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Es todo una cuestión de tiempo y espacio. El fútbol y la vida toda se pueden resumir en la conjunción entre esas dos variantes. ¿Cuántos hechos hubieran sido de otra manera con alguna alteración en esa ecuación?
Tu nombre ya no es una palabra
Tus manos parecen un recuerdo,
Tu risa, tu amor y tu esperanza
Son ecos de un ensueño…
Son sombras de un adiós.
¿Recuerdas?… Mis pasos te buscaban
¿Recuerdas?… Un día te encontré,
Y al vernos quedamos sin palabras
Y entonces sin hablar te abandoné.
Diego Milito volvía a Racing en julio del 2014. ¿El espacio? Un club que meses antes había quedado al borde de la acefalía y que, tras la temporada con menor efectividad de puntos en su historia, había esquivado el descenso por apenas dos puntos. ¿El tiempo? 35 años recién cumplidos y una rotura de ligamentos a comienzos de 2013 que parecía acelerar los plazos y aproximar un retiro. Al menos así hubiera sido para la mayor parte de los futbolistas.
Pero no para el Príncipe. Milito cambió la historia. No al equipo. No (solo a) la institución. El delantero extrajo al club, a sus compañeros y a los aficionados del arcón de las angustias y les mostró que otro camino era posible. Que la Academia podía ser Academia no solo por un mote tan añejo como el fútbol argentino, sino que también existía solución de continuidad en el presente. La épica del aguante y el estoicismo -ese que los hinchas de Racing sostuvieron durante décadas en las cuales el club descendió, estuvo al borde de otro descenso y sufrió la privatización de su fútbol (luego devuelto al control de sus socios)- podía ser archivada para recuperar la senda del triunfo, pero sobre todo la senda del orgullo.
El equipo se acostumbró a ganar mucho y a competir siempre. Racing clasificó por única vez en su historia en dos años consecutivos a la Copa Libertadores por sus méritos en el ámbito doméstico. El Príncipe fue ejemplo y desde allí construyó su liderazgo. No fue simplemente un futbolista que llegaba con muchísimos pergaminos, que en 2010 había sido decisivo en una final de Champions y que había sido elegido mejor jugador de Europa. Esos antecedentes eran revalidados en cada entrenamiento, en cada partido, en cada rueda de prensa o aparición pública.
Cultura del trabajo. Esfuerzo. Sacrificio. Espíritu amateur. Cuidado invisible. Diego Alberto guió a todos y puso a un club de pie. Convirtió a Gustavo Bou en goleador a nivel local primero y luego en bomber del continente. Reapareció en La Boca para comenzar la cabalgada fulgurante rumbo al título en 2014. En un espacio con una cultura absolutamente autodestructiva y nociva, que se resumía en el “Esto es Racing”, su aparición le dio lugar al #RacingPositivo. Compartió junto a Sebastián Saja (quien estaba desde 2011 en Racing) la voz de mando en el vestuario y a lo largo de estos dos años acompañó el surgimiento de una camada de nuevos líderes. Su ejemplo convenció definitivamente a Lisandro López de volver al club para ganar título y potenciar el sentido de pertenencia. Il vero trascinatore, dirían en Italia.
El pueblo racinguista se volcó al Cilindro a despedir a su héroe en su último juego en casa ante Temperley. Al borde de los 37 años, el capitán, que le dará nombre en días a una de las calles que contiene al estadio Presidente Perón, emocionó a todos. Más de 50 mil personas gritaron una vez más que “Milito hay uno solo”, un canto que comenzó siendo una burla hacia Independiente (y el ídolo rival, Gabriel, hermano de Diego) y terminó transformándose en una seña identitaria que habla del club, de su presente, y de su porvenir. Muchísimas familias se dejaron ver en el Cilindro, muchos de ellos haciendo un sacrificio enorme en un país que se dirige hacia el colapso económico, para poder ser testigos de un momento histórico.
Tu silencio encerraba otro mundo
En tu aliento quemaba otro fuego,
En tus ojos brillaba otro rumbo
En tus labios temblaba otro beso.
Y de pronto tu nombre fue un eco
Y un recuerdo perdido, tu voz,
Y mi voz un adiós de silencio
Y un amor sin sentido, mi amor.
¿Qué será del futuro de Milito? Es difícil responder esa pregunta. Una opción es dirigirse hacia el banco de suplentes y forjar una carrera como entrenador, al igual que su hermano Gabriel quien hace días fue nombrado en el primer equipo de Independiente. La alternativa es sumergirse en el espacio de la dirección deportiva, una figura que aún no se supo trabajar y explotar de forma apropiada y extendida en el tiempo en Argentina.
¿Qué será del futuro de Racing sin Milito? Esa pregunta también es difícil de responder desde mayo del 2016. La hora de la madurez es esta. El emblema mostró el camino, encendió la mecha en el medio de la oscuridad y encontró la salida a un laberinto que parecía eterno y aletargador. El alcance de ese legado se vislumbrará en el mediano plazo, en cada decisión de fondo que se tome.
Más allá de lo que ocurra con esos dos interrogantes, nada modificará lo que hizo Diego Alberto Milito en su paso por Racing como futbolistas en sus dos etapas. El único que festejó dos veces a nivel local con el club en medio siglo. Aquel que derrotó al tiempo y al espacio.
¿Recuerdas?… Sin llanto y sin reproche
Trazamos la cruz de dos caminos,
Mis pasos tomaron en la noche
La línea de un destino
Que nunca retornó.
Tu nombre ya no es una palabra
Tus manos dibujan un adiós,
Tu ausencia señala la distancia
Del tiempo que borró tu corazón.
Letra: Tu nombre, Homero Manzi.
* Diego Huerta es periodista y editor del sitio web “Cultura Redonda”.
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