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"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz


CONOCIMIENTO / Entrenadores

Hacia un entrenador ético

por el 23 agosto, 2017 • 11:25

“Si el hombre es formado por las circunstancias,
entonces hay que formar las circunstancias humanamente” (
Marx y Engels)

 

Quiero disculparme por no hablar del último partido de fútbol que me haya emocionado, por no poner patas arriba la relación entre estrategia y táctica, por no tratar de deciros lo que siento cuando veo un vídeo en el que el balón lo coge Maradona. Es este un texto de ideas, de ideas vitales.

Comenzaré por -voy a llamarlo así- la conclusión: un equipo de fútbol nunca ha tenido tantas razones para reconocerse como escenario de posibilidad ética, esto es, de práctica reflexiva de la libertad para llegar a comprenderse más libres de lo que nos pensamos.

Ahora que he llegado a la fuente hablaré del camino. Lo inicié pensando. No podemos obviar que son momentos estos de alto desconcierto y es preciso que nos reconozcamos como hijos de este tiempo feroz en el que impera la barbarie ligada a la ganancia a toda costa. ¿Por qué? El motivo es que poniéndole nombre a este enemigo complejo estaremos en mejores condiciones de defendernos, porque no puede escapársenos que este tiempo en el que discurre todo lo que nos pasa se engrandece suprimiendo los momentos de reflexión necesarios sobre la libertad para entenderse en relación con los otros, elimina ese espacio de cuidado de sí que convierte a quien lo posee en alguien capaz de ocupar en las relaciones interindividuales el lugar que conviene.

Los mensajes son lanzados entre ruido y poca luz. Prima como criterio de verdad el que se fragua en el apremio de lo dado, en la imposición de la búsqueda contagiosa de la gratificación inmediata y útil. Queda así de modo tajante concluido todo tiempo que permita al pensamiento emprender la búsqueda de alguna verdad que descanse bajo la insolvencia de tales certezas volátiles basadas en valores únicamente de rendimiento.

Continúo. ¿Qué supone todo esto? ¿Por qué lo traigo al fútbol? ¿Quiénes forman un vestuario? ¿Qué son y qué pretenden ser? Lo dicho creo que implica que las personas integradas en una colectividad, aun sabiéndose parte de esa sociedad líquida de la que habla Zygmunt Bauman, deben alcanzar la posibilidad de proyectarse hacia la adquisición de condiciones que le permitan poder criticar y destruir este tiempo urgente que hemos aceptado como fuente de verdad, porque de ella mana la falsedad. Imaginémonos en un  vestuario. Aquí, me pienso, entra en juego la necesidad de una ética en el entrenador, porque quien entrena porque puede no equivale al que entrena porque debe (desvirtuando una cita de Facundo Cabral) y son momentos de oponerse a la manipulación, es el tiempo presente del entrenador que debe serlo y no parecerlo.

 

“Lo nuestro es serio, nosotros no somos cualquier cosa. Tenemos la posibilidad de convivir con jóvenes que están creciendo, que arriban a lugares con la soledad del éxito y que terminan -como en algunas épocas algunos terminaban en el alcohol- en la confusión de no saber para quién juegan, por qué juegan, para quién viven. Estas son las cosas que nosotros tenemos que tener en claro. Los jugadores no son jugadores de fútbol, son hombres que juegan al fútbol. Tenemos que adquirir el mayor de los conocimientos para ayudarles a ser buenos jugadores y mejores tipos. Porque, les guste o no, directa o indirectamente, uno en cualquier actividad plantea un estilo de vida o una sociedad en la cual le gustaría vivir” (César Luis Menotti)

 

No somos cualquier cosa dice el maestro, no debemos manipular, no es conveniente eso de alinear todas las posibilidades a favor del propio discurso, ocultando la confusión y dándole traslado con el mensaje al informado, manipular es rebajar en rango. Resulta grotesco participar de las conductas guiadas por los valores propios de la mercadotecnia que nos someten, no oponiéndose a esas incidencias violentas en lo manejable que hay en el inicio del ser: en las estructuras psicoemocionales, básicas, profundas, irracionales; esto es, en un lenguaje más sencillo, en las emociones. Como en ningún otro tiempo el impacto sobre lo emocional está sustituyendo absolutamente a los hechos, pasando lo informado en puntas de pie por el cerebro. El entrenador que desea conquistar el poder por la vía rápida de la manipulación actúa siempre con celeridad, destacando en cada momento la vertiente de los conceptos que le interesa para sus fines y restándole al jugador la posibilidad de profundizar, quedando predispuesto a dejarse arrastrar por el camino de la confusión.

