"Se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose al enemigo". Sun Tzu
La realidad, ya saben, deja a la ficción en pañales, puede superarla por elevación estratosférica. O también, si vamos por ese lado, el mundo es un pañuelo y todo queda, también lo saben, a un máximo de seis grados de separación. Durante la audiencia del papa Francisco I a la delegación argentina se produjo una impagable anécdota a propósito de la querencia del pontífice por el delantero René Pontoni, su ídolo infantil, delantero centro y goleador de San Lorenzo de Almagro, sin que los presentes llegaran siquiera a barruntar la completa extensión del detalle. Jorge Mario Bergoglio estaba hablándole a Messi de alguien que pudo ser su precursor en el Fútbol Club Barcelona con más de sesenta años de adelanto en la llegada. Relatemos la curiosa peripecia al detalle.
Según los despachos de agencia, y resumiendo que es gerundio, Bergoglio asistió al Gasómetro de Boedo en compañía de sus padres allá por 1946, cuando el fútbol argentino vivía su época de mayor esplendor y el llamado Ciclón de Boedo, con su tradicional remera azulgrana, rivalizaba en gloria de clubes con la celebérrima Máquina de River e Independiente lucía también un ataque de campanillas que no le iba a la zaga. El pequeño Jorge Mario se quedó hechizado con un gol de Martino en el 5-0 que San Lorenzo le endosó a Racing de Avellaneda aquella tarde del 26 de octubre de 1946. Poco le ha costado a los argentinos hallar la exacta referencia marcada para siempre en aquella retina infantil y desempolvar ahora el momento: “De La Mata centró al área en busca de René Pontoni, quien recibió en el área de espaldas y encimado por los rivales Yebra y Palma. Pontoni controló con el pecho y sostuvo el balón con su empeine derecho durante un tiempo que pareció eterno, en una suerte de malabarismo, sin dejar caer la pelota. Tras amagar con irse por la derecha y zafarse del otro defensor con una rápida media vuelta, se marchó entre ambos rivales y chutó cruzado de volea para batir a Ricardo, meta de Racing. Según la leyenda, tal fue el asombro general que el público tardó varios segundos en celebrar el gol”. Y en la grada, el futuro papa, al parecer, no se perdía un solo lance en el que interviniera aquel equipazo del 46 que los buenos aficionados, fieles al sentimiento y a la memoria histórica, aún recuerdan de carrerilla por transmisión oral de sus antepasados: Blazina; Vanzini, Basso; Zubieta, Grecco, Colombo; Imbellone, Farro, Pontoni, Martino y Silva.
Como pueden comprobar, aun cantados bajo táctica de 2-3-5 y con algunos aspectos a retener. Por ejemplo, la presencia en la derecha del centrocampo del vasco Ángel Zubieta, aún activo tras haberse exiliado durante la Guerra Civil. Y delante, la rutilante tripleta central de ataque, el apodado Terceto de Oro formado por Armando Farro, René Pontoni y el gran Rinaldo Martino, trío de postín donde los hubiere. Repasando en vuelo rasante la biografía de Pontoni, nacido de humildísima cuna, el goleador fue conocido por un buen montón de apodos a lo largo de su carrera. Para empezar, le llamaron El Huevo porque así se ganaba la vida de pibe por las calles céntricas de Buenos Aires, ayudando a la pingüe economía familiar con la venta ambulante de huevos por docenas en compañía de su hermano mayor e ídolo personal en lo balompédico, culpable de meter al infantil René en mil y un partidos de potrero contra chavales que le sacaban unos cuantos años de edad y físico en abundancia. Tocaba espabilar, según cuenta la leyenda de Pontoni, y así lo hizo. Pronto pasó a ser conocido como La Mula por la tremenda potencia de su disparo, debutando con Gimnasia y Esgrima a la hoy increíble edad de catorce primaveras. Agrandó su fama a ritmo del proverbial reguero de pólvora y antes de cumplir siquiera los veinte ya había recibido ofertas de todos los grandes del país e, incluso, del Peñarol de la vecina Uruguay. En otro guiño que Lionel Messi no tiene por qué conocer, Pontoni se inclinó por Newell’s Old Boys, sí, el mismo Ñuls tan estimado por el genial delantero de Rosario que, de paso, ha canonizado en vida a su nuevo entrenador, Gerardo El Tata Martino. Allí permanecería Pontoni hasta 1944, ya internacional, ya comparado con las glorias del momento, fueran el gran Adolfo El Maestro Pedernera, faro del mejor River Plate, o compitiendo en talento goleador con el paraguayo Erico, alma de Independiente.
