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"¿Cómo se analiza lo que no se conoce?". Ignacio Benedetti


Santoral / Historias

El amor de Manchester

por el 27 noviembre, 2012 • 2:09

Considerado el mejor futbolista escocés de todos los tiempos, con un Balón de Oro en su haber y registros goleadores envidiables para cualquier delantero que se precie, a sus 72 años Denis Law (Arbedeen, Escocia, 1940) aún traga saliva cuando le preguntan por el último partido de su dilatada carrera. Fue uno de los más grandes futbolistas de su época y sin embargo su prolífica trayectoria se inmortaliza en una sola jugada, una que no le hubiera gustado protagonizar.

Durante la década de los 60 conformó junto con Bobby Charlton y George Best la llamada Holy Trinity (la Santísima Trinidad) y entre 1965 y 1970 conquistaron dos Ligas, la FA Cup y una Copa de Europa. Juntos lideraron el resurgir de un Manchester United sumido en las sombras por la tragedia aérea de Munich en 1958, donde 21 personas, entre ellas siete jugadores del conjunto inglés, fallecieron cuando viajaban para disputar los cuartos de final de la Copa de Europa en la antigua Yugoslavia.

Una estatua del trío de leyenda adorna hoy los alrededores de Old Trafford, esculpida en su día como tributo a un equipo emblemático, quizás el más grande que haya actuado nunca en el Teatro de los Sueños. Fueron considerados por la prensa del momento como el tercer corazón de Inglaterra tras los Beatles y la Reina. Ellos fueron los primeros bad boys del club y juntos coleccionaron victorias, títulos, Balones de Oro (uno para cada uno) y un buen puñado de sanciones por agresiones e insultos.

Con todo, la felicidad de Denis Law es incompleta por culpa de aquel último partido. Es lo que tiene el fútbol: da igual lo bueno que un jugador pueda llegar a ser, si tiene un episodio especialmente desafortunado en su biografía será eso lo que permanezca en la retina de la historia.

1974 fue el último año en activo de Denis Law. Por aquel entonces el punta escocés defendía los colores del Manchester City, gran rival del United. Aquello no era nada extraño. Law ya había sido citizen al inicio de su carrera, cuando su compatriota Les McDowall convenció a la directiva para que abonara 50.000 libras al Huddersfield Town por hacerse con sus servicios. La propuesta de McDowall hubiera caído en saco roto si no fuera porque el mítico Bill Shankly había removido, sin mucho éxito, Roma con Santiago para conseguir incorporarlo al Liverpool ese mismo año.

Antes de todo eso, cuando el Huddersfield apostó por él, a la edad de 16 años, pocos imaginaron que estaban ante uno de los mejores jugadores de la historia. Con una delgadez extrema fruto de la desnutrición padecida en su juventud y ataviado con unas gafas para hacer frente al estrabismo que sufría, aquel adolescente con cuerpo de niño parecía de todo menos un jugador de fútbol. La vida había golpeado duramente a Law y se le notaba. Su padre era un humilde pescador de Aberdeen que apenas ganaba para poder alimentar a sus siete hijos. La captura de especies marinas no daba para vivir y había semanas en las que la familia no tenía absolutamente nada que llevarse a la boca.

Sin embargo, a su entrenador y descubridor, Andy Beattie, no pareció importarle el aspecto enclenque y famélico del chaval y confío en él desde el primer día. El experimento salió a pedir de boca, pues aquel crío destinado a ser tan pobre como su padre, que con apenas tres lustros y poco había pasado más penalidades que muchos en toda una vida, demostró tener un don especial dentro del área. Pese a que parecía que se iba a romper en mil pedazos en cualquier momento, lo cierto es que poseía unas habilidades únicas para el remate. Gol a gol fue dejando atrás un pasado de penurias y dibujando un futuro esperanzador, algo que se confirmó cuatro años después con la oferta del Manchester City. Shankly, que perteneció al organigrama del Huddersfield antes de poner rumbo a Liverpool y convertirse en leyenda, intentó reclutarlo para el condado de Merseyside, pero no consiguió recolectar el dinero necesario. De haberlo logrado estaríamos contando otra historia. Pero no, el destino de Law estaba en Manchester.

Con apenas 20 años se convirtió en el fichaje más caro del fútbol inglés, aunque no fue ni mucho menos una mala inversión, ya que un año después, tras anotar 21 goles en 44 partidos, el City lo vendió al Torino por 110.000 libras, estableciendo un nuevo récord, esta vez el del traspaso más alto de la First División.

Su paso por Italia fue el único borrón en su inmaculada trayectoria. Desde su llegada, los defensas le dieron la bienvenida con el taco por delante. Era la época del Catenaccio, ideado por Nereo Roco y plasmado perfectamente por el propio entrenador triestino en el Milan y Helenio Herrera en el Inter. Law enseguida descubrió que aquella táctica le hacía un flaco favor a su juego, principalmente por la agresividad con la que se empleaban los marcadores. En su primer encuentro oficial, ante la Sampdoria, tuvo que ser atendido en la banda a los cinco minutos tras dos entradas criminales a la altura de la tibia que el árbitro pasó por alto. Sufrió 15 faltas en aquel partido. Utilizar la violencia para frenarle se convirtió en algo común y cuando acabó la temporada pidió el traspaso. Sus comprensibles miedos no le impidieron ser el máximo artillero del club con 10 dianas.