Me detengo. Me hablo. En el fútbol, ahí donde incrustados en un actual marco social tan diferente al escenario propicio para el encuentro con la esencia del juego, los jugadores, accidentes esperando a suceder, son esclavos de un proceso de mecanizado de sus emociones y de un entorno que les separa de la relación humanizada consigo mismo y con los demás, pues esta calificación fundamental surge cuando uno empieza a prestarle atención al cuidado de sí tanto como al operar en la sensibilidad en atención al otro.

 

“Las emociones son la base de la vida. Y sobre la base de las emociones entonces la razón actúa para ver como esas emociones se traducen en comportamientos concretos en la vida” (Antonio Damasio)

 

Sigo. El camino se hace muchos y he de continuar por uno. Coloco una idea en el frontispicio de este texto. Entienda el entrenador que acceder a un vestuario significa reformar vidas, cambiar algo en la mente de otros. Adentrarse, pues, en eso que siempre se llamó caseta es un gran compromiso en el que el entrenador ha de conocer que los integrantes de la misma necesitarán tanto de autonomía como de comunidad, requerirán de la relación fluctuante entre ambas tensiones. Ubicarse en tal encargo va a exigir enfrentarse permanentemente a un afuera patológico que empuja al jugador a una vida de placer simplista y cronometrado, a un proceso construcción vital sin motivo ni fundamento, a un ser individualista más que autónomo por incomprensión manifiesta de que el individuo necesita de una comunidad para desarrollarse. Ser entrenador exige un compromiso permanente con el pensar, los jugadores y sus relaciones no son sin más una realidad que se explica sin esfuerzo. Ese pensar no implica una realización cognitiva en bucle en búsqueda de una formulación teórica sobre qué es un equipo, sino el que se desarrolla en la praxis, en el saber de la acción de una colectividad de vida polarizada que vive entre la prosa y la poesía, entre lo que se debe hacer y lo que se quiere hacer, entre lo que hace sobrevivir y lo que hace desarrollarse.

Cómo combatir algo tan extenso, me pregunto. Surge de mí otra idea que me lleva a escribir ahora que el crecimiento vital adecuado del equipo hace necesaria la acción por parte del entrenador de objetivar la propuesta que trae consigo. Queda este pensamiento sustentado en que lo subjetivo como tal no puede discutirse, la real y efectiva presencia del diálogo en el fluir de esa proposición de equipo dentro del mismo es imposible de otro modo, en el dogma el jugador no puede participar y hacer suya la Idea. Aquí manifiesto y elevo en importancia las palabras que indican que la primera misión de un vestuario es competir internamente por construir. Esta es la base de hecho, la razón conceptual del crecimiento organizacional del individuo/jugador y de la colectividad/equipo. Considero esta cuestión fundamental y necesaria para la lucha en armonía con en este tiempo tan cambiante descrito.

Me repito esos dos conceptos, competir por construir y lucha en armonía. Suelo llevar la mano a la cara y fruncir el ceño en situaciones como esta, es mi gestualidad potenciadora, es mi llegar a donde deseo. Propongo que el entrenador ha de facilitar un espacio para la acción, para el acontecimiento -como diría Hanna Arendt- que dé pie a una opción siempre posible de que las cosas sean de otro modo, mezclando la liberación en los jugadores con la intencionalidad del ponente (entrenador) en la propuesta inicial, no apartándose nunca de la honestidad intelectual bajo la exigencia de un conocimiento profundo tanto de las personas como de la causa y esencia del juego, saber todo ello a utilizar como medio de posibilitación ética, pues sincerémonos tú y yo, los entrenadores sabemos en general apoyarnos en un pequeño núcleo de verdad para tocar la emoción del jugador e introducirnos en él, que nos quiere creer, y una vez dentro la fantasía dañina generada empieza a mutar convirtiéndose en una peligrosa realidad, porque sí, el cerebro va a creerse lo que el jugador piense. A fin de cuentas es lo que nos ocurre en las propias carnes habitualmente en nuestra sociedad del malestar. Es por esto que somos responsables de generar un contexto donde proporcionarle al jugador además de cómo sacarle fruto al reglamento del juego (J. M. Lillo) herramientas honestas de análisis de sus pensamientos, porque la persona-jugador tiene que poder aprender a hacerse dueño de sus emociones, que son la base de la vida, que entrelazándose con ellas la razón actúa para ver como esas emociones se traducen en comportamientos concretos en lo colectivo, en el equipo. Sí, los entrenadores estamos para algo y sí, no es cosa fácil.