Para entonces, Pontoni se había ganado el remoquete definitivo: La Chancha. Y se armó el belén. La Casla, apelativo popular del Club Atlético San Lorenzo de Almagro gracias al ingenio de abreviar con las iniciales, tiró de talonario para conseguir los servicios del tremendo ariete. La oferta, una locura: 40.000 dólares –nada de pesos argentinos, vaya a saber la razón– y dos jugadores para convertir a la figura en referencia de los cuervos, alias por el que aún hoy son conocidos los seguidores de San Lorenzo. Con Pontoni a bordo, el Ciclón de Boedo comenzó a tejer leyenda bajo la batuta de Pedro Omar, mucho más visionario que entrenador. Omar armó un equipo solidario, tremendamente técnico y combativo, que, repasando las crónicas, parecía talmente precursor del fútbol total. Allá, todos atacaban y defendían llevados de una encomiable solidaridad. La calidad y talento de ese once daba por el pase corto, el apoyo constante, desmarque para el balón al hueco y tantas y tantas modernidades que revolucionaron la concepción de esta disciplina y comenzaron a labrar un puesto en la leyenda, posición de privilegio en la eternidad futbolística.
Sigamos y abreviemos. San Lorenzo acabó imbatido esa campaña del 46 y Juan Domingo Perón, entonces al mando del gobierno, dio su visto bueno para que realizaran una gira promocional por la España autárquica de su compinche en los procelosos terrenos de la dictadura militar. Ya saben que Argentina se saltó el boicot de la ONU a Franco y su trigo, legumbres y otros artículos de primera necesidad a bajo precio y buen crédito paliaron buena parte de la hambruna de posguerra, de aquí el eterno agradecimiento de nuestros abuelos a Evita, sin ir más lejos. Por la vertiente deportiva, otro derivado de gazuza que saciar, la gira de San Lorenzo por España y Portugal significaría, literalmente, un antes y un después, punto y aparte, caída total de vendas en los ojos para el muy precario concepto de raza y furia que triunfaba entonces por estos pagos. Tras aterrizar en Chamartín para disputar el primer amistoso en la tarde de Navidad, única derrota de los argentinos en tan lejano territorio, llegó el turno de desplazarse a Barcelona y aparecer el primer día del nuevo año en Les Corts con el objetivo de medirse a la selección española.
Y aquello fue el acabóse: San Lorenzo mostró a la afición cómo se jugaba al fútbol en los tiempos modernos, con guinda de su apetitoso pastel vivida en aquella tarde fría, bajo constante amenaza de lluvia, terreno de juego sumamente resbaladizo y los graderíos, por supuesto, a rebosar, tamaña era la fama que les precedía. Los de Boedo alinearon en Barcelona a Blazina en la portería, Basso y Colombo en el dúo defensivo, con Crespi, Grecco y Zubieta cubriendo la zona ancha y De la Mata, Farro, Pontoni, Martino y Silva, tres cambios, uno por línea, en relación al once titular ya legendario. El editor Jorge Herralde, presente en aquella memorable velada a muy tierna edad, evocó esos once nombres también de carrerilla al autor de estas líneas sin que el paso de medio siglo hubiera menguado su infantil admiración. Es más, diríamos que quienes tuvieron la suerte de contemplar la exhibición jamás olvidaron uno sólo de esos nombres. Ganaron los visitantes por 5-7, nada menos, y, volvamos a las coincidencias, Pontoni abrió el marcador para los suyos con un gol tan estratosférico como el que quedó grabado en la imaginación del papa Francisco I cuando le vio en su tierra natal.
Dicen las hemerotecas que Pontoni se fue en finta del central español y, cuando observó al portero Baños camino de lanzarse a sus pies, elevó el balón en sombrero hasta ponérsela en la cabeza a un palmo de la línea de gol, antes de empujarla a la red con sobriedad y gesto casi torero. También aquí tardaron los aficionados en responder a tamaña exageración por puro asombro, antes de ofrecerle al artista la llamada ovación de gala. Y lo mejor, ahora: según pudimos investigar mientras preparábamos nuestro próximo libro, De blues i grana II, que aparecerá el próximo otoño, ya en el descanso de aquel partido el entonces secretario técnico del Barcelona, Pepe Samitier, aprovechó la mediación de Alfonso Graells para conocer a Pontoni y proponerle una cita la mañana siguiente. Llegado el momento, Samitier, siempre tan peculiar, aseguró a Pontoni que convencería al nuevo presidente del Barcelona, Agustí Montal padre, para conseguir sus servicios y, también, los de su compañero de ataque, Rinaldo Martino, a fin de reeditar aquí aquel fenomenal Terceto de Oro con el sensacional César Rodríguez completando el lote.
