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Miradas / Historias

Highbury y los invencibles

por el 28 mayo, 2015 • 17:38

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Solo dos equipos en la historia del fútbol de élite inglés han conseguido terminar una temporada sin conocer la derrota. Primero fue el Preston North End, que logró concluir el curso 1888-1889 sin ser batido por los otros once equipos que conformaban la Football League –actual Premier League–. Estamos hablando de un récord que durante largas décadas permaneció como único e irrepetible. Ningún equipo inglés pudo igualar semejante registro hasta la temporada 2004-2005, cuando el Arsenal Football Club consiguió veintiséis victorias y doce empates durante las 38 jornadas que conformaban el campeonato liguero. Con estas cifras, el conjunto que entrenaba el francés Arsène Wenger se consagró en el fútbol británico y, paulatinamente, en el panorama continental, obteniendo la denominación de Los invencibles (The Invincibles).

A continuación trataremos de recordar aquel equipo, situando a los lectores en el contexto previo a semejante logro. Buscaremos plasmar con el mayor número de detalles el desarrollo y evolución del club, desde los inicios de los noventa hasta el fútbol-total que alcanzaron los gunners en la 2003/2004 de la mano de Arsène Wenger. Highbury será el lazo que una todas estas historias; un estadio –derruido en 2006– ubicado en el norte de Londres cuya mística enganchó a miles de aficionados, que disfrutaron con el fútbol que entre sus graderías desplegó el Arsenal de Wenger.

LOS COMIENZOS

A pesar de alzarse con el título de liga y la Community Shield en la temporada 1990-1991, durante el inicio de la década de los noventa el Arsenal cuajó decepcionantes campañas marcadas por una irregularidad que le llevó a convertirse prácticamente en un equipo de media tabla en Inglaterra. Muy alejado siempre de sus objetivos en liga, consiguió una FA Cup y y una Copa de la Liga en el curso 1992-1993, además de una Recopa de Europa en 1994. Durante estos años el equipo continuó cosechando malos resultados en Premier, llegando a quedar fuera de las competiciones europeas en varias ocasiones.

En 1996 el técnico Bruce Rioch fue despedido y el club londinense decidió apostar por el francés Arsène Wenger para ocupar el banquillo de Highbury. Procedente del Nagoya Grampus japonés, Wenger causó un gran impacto con su llegada debido, entre otros factores, a resultar totalmente desconocido para la mayoría de los aficionados gunners. Con el entrenador recién aterrizado en Londres, el Arsenal reconstruyó su plantilla firmando jugadores franceses como Nicolas Anelka, Patrick Vieira o Emanuel Petit, desconocidos para el público británico, pero no para el técnico galo. Además, la incorporación a última hora del holandés Marc Overmars y la retención de algunos de los pesos pesados del equipo –especialmente la de Dennis Bergkamp– conformaron una plantilla renovada y competitiva que, de la mano de Wenger, retomaría la tendencia ganadora en las siguientes temporadas.

Al poco de aterrizar en Londres, Wenger consiguió que los rumores que había generado su firma quedaran relegados en el olvido de los aficionados. En su primera temporada clasificó al equipo para la Copa de la UEFA tras una meritoria tercera posición en el campeonato liguero y, al cabo de unos meses, en la temporada 1997-1998, se alzó con el título de liga siete años después; logrando esa misma temporada la FA Cup y la Community Shield.

En 1998 el Arsenal cerró los fichajes de Fredrik Ljungberg y Thierry Henry. Pese a la calidad que éstos sumaban a la plantilla, el club encadenó unas temporadas en las que los tramos finales resultaron nefastos. Tras perder en la última jornada una liga que dominó durante meses (1998-1999), el Arsenal fue eliminado por el Manchester United en las semifinales de la FA Cup en la prórroga (después de que Dennis Bergkamp fallara desde los once metros en el tiempo reglamentario). Para más inri, el 17 de mayo del año 2000, los de Wenger perdieron la final de la Copa de la UEFA en la tanda de penaltis frente al Galatasaray turco.

