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“El crédito no existe en el deporte”. Pep Guardiola


MAGAZINE / Tenis

Querer y poder

por el 14 septiembre, 2016 • 12:06

 

La pregunta se repite siempre que el número uno del mundo está en la cancha, sin excepciones: ¿Te imaginas que pierde?. Esta vez era en Nueva York, en la final del US Open, donde Novak Djokovic peleaba por su tercera corona en Flushing Meadows ante Stan Wawrinka. Era domingo, cerca de la medianoche, y la Artur Ashe se encontraba a más de 6.000 kilómetros de distancia, así que opté por disfrutar del espectáculo desde el salón de mi casa. La escena era la siguiente. Un set para cada uno pero el suizo dominando 3-0 en el tercero con una evidente dinámica aplastante. Mi padre en un sofá, yo en el otro, la tradicional liturgia de final de Grand Slam con una pregunta todavía más clásica: ¿Quién gana, papá? . Una pregunta que, bajo ese techo, posiblemente solo haya sido superada por la de ¿Qué hay de cenar?. Mi padre siempre representó para mí ese gurú al que acudir cada vez que un dilema atacaba mi cabeza. Luego apareció Google y todo cambió. La cuestión es que Fernando Senior lo tenía muy claro: “Esto es de Djokovic“. Me sorprendió ver lo rápido que resolvió la cuestión, de hecho, lo remató confesando que ni un 3-0 en una hipotética cuarta manga a favor de Stan le haría cambiar de opinión. ¡Qué seguridad! Tanta que antes de terminar el tercer parcial optó por dibujar el desenlace del encuentro desde la almohada, dejándome solo ante el peligro. Os podéis imaginar el cachondeo a la mañana siguiente, aunque reconozco que a su alegato no le faltaba criterio. Hasta yo lo hubiera firmado.

Pero así es el deporte, regalando sorpresas y desmitificando padres desde tiempos inmemoriales. Stan Wawrinka, un hombre incapaz de empatar con nadie hasta 2013, reinaba con jerarquía sobre la pista con más aforo del mundo capturando así su tercer Grand Slam. Y todavía seguiremos dudando del potencial del suizo. Cuando ganó en Australia (al número uno del mundo, Rafa Nadal) nos pilló a todos con el carrito del helado. Fue un golpe de aire fresco que más de un agorero entendió como una mera casualidad. Al curso siguiente se adueñó de la tierra batida de Roland Garros (ante el número uno del mundo, Novak Djokovic) apartando al serbio de su su tesoro más preciado y restaurando el debate sobre sus capacidades. De nuevo los pitonisos saltaron a escena para restarle importancia a la proeza, destacando que un día malo lo podía tener cualquiera, olvidándose del rendimiento, casi perfecto, que el de Lausana había ofrecido en aquella cita. Nuevo año, nuevo Grand Slam. Tres golpes fallidos obligaban a Wawrinka a tomar la Gran Manzana sobre la bocina. “Por fin se acabaría esta mentira“, pronosticaron los adivinos. Ya lo creo. Tanto se repitió que se convirtió en realidad. La flauta del suizo volvió a sonar intenta y rotunda (contra el número uno del mundo, Novak Djokovic) para conseguir una escalera de color con tres ases diferentes. Aquel jugador olvidado en 2013, rechoncho y falto de personalidad, cerraba 2016 con tres Grand Slams diferentes en su mochila. Ni Andy Murray puede contarlo.

He llegado a tres finales de Grand Slam y las he ganado porque nunca sentí la presión de que debía ser campeón, sí la de salir y hacerlo bien. Tampoco me cuestiono si enfrente tengo al mejor jugador del mundo. La proporción que tengo en los duelos con Djokovic no es la mejor, pero el haber ganado los tres partidos con título en juego de torneos de Grand Slam es algo que quiero que se repita. Ganar el Abierto de Estados Unidos, al igual que los dos torneos anteriores, a partir de haber cumplido los 28 años es una gran compensación a todo el esfuerzo que realizo cada vez que estoy en la pista, lo único que hay en mi mente es superarme siempre“, destacó el mejor suizo del ranking (#3) tras protagonizar un nuevo asalto al tren del dinero. En su historial lucirá por siempre el orgullo de haber levantado un Grand Slam con más de 31 años, desafío que no veíamos cumplir desde los últimos destellos de Andre Agassi con 33. En su registro brilla ahora mismo la burrada -porque no encuentro mejor vocablo para definir tal marca- de once finales ganadas de manera consecutiva. Bárbaro. Y no hablamos de finales cualquiera ni adversarios de segundo nivel, lo cual suma más ingredientes a esa receta imposible de menospreciar. Y todavía habrá gente que crea en la casualidad o la fortuna. Por supuesto, pero no en esta novela.

Stan Wawrinka bajó la persiana en 2013 con unas semifinales del US Open como mejor resultado en su carrera después de 35 Grand Slams disputados. Bagaje pobre para un tipo curtido de 28 años de edad que parecía asentarse definitivamente en el top10. En sus doce años como profesional había levantado cuatro títulos y caído en nueve finales. Respecto a sus enfrentamientos ante los mejores, la estadística reflejaba un alarmante 27-67 en duelos contra los diez primeros del mundo, razón máxima para pensar que el suizo era carne de segundos platos. Hasta que llegó Magnus Norman (Suecia, 1976) para modificar la carta y poner patas arriba todo el establecimiento. Desde entonces y en los tres último años, el de Lausana ha disputado once finales y las ha ganado todas. Disputó 12 Grand Slams en los cuales pisó seis semifinales y amarró tres coronas. En sus duelos ante el top10, nada que ver con lo anterior, balance de 19-14 a su favor con victorias de todos los colores hasta situarse como número 3 de la clasificación en repetidas ocasiones. El técnico sueco, que ya moldeó a su antojo a Robin Soderling (dos veces finalista de Roland Garros) encontró en Wawrinka ese potencial secreto que nadie veía, ese campeón innato escondido baja una estampa desdibujada y todavía por madurar. Y puede que lo mejor esté por llegar.

El paso de los años no sienta igual a todo el mundo, sobre todo si llevas desde la adolescencia marcando la pauta y exprimiendo cada gota de tu mocedad. El ‘BigFour‘ se hace viejo, dicen, y es normal. Los cuatro fantásticos llevan desde 2004 liderando un vestuario y en algún momento su mandato dirá basta. Mientras tanto, otros corceles de arrebato más tardío ya empiezan a aprovechar sus resbalones para engrosar su palmarés, siendo Stan Wawrinka el más destacado en carrera. Al helvético poco le importa si le meten en este grupo de legendarios campeones o le dan de comer aparte, sencillamente se la bufa. En estos tres años se ha dedicado a torpedear el navío de Djokovic, resistir al arsenal de Nadal, combatir con Federer por la supremacía suiza y competir con Murray por el papel de ‘tercero en discordia’. Y todo esto lo ha hecho a trompicones, sin equilibrio, casi por inercia. Cargando con el castigo de quien se sabe poderoso y capaz de tumbar a quien se ponga por delante. Ése es Stan Wawrinka, un hombre que puede derrumbar la muralla más perfecta, alguien que gateaba a ciegas por el circuito por miedo a correr, hasta que un maestro le soltó al vacío para que aprendiera a volar. Querer y poder. Lo segundo ya es una obviedad. Lo primero depende de él.

* Fernando Murciego es periodista.

Twitter: @fermurciego




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