Samitier, legendario por su sagacidad, aseguró a Pontoni que seduciría con irrebatibles argumentos a su amigo Francisco Franco para que se abrieran las fronteras a los futbolistas extranjeros, entonces cerradas. Sostenía Sami que el fútbol hispano se había estancado, que no se ofrecían alicientes a los espectadores pese a que continuaba siendo la gran pasión nacional y que la inyección de talento de los foráneos redundaría a la fuerza en mejora exponencial de la calidad nativa. Por ahí se salió con la suya, si atendemos al curso de la historia, pero el Barcelona fracasó en el intento de conseguir a los proto-Messi cuando quiso iniciar negociaciones con el señor Domingo Peluffo, presidente de San Lorenzo, a quien no agradó en absoluto el tono y las pretensiones de los barcelonistas. Le sugerían desmantelar un mito en plena vigencia y el mandatario argentino replicó que, si querían a La Chancha Pontoni, el capricho les costaría más de un millón y medio de pesetas de la época y nada de incluir a Martino en el trasvase. Al argentino, eso de que le vinieran con ínfulas gente con campo capaz para 40.000 personas cuando en Boedo se llenaban las 90.000 plazas disponibles en cada encuentro le pareció algo así como el mundo al revés. Al fin y al cabo, en analogía, Argentina era la rica y la España del 46, bueno, dejémoslo…
Desde un punto de vista barcelonista, aquel tremendo recital de San Lorenzo en su terreno de Les Corts supuso poco menos que una revelación para sus aficionados, como si millares de Saulos cayeran al unísono de un imaginado corcel en su camino del Damasco de la verdad futbolística. El Ciclón de Boedo fue el primero en mostrarles un espectacular, estético, estilo de juego al que los culés de aquellos tiempos rindieron tal grado de admiración que quisieron emular de inmediato. Tocar y tocar, corresponder en recital sobre la cancha al precio pagado por la entrada, embelesar a la afición… Para los expertos en la historia azulgrana, San Lorenzo puso algo así como la primera piedra en esa catedral, esa peculiar Sagrada Familia, que costó sesenta años edificar tras muchas travesías por el desierto y algunas evidentes pérdidas de los planos imprescindibles para su construcción. La exhibición de Les Corts les hechizó por completo.
Pontoni estaba entonces a punto de cumplir 27 años y ya había establecido algún registro de proporciones siderales: 19 goles en 20 partidos vistiendo la camiseta albiceleste, récord nacional que aún nadie ha podido superar. Para desgracia del crack, la gira por España significó el punto álgido de su carrera. De vuelta a su liga, a los pocos meses, sufrió una criminal entrada que cortó de raíz su trayectoria, tremendo el diagnóstico, imposible la recuperación. Como cúmulo en el revés, al poco de recuperarse físicamente, arrancó la histórica huelga de futbolistas en Argentina que dio con lo mejor de cada casa en Colombia, atraídos por el dinero mercenario, dado el parón vivido. Pontoni militó brevemente en Independiente de Santa Fé antes de regresar a su querido Newell’s para confirmar que nunca segundas partes fueron buenas. Por cierto, Martino fichó por la Juventus de Turín y apenas aguantó una campaña con la Vecchia Signora en flagrante falta de aclimatación al futbol trasalpino.
La biografía de Pontoni, ya fallecido, muestra muchísimos giros sumamente atractivos. Lo que La Chancha, contemplándolo desde ese Olimpo que seguro guarda a los legendarios del fútbol, no hubiera podido imaginar jamás es eso de convertirse en excusa para la conversación entre un papa argentino y el Mesías del balón, también del propio país. Seguro que habrá fruncido el ceño antes de pensar que, por supuesto, dios es compatriota de Gardel y entre tan selecta concurrencia no ha de extrañar que se acuerden de René… Menudos bucles más peculiares tiene la historia… del fútbol. Divino, digno de Vaticano.
* Frederic Porta es escritor y periodista.
– Fotos: AP – Marca
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