El Arsenal volvía a codearse con los grandes. Sin embargo, la hegemonía del Manchester United era una losa demasiado pesada para el resto de conjuntos ingleses. Los hombres de Ferguson no solo dominaban los campeonatos nacionales, sino que resultaban temidos en Europa, especialmente en la máxima competición continental, la UEFA Champions League, de la que salió campeón en 1999 en una de las finales más épicas que se recuerdan.

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LA CONFIRMACIÓN

De sobra es sabido que en los grandes clubes, la línea entre el éxito y el fracasco es muy delgada. Corría la temporada 2000/2001 y, tras el fiasco europeo frente al Galatasaray, el Arsenal empezaba un nuevo curso con grandes esperanzas depositadas en su plantel de futbolistas. Con la salida de jugadores como Overmars o Emmanuel Petit, el club obtuvo unas ganancias con las que trató de reforzar sus filas mediante un plan a corto-medio plazo que garantizara la continuidad del equipo en la senda de los buenos resultados.

Caras nuevas llegaron a Highbury entre los años 2000 y 2001. Futbolistas como Lauren, Robert Pirès, Sylvain Wiltord o Edu se unían a un vestuario en el que ya destacaban algunos jóvenes canteranos como Ashley Cole. Mediante estos retoques con aires de renovación el Arsenal buscaba confirmarse como uno de los grandes equipos ingleses durante los comienzos del nuevo siglo.

Las vitrinas de Highbury tuvieron que esperar hasta la temporada 2001/2002 para recibir nuevos trofeos; el club gunner se alzaba con su duodécima Premier League ganando al Manchester United en Old Trafford el partido decisivo y conseguía, además, una nueva FA Cup tras vencer por 2-0 al Chelsea en la final celebrada en el emblemático Millenium Stadium de Cardiff.

En verano de 2002 se sumaban al conjunto londinense jugadores como Kolo Touré o Sol Campbell, cuyo papel bajo las órdenes de Wenger resultaría crucial, pues sería ésta la pareja de centrales empleada por el técnico galo durante las siguientes campañas. Además, tras la victoria de Brasil en la Copa del Mundo de la FIFA celebrada en Corea y Japón se produjo la llegada del mediocentro Gilberto Silva que, procedente del Atlético Mineiro, formaría junto a Patrick Vieira la sala de máquinas de un equipo llamado a pelear por todos los títulos del fútbol inglés. Sin tiempo para que acabara dicho verano, el 11 de agosto de 2002 el Arsenal conquistaba la Community Shield por tercera vez en los últimos cinco años tras vencer 1-0 al Liverpool de Gérard Houllier.

EL PISTOLETAZO DE SALIDA

Comenzaba así una nueva temporada; un nuevo curso en el que el Arsenal de Wenger volvió a sucumbir ante los chicos de Sir Alex Ferguson, que se alzaban con un nuevo título de liga en la primavera de 2003 y hacían de Old Trafford el feudo más temido de las islas británicas. Sin embargo, algo histórico comenzó a gestarse en mayo de ese mismo año; algo que todo aficionado gunner recuerda con nostalgia.

La tarde del siete de mayo de 2003 fue el inicio de la mejor racha jamás cosechada por un equipo en la historia de la Premier League. Aquella tarde el estadio de Highbury agotaba las últimas esperanzas de conquistar un título de liga que acabaría llevándose el Manchester United. Aquella 37ª jornada de liga acabó con una goleada del equipo de Wenger por 6-1 a un Southampton al que volvería a batir diez días más tarde en la final de la FA Cup disputada en Cardiff (1-0). Seis días antes del triunfo copero, el Arsenal vencía en la última jornada de la Premier 2002/2003 por 0-4 al Sunderland en el Stadium of Light. Pese a terminar la campaña como subcampeón, el Arsenal de Wenger había comenzado lo que a la postre sería una racha imparable de resultados en los que la derrota no tendría cabida; era el comienzo de una era, la era de Los Invencibles.

