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MAGAZINE / Tenis

Dudar de Rafa Nadal

por el 16 junio, 2017 • 14:09

 

El árbitro señala fuera, la pelota es clara. Doble falta. Es la segunda vez que Novak Djokovic entrega Roland Garros sin que su rival tenga que entrar en juego. Su rival, al igual que en 2012, es Rafael Nadal, el hombre que se arrodilla en la Philippe Chatrier tras haber frenado una racha de cuatro finales perdidas ante el serbio. El balear, completamente en trace, se levanta y avanza hasta la red para saludar a un jugador que todavía no sabe lo que es reinar en París. Él, en cambio, levantará minutos después su noveno trofeo en la capital francesa. La alegría es doble porque la victoria conlleva que el número 1 del mundo siga llevando su nombre, además de compensar el trago amargo de hace unos meses en Australia, donde la espalda le obligó a jugar mermado ante un pletórico Wawrinka. Pero aquello es historia, el de Manacor sigue en la cima y esta vez la acompaña su 14º Grand Slam, a solo tres tres de Roger Federer. Si todavía no se han ubicado, estamos en 2014, temporada en la que Rafa cumplió una década sin fallar a su cita con alguno de los cuatro grandes templos del circuito. El camino para ser el mejor de siempre parecía estar hecho a su medida, hasta que fue el propio camino el que le desvió para dibujar una realidad distinta. Un destino abrupto, inesperado, una celda oscura y exasperante donde se vería recluido a lo largo de tres largas e instructivas temporadas. Pero no se alarmen, prometo que este cuento tiene un final feliz.

En un segundo cambia todo. Una lesión que te obliga a claudicar en un torneo importante, un rival inspirado que te corta las alas cuando más necesitabas alzar el vuelo, un contratiempo que te aleja del circuito, que disminuye tus oportunidades y que aumenta las de resto. Muchas cosas han cambiado de junio de 2014 hasta junio de 2017, tres años de transición donde el circuito masculino contempló un nuevo reinado, disfrutó de la rebelión de la segunda línea de batalla y hasta vio a una vieja gloria, una a la que muchos ya daban por jubilado, aplastar a siete oponentes en fila para tapar el mayor número de bocas que llegaron a enterrarle. Igual lo primero era de esperar; para lo segundo hacía falta un poco más de fe; para lo tercero, sinceramente, ni en los barrios más céntricos de Basilea contaban con el milagro. Pero el tenis es un deporte cíclico donde solamente existe una ley: el próximo partido puede ser tu principio o tu final. El caso de Rafael fue un paréntesis más extenso de lo habitual, un descenso de categoría que puso a prueba y dividió a los creyentes de los no creyentes. Aunque el pasado domingo, casualmente, todos coincidieran en el mismo grupo de debate.

¿Por qué dudamos de Rafa Nadal? Hablo en pasado, ¿por qué hemos dudado a lo largo de estos tres años? Incluido el que escribe. Dice el diccionario que la duda está vinculada a la fe, a la creencia o la validez de un conocimiento. ¿Qué hizo mal para que tantas personas dejasen de confiar en él? Si nunca dejó de intentarlo, nunca dio la espalda a un problema y nunca perdió su discurso optimista, ¿por qué pudieron más tres años de desencantos que una década de éxitos? Faltó paciencia, seguro, pero sobre todo faltó memoria. Nos olvidamos de cada vez que el balear se mantuvo erguido ante el abismo, apartando los problemas evidentes y aportando soluciones que solo él presiente. Concretando: no hacía falta un décimo Roland Garros para saber que Nadal es el mejor deportista español de la historia, pero tampoco hacían falta estos tres años en blanco para humanizar a un hombre que ya había sido nacionalizado hace tiempo por los extraterrestres.

Nadal siempre vuelve, esto es algo que parecíamos tener claro hasta que los meses fueron ocultando la evidencia, la misma que hoy le sitúa como el mejor jugador del momento. Centrarse en los números del balear en este Roland Garros son casi insultantes: siete victorias, ningún set perdido, nadie capaz de hacerle más de cuatro juegos por parcial y la imagen impotente de todo un ex campeón como Wawrinka completamente perdido en la trampa del español. Sin embargo, lo más destacado no lo encontré esta vez en la película, sino en el making off. Los amigos de Eurosport remataron sus quince días de sensacional trabajo con un documental (‘La Décima’) en el que convivieron a diario con la estrella de Manacor, mostrando cómo entrena, cómo compite, en qué gasta su tiempo libre o cómo desconecta. Pero hay un fragmento del reportaje en el que tocamos el arma más poderosa de Nadal: cómo piensa. “A mí lo que realmente me divierte es la concentración para conseguir algo. La adrenalina y ese sentimiento de tensión, de presión… todas estas cosas que te dan la competición y el deporte creo que son difíciles de encontrar en otros aspectos de la vida“. Justo ese segundo antes de que empiece a la guerra, donde una parte te pide salir a matar y la otra te pide salir corriendo en dirección contraria, ahí es donde Nadal encuentra el motivo a tantos años de sacrificio. En ese vestuario, desde el que tantos duelos ha ganado ante si quiera de poner un pie en la pista, Rafa disfruta, aparta el miedo, compensa la balanza y empieza a construir su obra. Alguien con una filosofía como ésta, difícilmente puede agotarle algo tan simple como el tiempo.

Pero hasta en Nadal habitó la duda, ¿cómo no íbamos a dudar nosotros? De no haber sido así, nada de lo ocurrido estos últimos meses hubiera sido real. Porque perderse entre las nubes solo es posible cuando tocas el cielo y Rafa, en 2014, parecía estar sentado a la derecha del Todopoderoso. O al revés. Las circunstancias le hicieron dar un paso atrás, hacerse vulnerable, resetear sus hábitos y enviarle de nuevo a la casilla de salida, a empezar de cero. Hoy podemos decir que, pese a todo el sufrimiento, el limbo le vino bien. Reaccionó ante los obstáculos, modificó conductas, añadió voces en su equipo y mantuvo el mismo espíritu incansable de siempre, con esa terquedad que solo los más grandes entienden. Australia, Acapulco y Miami fueron los últimos eventos en verle caer; desde entonces, triunfos en Montecarlo, Barcelona, Madrid y Roland Garros. El rey de la tierra recuperando su terreno, hectárea a hectárea, con 31 años y jugando como nunca. ¿Y ahora? Buena pregunta. Ahora hay cosas que han cambiado y otras que no. Rafa es leyenda (ya lo era) y como leyenda que es, ya no tiene nada que demostrar. Testimonio inapelable que tras su décimo milagro en París ya nadie intentará poner en riesgo. Sin embargo, la gente vuelve a ilusionarse, vuelve a creer, tiende ya a precipitar el próximo éxito del campeón. Hoy son 15 Grand Slams pero… ¿podrá ganar Wimbledon? ¿verán nuestros ojos ‘La Undécima’? ¿será posible alcanzar los 18 de Federer? Como pueden comprobar, la duda es buena y es algo que acompañará a Rafa Nadal durante toda su carrera. Mientras haya duda, es que hay opciones. Que no se pierda nunca.

* Fernando Murciego es periodista.

Twitter: @fermurciego




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