Permítaseme una vuelta más a la idea última. Tiene el entrenador derecho a tratar de convencer, pero no entrometerse en el ser, en el ser de otro, mediante el atajo deshonesto. Siendo testigos como he dicho ya a diario de la manipulación violenta basada en el descubrimiento de que el secreto está en llegar a la emoción, no podemos despreocuparnos, no debemos, de la existencia del gran inconveniente que supondría el no actuar con responsabilidad, ya que a partir del contacto con la emoción la persona ya no está interviniendo desde la razón, sino que está surge de ese impacto. Si uno no trata de llegar al jugador con honestidad y desde el conocimiento manifiesto, habida cuenta de que la base de todo es el jugador mismo como individuo, si dañamos la persona, esa base, dañaremos las interconexiones entre ellos, dañaremos el vestuario, dañaremos la cultura de vestuario -porque la conectividad es cultura- y dañaremos, claro que sí, esa débil influencia hacia el exterior que puede transformarse en chispa. Cómo vamos a proponernos enriquecer al individuo con cultura táctica si no somos responsables con el paso previo, que es el cuidado de una cultura del individuo y su sociabilidad.

Más. Mejor dicho, más profundo: ética, eso que cada cual lleva puesto a su modo. La ética del entrenador no tiene más fundamento que ella misma, es decir, su exigencia, su sentido del deber. Es una emergencia que no se sabe de qué emerge. Cierto es que la ética, como toda emergencia, depende de las condiciones contextuales que la han hecho emerger. Pero la decisión ética se sitúa en el individuo; él tiene que elegir sus valores y sus finalidades para objetivarlos y hacerlos accesibles. Sin la ética puesta al servicio de la construcción, el manantial de crecimiento colectivo terminará agotándose sed de subjetividades. Ha de ser creado así una especie de jardín de infancia en el vestuario centrado en el aprendizaje, que viva en proceso permanentemente, en lo no terminado, en lo crítico, en aquello que compite interiormente dentro de la caseta y, claro que sí, que nos sitúe en un tomar posición con respecto a lo que nos rodea.

Imagino un vestuario sin solemnidad, de aleaciones de hierro y níquel fundidos de expansión controlada en una situación cambiante y adaptable capaz de convivir en una irremediable armonía con el acontecer externo.

De teoría quizás vamos bien. Cómo resolvemos la cuestión de la praxis. Querido compañero, las buenas intenciones no bastarán de por sí, porque podemos llevar a cabo acciones con inicialmente plausibles bienhechurías y resultados terribles. Cuando se empieza una acción, la acción comienza un circuito de interacciones en un contexto y puede cambiar su camino. Por tanto, debemos ir controlando la acción y esto vuelve a exigir una atención, un saber y un desgaste.

Por supuesto, además, creo que en el transcurrir nos encontraremos con contradicciones éticas, situaciones que se producen cuando uno se encuentra ante dos imperativos contrarios que le detienen. Hemos de saber que la ética no es una cosa fácil, necesita, insisto una vez más, de un gran empeño personal. Si en nuestro autodiálogo podemos hacer entrar la presencia de esta dificultad conceptual y cohabitar con ella, estaremos en mejores condiciones de afrontar este reto ético que propongo. Situémonos, la salida a una situación de contradicción ética va a ser siempre una salida que adoptará forma de apuesta, con la consiguiente conciencia del riesgo y de la incertidumbre, pues nunca hay una absoluta certeza. La acción es estrategia. Esta palabra no conceptualiza un programa predeterminado que baste aplicar ne varietur en el tiempo. “La estrategia permite, a partir de una decisión inicial, imaginar un cierto número de escenarios para la acción, escenarios que podrán ser modificados según las informaciones que nos lleguen en el curso de la acción y según los elementos aleatorios que sobrevendrán y perturbarán la acción” (E. Morin). La estrategia pelea contra el azar y busca a la información. Es más, no se limita a pelear contra el azar, trata además de utilizarlo. En el instante en que llevamos a cabo una acción, cualquiera que fuere, esta empieza a escapar a sus intenciones, entrando en un universo de interacciones y es finalmente el ambiente el que toma posesión, en un sentido que puede volverse contrario a la intención inicial. Esto nos obliga a tratar de corregirla… si todavía hay tiempo. ¿Asusta la incerteza? La acción humana vive de la corrección. Somos totalmente responsables de nuestras palabras, de nuestros escritos, de nuestras acciones, pero no somos responsables de su interpretación ni de sus consecuencias. Lo que introduce, como hemos visto igualmente, la apuesta y la estrategia en el corazón de la responsabilidad.

Termino en la fuente. Sabemos que el fútbol y las relaciones entre sus protagonistas son un territorio en el que uno no hace afirmaciones; se trata de un lugar de juego y de hipótesis. Seamos cuidadosos y seamos sin miedo. No podemos intervenir en otro tiempo que el presente, se antoja necesario concentrarse en él y liberar la propia mente de los mecanismos que han sido impuestos sobre ella por el empoderamiento de los valores mercantilistas de la situación social.

Este texto ya fue. Quiero acordarme de mis compañeros de inquietudes Kevin Vidaña, Javier Galán e Ignacio Benedetti.

“No me preguntéis quién soy, ni me pidáis que siga siendo el mismo” (Michel Foucault)

* Álex Abilleira es entrenador.




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