El 16 de agosto de 2003 comenzaba la Premier League 2003/2004 para el Arsenal de Wenger. Recibían en casa al Everton, un rival siempre complicado. Aquella tarde de todavía cálido verano londinense, el Arsenal vencería 2-1 al conjunto de Liverpool en lo que sería el debut oficial como gunner de Jens Lehmann, portero germano llegado ese mismo verano del Borussia Dortmund; que supliría con nota la baja del retirado (aunque posteriormente arrepentido) David Seaman.

Middlesbrough, Aston Villa, Manchester City… Los rivales iban cayendo uno a uno. Casi sin llamar la atención. El equipo dirigido por Arsène Wenger había conseguido implantar una idea de juego con la que todos los jugadores se sentían identificados. Llevarla a cabo costó un tiempo, como quedó demostrado con el paso de las campañas, pero el boom del fútbol inglés no llegó con la hegemonía del Manchester United, nació en el norte de Londres y lo hizo de la mano de Arséne Wenger.

LA BATALLA DE OLD TRAFFORD

En la sexta jornada del campeonato los gunners se enfrentaban al Manchester United en Old Trafford. El actual campeón recibía a un Arsenal invicto hasta la fecha. El partido se presuponía como determinante para la lucha por el título, ¡y no se había llegado aún al mes de octubre! La rivalidad entre ambos clubes era muy intensa y en los días previos al encuentro la prensa británica calentó el partido como si de una final se tratase. El partido tuvo un ritmo alto, los dos equipos querían dominar pero ninguno estaba dispuesto a cometer errores innecesarios. En la recta final del mismo, con la segunda parte ya avanzada, un salto entre Patrick Vieira y Ruud van Nistelrooy acababa con el jugador francés en el suelo tras un empujón del delantero. Al caer, Vieira realizaría un amago de patada al atacante holandés que le costaría la segunda tarjeta amarilla y, por lo tanto, la expulsión. Enfadado como pocas veces le hemos visto, el centrocampista francés fue corriendo hacia van Nistelrooy para recriminarle la acción, algo que provocó una fea tangana entre los jugadores de ambos equipos. A los pocos minutos y con el partido ya reanudado, el United tendría alguna ocasión importante para adelantarse en el marcador.

Todos los jugadores del Arsenal esperaban por detrás del balón, agazapados, esperando para poder robar el esférico a un ManU que se encontraba en superioridad numérica. A escasos minutos de cumplirse el tiempo reglamentario, Gary Neville centraba un buen balón desde el flanco diestro para la cabeza de Diego Forlán, que era derribado por Martin Keown en lo que el árbitro del partido, Steve Bennett, señalaría como pena máxima a favor de los red devils. El delirio en Old Trafford era absoluto. Era la ocasión perfecta para derrotar al imbatido equipo de Wenger. Sería Ruud van Nistelrooy el encargado de lanzar desde los once metros; el 10 del United venía de fallar sus dos últimos penaltis en competición oficial. La expectación era máxima. La grada celebraba la decisión arbitral como un gol de su equipo. Jens Lehmann empezaba entonces su partido particular. Mascando chicle, como de costumbre, el arquero del Arsenal trataba de poner nervioso a uno de los mejores jugadores del campeonato, Ruud van Nistelrooy. El delantero pisaba el punto de penalti para acomodar el balón a su gusto. Al mismo tiempo, el portero retrocedía a su sitio mientras, mascando chicle, hablaba sin  tapujos al delantero, intentando desconcentrarle. Moviéndose de lado a lado y arqueando constantemente los brazos, Lehmann agotaba sus últimos segundos de protagonismo antes de que el colegiado permitiera el lanzamiento. Lehmann lo consiguió. Ruud van Nistelrooy estrelló el balón en el travesaño de la portería tras un fuerte disparo con el empeine de su pie derecho. El balón, para suerte de los gunners, saldría despedido hacia el exterior del área defendida por Lehmann.

