicamente hablando, y en primera división, comenzaron a llegar los jugadores desde Costa de Marfil, hasta tal punto que 14  formaron parte de la plantilla a la vez. Llegaron a jugar diez al mismo tiempo en un once inicial. Era de esperar que esto no se pasara por alto en un país en el que históricamente el racismo siempre ha estado presente en mayor o menor medida debido al antiguo poder colonial que Bélgica tuvo sobre el Congo. Un poder que se tornó excesivo y en muchas ocasiones inhumano. De ahí las desafortunadas declaraciones de numerosos entrenadores, futbolistas, dirigentes y aficionados del fútbol belga, que mostraron su descontento con que un club optara por dar oportunidades a futbolistas extranjeros antes que a jóvenes locales. Por ejemplo, Joss Vaessen, quien fuera presidente del Gent, declaró que era una vergüenza para el fútbol belga que el once inicial del Beveren lo compusieran diez costamarfileños y un letón. Añadió que la formación de los jóvenes talentos belgas estaba en peligro. El tiempo le acabaría quitando la razón, ya que por aquel entonces comenzaron a establecerse los criterios y las directrices que llevarían a Bélgica a tener su segunda generación dorada de futbolistas. Precisamente este once que derrotó aquella noche al Gent, con diez costamarfileños y un letón, se enfrentó al Brujas en la final de la copa belga de 2004. El Beveren perdió, pero demostró que el proyecto de Guillou no era ni mucho menos una locura.

 

Touré Yaya llegó en 2001 para en el verano de 2003 marcharse a prueba al Arsenal. No había cumplido los 20 años y ya destacaba como uno de los grandes mediocentros de la liga belga. Sin embargo, Arsène Wenger decidió no contar con sus servicios y prosiguió su carrera en Ucrania. De Venance Zézé seguro que os acordáis, él fue el encargado de anotarle dos goles al Espérance tunecino en la final de la supercopa africana. En 2001, junto a Yaya Touré, llegó al Beveren, donde sus buenas actuaciones le llevaron al Gent y a otros clubes belgas para, en un futuro, pasar por el fútbol ucraniano y el finlandés antes de retornar a su país natal. Gilles Yapi Yapo también llegó en el mismo avión que nuestros dos anteriores protagonistas y, tras su paso por el Beveren, estuvo en numerosos clubes europeos, entre los que encontró especial acomodo en los suizos.

Ellos fueron los primeros, los que abrieron camino al resto. En 2002 aterrizaron Arthur Boka, Moussa Sanogo y Emmanuel Eboúe; en 2003, Igor Lolo, Armand Mahan, Romaric, un Barry Copa que había pasado sin mucho éxito por las inferiores del Rennes francés, Marco Né, Seydou Kanté, Djire Abdoulaye y Badjan; en 2004 fue Kafoumba Coulibaly; y cerró el elenco africano, en 2005, Gervinho. Junto a ellos, un sinfín de nombres y apellidos que no cuajaron y tuvieron que volver a Costa de Marfil. Tras todos ellos, una figura, la de Jean-Marc Guillou, un mundialista que se define como un empresario al que la gente por entonces miraba como cuando se mira al pintor que acaba de descubrir un color: “Yo podría hacer mucho más dinero, ser una especie de supermercado de futbolistas africanos. Me considero en la categoría de personas que invierten para ganar dinero. Yo he invertido en la academia. Soy un empresario”.

Hubo críticas a lo que hizo Guillou; a lo que hicieron el Arsenal y Wenger, pues eran cómplices; a lo que aceptaron los dirigentes del Beveren por salvar el club; a lo que opinaron los belgas que no querían ver diez negros en su liga. Hubo y habrá muchas opiniones, pero nadie podrá cambiar lo que pasó, lo que fue el Beveren al inicio del siglo XXI. Al menos, lo que fue para aquellos jóvenes de origen costamarfileño: el lugar donde empezaron a cumplirse todos sus sueños.

* Irati Prat.




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