"La audacia tiene genio, poder y magia. Comienza ahora, ponte en marcha”. Johann W. Von Goethe
José entra en la sala de prensa del Benito Villamarín con aire quisquilloso. Quiere que la visita al dentista acabe lo antes posible. Se sienta junto al jefe de prensa del Betis mientras la gente acaba de ocupar sus lugares. Rafael Pineda, del diario El País, ya lanza su pregunta, pues la azafata le ha facilitado el micrófono de mano. Pineda efectúa la cuestión pero Mourinho le ignora por completo. Algo en la sala le molesta y tuerce el gesto hacia el jefe de prensa, que se levanta para solucionarlo. Cuando este regresa y todo parece a gusto del entrenador, Mourinho responde a la pregunta, que terminó de formularse hace rato, mientras se acababa de poner orden en el sitio. Mourinho no ha mirado al periodista, pero sí parece haberle escuchado mientras tanto. El portugués contesta despacio y alaba generosamente el partido del Betis. Acumula elogios para ellos y su afición, pero en el momento apropiado desliza su mensaje, siempre a pie cambiado: “He felicitado a los jugadores del Betis porque dejaron todo lo que tenían. Han luchado del primer al último minuto con un espíritu de sacrificio enorme (…) Ellos no tienen la culpa ni del gol mal anulado a Benzema ni tienen culpa del penalti claro de los últimos minutos, y por lo tanto merecen mi respeto, porque además jugaron bastante mejor que el Real Madrid”.
A continuación, un periodista del diario AS, Marco Ruiz, opina en voz alta que el Madrid se descompuso después de un buen comienzo, y Mourinho vuelve a responder mezclando sentimientos: “Yo pienso que estás siendo simpático. Me sorprende porque normalmente vosotros sois bastante antipáticos con el Real Madrid, pero estás siendo simpático cuando dices que empezamos bien porque no me parece que empezáramos bien. Sólo hemos comenzado un poquitín mejor de lo que luego hemos jugado durante el partido”. Luego, Ruiz vuelve a preguntar, y entonces el misterio de Mourinho aparece en su esencia. El periodista plantea la posibilidad de que el Madrid haya podido acusar jugar miércoles y sábado. Mou sabe que es la pregunta propicia, pero no hace ni el más mínimo gesto cuando la oye. Antes bien, termina por atajarla con tono desdeñoso. “Mira. Intento ser objetivo y justo. Y principalmente, cuando mi equipo pierde yo intento no buscar excusas en otras cosas. Es obvio –y soy solo yo quien habla de esto en el Real Madrid– que quien juega miércoles no debería jugar hoy (sábado). Es obvio que hay otros equipos que tienen un control grande sobre estas situaciones del calendario que nosotros no tenemos. Pero no bromeemos. Estamos hablando de profesionales de altísimo nivel (…) cuando tienes cansancio y más fatiga de la normal, tienes que sacar otras calidades que son importantes, como tu fortaleza mental, tu ambición, tu espíritu de sacrificio. (…) Por eso no quiero encontrar disculpas. Pero, la verdad es que hay quien controla el calendario y quien no lo controla y eso es una realidad”.
Luego Antón Meana, de Radio Marca, le pregunta por la repartición de culpa entre entrenador y jugadores, rescatando una frase del propio Mourinho en la jornada 4, tras la derrota ante el Sevilla, sobre la supuesta insuficiente dedicación de sus futbolistas. José rechaza la referencia y contesta diciendo que toda la culpa es suya, “porque la ley del fútbol es así”. “Cuando ganamos, ganamos todos, y más algunos, y cuando perdemos la culpa es del entrenador. Los jugadores no tienen culpa”. Cierra la rueda de prensa David Martínez, de Televisión Española, preguntando sobre si la Liga está perdida y etcétera, y Mourinho despacha la cuestión con calma, empleando dos minutos de reloj, buscando un punto equidistante entre el pesimismo y el optimismo, para luego marcharse con esa forma tan suya de conducirse, tan artera y sinuosa.
“Hay gente más inteligente que yo, que intenta tener una imagen diferente a la mía, pero son iguales que yo”.
Agrupados los momentos de la rueda de prensa, es difícil saber si Mourinho sube o baja. Y es curioso que el enfant terrible de los entrenadores no sea ningún modelo de claridad de acto y palabra, ¿pues qué estilo gasta exactamente el portugués? Digamos que la intriga. Sus mensajes suenan fuerte, y llegan de sobra, pero no puede evitar destilarlos envueltos en esa bruma de furioso bonaparte. Tan pronto es un caballero que da la mano a sus rivales como se comporta como un fulano que ataca por la espalda. Fiscaliza a los árbitros pero presume de no poner excusas. Acusa a los dioses de sus miserias, para luego mirar hacia dentro y poner el foco en sus jugadores, a los que atiza y alaba pasivo-agresivamente. Fomenta conspiraciones. Acusa a su manera, ligando elogios y cuchilladas. Le sobran recursos expresivos. No denuncia, sino que ironiza. No sentencia, pero insinúa. Sarcasmo, metáforas; el perro, el gato, los teatros de Cataluña. Mourinho ha protagonizado verdaderas tardes de napalm, pero él no se atribuye reputación de instigador sino de simple malo de la película. Probablemente, lo mejor de Mourinho es ser un modesto Maquiavelo de escena, muy dado a la comedia de las cosas de la política y su corte; lo peor, que él mismo se acaba plegando con frecuencia a la corrección que tanto dice denostar, pues se tira al monte para luego hacerse un poco el loco.
Llegado el punto, es imposible ir a buscar al verdadero Mourinho, porque ni siquiera él sabe dónde está José y dónde está Mou, el fenómeno de masas, el personaje artero y sibilino, maestro de enredos. Al propio José le da vergüenza verse a sí mismo en la tele, fabricando esos momentos de posteridad que regala desde sus años en el Oporto, y su propia esposa tuerce el gesto enfrente de la versión catódica de su marido. The Special One no podría existir en ninguna casa ni en ninguna familia, pues es el producto exclusivo del circo deportivo. Resulta un fenómeno estimulante para el espectador, pero sobre todo es un fenómeno necesario para el propio protagonista. Mourinho es ambiguo e intrigante porque si actuara de frente se le acabaría el invento, ese que le ha hecho un entrenador extraordinario en el cuerpo de un portugués sin genio futbolístico ni Revolución Francesa que se conozca.
* Carlos Zúmer es periodista.
– Foto: Marca
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