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Fue en ese momento cuando se produjo uno de los momentos más memorables de la historia reciente del fútbol inglés. Llenos de rabia, jugadores gunners como Martin Keown o Gilberto Silva buscaban al delantero holandés para burlarse de él, ¡con el partido en juego! Con el pitido final, de nuevo varios jugadores del Arsenal se acercaron a van Nistelrooy con aires de venganza, pues consideraban que él era el culpable de la expulsión de su capitán, Patrick Vieira. La sobreactuación del delantero en el lance con Vieira le había convertido, en pleno partido, en el enemigo número uno de los jugadores gunners. Pese a todo, el Arsenal había sobrevivido a las circunstancias y, tras un encuentro en el que no brilló, seguía liderando la tabla clasificatoria y, lo que más nos importa, seguía siendo el Unbeaten Arsenal. Días después del encuentro, los medios ingleses denominaron el partido como La Batalla de Old Trafford; esa de la que el Arsenal salió con vida en su camino hacia el título de liga.

IMPARABLES

Llegaba el mes de noviembre y el Arsenal de Wenger seguía imbatido. Siete victorias y tres empates en las primeras diez jornadas colocaban al equipo en la primera posición de la tabla. Todos los jugadores eran importantes, ninguno estaba por encima del resto; ni si quiera Henry, nombrado recientemente mejor jugador del campeonato. Eran una piña, pero no una cualquiera, eran imparables.

Con un juego atractivo e intenso, el Arsenal había creado su seña de identidad. Highbury era tan solo el teatro donde se representaban cada domingo las mejores obras del panorama europeo. Con unas graderías típicas del fútbol inglés, el estadio gunner era especial. Uno de los que más alentaba a su equipo; o al menos uno en los que más se notaba el apoyo de los aficionados, que prácticamente formaban parte del terreno de juego.

Cuando el Arsenal tenía la posesión del balón; Vieira, Gilberto Silva y Bergkamp formaban un triángulo en el que el holandés era el vértice superior, la cabeza pensante. En ese instante, tanto Lauren como Ashley Cole se incorporaban al ataque por los flancos, permitiendo a Pirès y Ljungberg moverse con libertad entre las líneas rivales y dejar así a Thierry Henry en la punta del ataque. Las paredes eran continuas. Tocar de cara y esperar a que los compañeros se ofrecieran o doblaran; siempre tener a quién pasar el balón y siempre ir hacia delante, buscando la portería rival. El Arsenal desarrolló una idea de fútbol que nadie había conseguido implantar en el fútbol británico; quizás ahí reside la clave de su éxito, en la novedad. Nadie sabía cómo parar a los talentosos jugadores gunners. Tenían su juego tan automatizado que, como se suele decir, jugaban de memoria. Además, en el mercado de invierno llegaron jugadores como José Antonio Reyes o Gaël Clichy, que supieron sumar al equipo lo que necesitaba para continuar por la senda del triunfo.

Pasaban los meses y llegaba el mes de marzo; el Arsenal seguía sin perder. Veintidós victorias y siete empates que, sumado a las dos victorias logradas en las dos últimas jornadas de la campaña anterior constituían una racha de 31 partidos sin perder. El Arsenal ya no parecía; era un equipo imparable.

El 25 de abril de 2003 el Chelsea caía derrotado en Newcastle (2-1). En el derbi del norte de Londres el Arsenal tan solo necesitaba un empate en White Hart Lane para ser  matemáticamente campeón. Con goles de Vieira y Robert Pirès, ambos en la primera parte, el equipo de Wenger lograba un empate 2-2 frente al Tottenham y conseguía así la decimotercera Premier League de su historia.

Birmingham, Portsmouth, Fulham y Leicester fueron los últimos cuatro obstáculos que el Arsenal tuvo que afrontar para conseguir algo histórico; cerrar la temporada liguera sin cosechar una sola derrota. Y así fue. Con goles de Henry –máximo goleador del campeonato con 30 goles– y del capitán Vieira, el Arsenal vencía por 2-1 al Leicester en Highbury cerrando una temporada de ensueño: 90 puntos; 26 victorias y 12 empates durante las 38 jornadas que constituían la temporada liguera. Estos encuentros junto a los dos de la campaña anterior en los que el Arsenal no fue derrotado sumaban un total de cuarenta partidos invicto; una cifra al alcance de muy pocos equipos a lo largo de la historia.