Fue entonces cuando apareció el Manchester United, el gran equipo de su vida, que abonó 115.000 libras, estableciendo una nueva marca (tercera para el jugador en tres años). La simbiosis entre delantero, club y afición fue total desde el primer día y ya en su primera temporada Law se convirtió en ídolo local al materializar 29 goles, media docena de los cuales fueron en la FA Cup, primer título que levantó. No sería el último que The King, como le apodaron, lograra como red devil. Con Charlton y Best como escuderos, Law forjó su leyenda durante más de una década. En ese tiempo ganó, entre otras muchas cosas, el Balón de Oro en 1964 y la Copa de Europa en 1968 (no jugó la final por lesión).

El escocés volador era el hombre más feliz de mundo en Old Trafford. Siempre con una sonrisa en la boca, cuentan por Manchester que de las tres figuras, él era el más querido, incluso más que Charlton. Se dice que nunca ha habido un diablo rojo al que la grada haya venerado tanto. Sencillamente, aquel miope hijo de pescador nacido en uno de los barrios marginales de Escocia se había ganado, como nunca nadie antes, el corazón de todos los aficionados del mítico equipo inglés.

Tras once años en Old Trafford y con 236 goles a su espalda (segundo máximo realizador de la historia del club), el United decidió prescindir de sus servicios en 1973. Aquello fue toda una invitación a la retirada, pero Law quería disputar el Mundial y la comodidad que le suponía poder seguir compitiendo en la élite en su amada ciudad le hizo fichar de nuevo por el City. Aquello no hizo mucha gracia a los aficionados del gran rival, que vieron la búsqueda de un retiro dorado en la decisión del delantero. Pocos imaginaban que The King iba a regalar a los Sky Blues su día más grande.

EL FATÍDICO DÍA

El caprichoso destino quiso que su último partido liguero (jugaría dos más en el Mundial), fuese contra el Manchester United en Old Trafford, el 14 de abril de 1974. No eran tiempos sencillos para sus ex compañeros que, en plena reconversión y ya sin Charlton ni Best, vivían en el alambre y necesitaban sumar los tres puntos para no descender a segunda división. El City no parecía el rival más apropiado para la tarea, ya que nada producía más placer a sus aficionados que la posibilidad de borrar del mapa de la máxima categoría al gran enemigo. Con ese papelón, a Law se le ofreció la posibilidad de no jugar, pero se negó porque quería despedirse ante los suyos, quizás pensando que toda la suerte que había tenido durante su carrera no le iba a ser esquiva en ese momento. Más le hubiera valido controlar su impulso y aceptar la propuesta, porque para su desgracia, fue el gran protagonista de un partido que será recordado siempre.

En el minuto 80, con 0-0 en el marcador y en pleno acoso y derribo local, el City montó un contragolpe y tras una buena jugada el cuero le llegó a Law, que, de espaldas y probablemente reaccionando por puro instinto, demostró que la elegancia nunca se pierde y mandó de tacón al fondo de las redes. El campo enmudeció porque nadie se creía lo que había pasado: Denis Law, el jugador más querido de la historia del United, aquel que con sus goles cambió el curso de un equipo deprimido, condenaba ahora a los Red Devils a caminar por el lúgubre sendero de la segunda división.

La hinchada citizen celebró exaltada un devenir tan irónico como inimaginable mientras que la local digería como podía algo que parecía mentira. El día más alegre para unos era paralelamente el más triste para los otros. Y en medio Law, ese hombre que en el fútbol solo había encontrado felicidad, pero al que la vida había reservado un último episodio cruel.

Unos años antes, en un partido que Escocia ganó por la mínima a Inglaterra con gol suyo, ya fue señalado como villano. Entonces se defendió diciendo algo así como que él solo hacía su trabajo. Pero aquel día en Manchester no dijo nada. Law se quedó petrificado, cabizbajo y con el rostro desencajado. Pese a que siempre había sido impermeable a la presión, esta vez su desazón no tenía límites. Cariacontecido y quitándose a sus compañeros de encima, pidió el cambio en cuanto vio lo que había hecho. Así abandonó el fútbol profesional de clubes, tan vacío por dentro que no tuvo fuerzas para correr en la sustitución, ni lágrimas en los ojos con las que hacer ver a su gente, a quienes le querían de verdad, que se le había caído el mundo encima.

“Estaba desolado y no había consuelo posible, fue el día más triste de mi vida”, contesta cuando le preguntan por aquella jugada. Pese a su involuntaria traición, la grada del United nunca le reprochó nada y hoy todavía continúa siendo uno de los grandes mitos del club. También del City, donde se le quiere por motivos distintos. Así fue Law, tan bueno que todo Manchester lo venera. Una rivalidad centenaria y un mismo ídolo. 418 partidos en total entre uno y otro; 273 goles, aunque a él le hubiera gustado marcar uno menos.

*Gontzal Hormaetxea es periodista.


– Fotos: PA – The Huddersfield Daily Examiner – Interleaning




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