Libros / El largo viaje de Pep
“Que tinguis sort”, le deseó su gente. Suerte. Un viejo concepto que para él siempre representó mucho y que invocó en los momentos agudos de este largo viaje. Para Pep Guardiola esto no fue un reto, ni un triunfo, ni un ciclo: fue un viaje y, como en todos ellos, la fortuna es una excelente compañera de asiento. “Suerte”, le susurraron y él pensó en el azar, que es nada si antes no ha existido un trabajo sordo y prolongado. Aquello que reza en la sala de musculación del Estadio Olímpico de Helsinki: “El resultado final es fruto del entrenamiento silencioso, continuado y meditado”.
Posiblemente, Guardiola construyó a su alrededor el conjunto más sofisticado del fútbol mundial. No digo el equipo, digo el conjunto: futbolistas y cuerpo técnico, que compusieron un colectivo erizado de pequeños detalles innovadores, casi siempre mantenidos en la discreción del vestuario, una máquina avanzada, de última generación en todos los ámbitos del deporte. A partir de dicha maquinaria sofisticada se desarrolló el juego.
Una idea innegociable, cada temporada más enriquecida por aportaciones espigadas en los libros de historia. El Pep Team ha sido (es) el equipo más moderno del fútbol mundial, incluso podríamos aventurar que el más poderoso, el más consistente, el mejor de la historia (algo que sólo el paso del tiempo certificará) y, sin embargo, se fue construyendo a partir de pequeños retales de historia, de certeros frames que Guardiola retuvo en su memoria de elefante durante su viaje como futbolista primero, como outsider más tarde, como amante del deporte siempre.
Llegados a este punto intermedio, cabe desvelar ya el misterio: ¿Ha sido Guardiola un gran creativo? ¿Un innovador? ¿Un revolucionario? ¿Qué ha aportado al fútbol mundial? La respuesta es rotunda: Guardiola ha sido el gran evolucionador. Él mismo se definió: “Yo soy un ladrón de ideas para agarrar de todo el mundo”. Pep no ha inventado nada en el fútbol. Ninguna acción llevará su nombre. Ningún saque de esquina o una disposición táctica sorprendente, ni una jugada a balón parado o un determinado modo de atacar las bandas. Pero su nombre ha bautizado al equipo más grandes de todos los tiempos, ahí es nada.
Este viaje del Pep Team no se entendería sin el viaje previo del Pep jugador. Del Barça que rompe sus demonios en Wembley-92 con su primera Copa de Europa al Guardiola italiano que conoce amarguras y rigor defensivo en su estancia en el Brescia y la Roma. O al jugador ya casi en retiro que acude a México para empaparse junto a Juanma Lillo de conceptos que le resultarán imprescindibles, ejerciendo casi de segundo entrenador al lado del autor intelectual del juego de posición. Todo ese largo viaje del Guardiola futbolista desemboca en su aventura como entrenador y es entonces cuando extrae de su mochila un conocimiento enciclopédico.
Es Cruyff, por descontado, pero evolucionado por mil experiencias vividas. Lanzó una primera versión y pronto una segunda y nuevas actualizaciones continuas, un update irrefrenable, casi vertiginoso. Estableció el juego posicional como credo intocable; el balón como centro del universo del equipo; la vocación ofensiva como signo de identidad irrevocable, responsable en ocasiones de algún traspié; la presión de todos ayudando a todos como instrumento imprescindible; la posesión como herramienta de esa cordada alpina en que transformó el juego (logrando cerrar sus 247 partidos con mayor porcentaje de posesión que cualquier rival); el regreso de los extremos bien abiertos, casi estacas estirando la lona central; potenció el juego del portero con el pie; recuperó la salida lavolpiana y exigió siempre la salida en corto; desempolvó el falso 9 de Sindelar, Pedernera e Hidegkuti; quebró el Principio de Complementariedad y apostó por el Principio Hologramático, llenando de clones el centro del campo para que se potenciaran exponencialmente; echó mano de la Paradoja de las Judías Secas cada vez que el equipo tardaba en asentarse…
Nadie poseyó tantos recursos tácticos a su alcance (ni, probablemente, tan extraordinarios futbolistas) y si alguien, con anterioridad, los tuvo, no supo emplearlos como Pep. De la mochila del conocimiento extrajo la esencia de una jugada, de un despliegue, de un concepto, y lo inyectó armoniosamente en esa maquinaria hasta conseguir lo más difícil: vencer al azar. El Pep Team venció al azar. A todos sus rivales, desde luego; y todos los títulos existentes, por supuesto. Pero por encima de todos, al azar. A lo imprevisible que mencionara Dante Panzeri; al azar, “que coloca de forma natural las cosas en su justa medida” como explicara Lillo. En los peores momentos, cuando la vida o el destino o la realidad se conjuraban contra el Pep Team o contra uno de sus miembros, en forma de lesión, accidente o enfermedad, que de todo hubo, la maquinaria siguió adelante como propulsada por un espíritu inquebrantable. Nada parecía capaz de detenerla, ni el rival más potente, ni las circunstancias más adversas.
En los momentos más oscuros, los capitanes recogían el balón del fondo de sus mallas, lo situaban en el centro del campo y volvían a empezar, como si nada hubiera ocurrido, como si nada pudiera evitar su remontada o su victoria. Y así era o así lo parecía. Un equipo inevitablemente condenado a remontar y ganar. Lo hizo durante años en un viaje apasionante que empezó mal y con todos los augurios en contra.
Un viaje iniciado con dos derrotas y un empate, pero sin titubeos. En el primer tropiezo liguero, regresando de Soria, tras dos horas de viaje meditabundo en autobús, Guardiola se giró hacia su mano derecha y le dijo: “Manel (por Estiarte) vamos por el buen camino. No lo dudes”. ¡Acababan de perder el partido con que empezaba su primera Liga! Iban por el buen camino, desde luego, pero solo él lo sabía. El Barça era un barco ciego en mitad de la niebla, pero Guardiola conocía el camino de salida. Y en pocas semanas lo sacó de allí, elevándolo a las cotas del fútbol más estético y efectivo que se recuerda. Salieron de la niebla y empezaron a sumar títulos, hasta 14, el número de Cruyff.
El que se sigue es el recuerdo de dicho viaje. No hace falta que se abrochen los cinturones porque ya todo ha pasado. Si edito este libro es porque esos artículos que fui escribiendo con mirada de corto plazo, casi a diario, han acabado convertidos en crónica de un viaje inolvidable. El escepticismo inicial, las dudas generalizadas, los primeros aciertos, la reconstrucción de un equipo que había caído desde lo más alto, los éxitos, las crisis, la seguridad de las certezas, la incertidumbre de los siguientes pasos, las evoluciones tácticas, la acumulación de títulos, el reconocimiento universal y, finalmente, redundante, el final del viaje. Cuatro años que parecen cuatro siglos. El largo viaje de Pep a bordo del Barça de los prodigios.
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