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Sin embargo, no todo fueron victorias en el resto de las competiciones. El denominado equipo de Los Invencibles cayó derrotado en las semifinales de la FA Cup frente a, quién si no, el Manchester United de Sir Alex Ferguson (1-0). Además, en la Copa de la Liga los de Wenger fueron eliminados, también en semifinales, por el Middlesbrough (3-1 en el global; sumando los partidos de ida y vuelta). Por último, el Arsenal también sería apeado en los cuartos de final de la máxima competición continental por un equipo inglés, el Chelsea de Claudio Ranieri (2-3 en el global).

EL FIN DE UNA MARCA HISTÓRICA

Comenzaba la temporada 2004/2005 y, tras ganar la Community Shield en verano (3-1 frente al Manchester United), el Arsenal comenzaba una nueva liga con el récord de imbatibilidad aún latente. Con nuevas caras como Eboué, Cesc Fábregas, Flamini o Almunia; el Arsenal iniciaba la defensa del título con una victoria frente al Everton en Goodison Park (1-4). Middlesbrough y Blackburn fueron derrotados en Highbury y el conjunto de Wenger salió también victorioso de las posteriores visitas a Norwich City y Fulham. Llegaba el partido de la verdad. Una nueva visita a Old Trafford que podía resultar clave para la lucha por el título; y, para más inri, el partido que podía romper la racha de Los Invencibles. Así fue. Con casi setenta mil personas en el Teatro de los Sueños, el Manchester United vencía por 2-0 al Arsenal de Wenger, que dejaba en 49 el récord de imbatibilidad hístorico de la Premier League. Aquella tarde del 24 de octubre de 2004 los goleadores del ManU fueron un jovencísimo Wayne Rooney (recién llegado del Everton) y, curiosamente, el holandés Ruud van Nistelrooy…¡de penalti! Para que luego digan que el fútbol no ofrece revanchas. Sin embargo, aquella liga se la llevaría el Chelsea de José Mourinho que, tras ser campeón de Europa con el Oporto, fichó por un Chelsea que, en la temporada 2004/2005, estableció en 95 el récord de puntos logrados en una temporada en la historia del fútbol inglés, superando con creces al Arsenal de Wenger.

Con la derrota en Old Trafford el Arsenal cerraba un círculo. Una racha de 49 partidos imbatido que tardará mucho en poder repetirse; y más aún en el fútbol inglés. Muchos fueron los que se enamoraron de la mística de Highbury durante esos meses. Ver cómo toda esa gente presenciaba, casi sobre las líneas que delimitaban el terreno de juego, el juego atractivo y de ataque llevado a la perfección por Henry, Vieira, Ljungberg, Bergkamp, Pirès y compañía, era algo mágico para los aficionados al fútbol. Aquel Arsenal de Wenger es uno de los mejores equipos que se recuerdan. Un grupo de jugadores que, liderados por el técnico galo, fueron imbatibles durante largos meses en Inglaterra. Una racha que no solo colocó al Arsenal en los libros de la historia de este deporte, sino que colocó al club en la élite del fútbol europeo y, lo que es aún más difícil de conseguir, enamoró a miles de personas de Highbury y de Los Invencibles.

ANEXO

Todos los partidos del Arsenal en Premier League 2003-2004:

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Fuente: Statto.

PALABRA DE INVENCIBLE
  • Thierry Henry: “Sabíamos que podíamos perder, por eso nos preparábamos de la mejor manera para todos los partidos, independientemente del rival”.
  • Sol Campbell: “Toda la temporada fue como vivir un sueño. Nunca me sentí tan cómodo en la defensa”.
  • Arsène Wenger: “Todavía hoy se recuerda aquello como algo único. Creo que ningún equipo ha sido comparable a Los Invencibles desde entonces”.
  • Robert Pirès: “Increíble. No tengo otra palabra mejor para describir aquella temporada”.

* Daniel Arribas





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