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Otra vez un defensa central le ha quitado la miel de los labios al Atleti en el último suspiro. Pero Sergio Ramos es más que ese remate feliz del instante agónico. Bastante más. Ramos fue Múnich, ha sido Lisboa y ha sostenido al Real Madrid durante muchos tramos de una temporada irregular, pero que se salda con un doblete formidable: Copa y Décima.
La final de Lisboa es la cojera global del Atleti, el grosero error de Casillas y la perplejidad inicial de un Madrid que se siente más cómodo replegado que con balón salvo que… sí, salvo que se junten Isco, Marcelo, Modric y Di María. En ese caso, el Madrid es otro bien distinto del inicial y si a Carlo Ancelotti, primer entrenador en conquistar tres títulos de Champions League (uniéndose a Bob Paisley, con sus tres Copas de Europa), se le pueden achacar 58 minutos de nihilismo futbolístico, también a él hay que atribuirle el mérito de introducir a los jugadores que podían cambiar rotundamente el rostro de una final en la que el Atleti ya solo jugaba, boqueando, a mandar balones al horizonte. Isco y Marcelo fueron dos agitadores imprescindibles, dos elementos químicos necesarios para que Modric y Di María pudieran florecer.
Ramos para la salvación y Di María para la sentencia. El argentino, también irregular por definición, ha sido el clavo ardiendo de Ancelotti. En la final y en la temporada. El entrenador confió en él cuando Özil dejó tras de sí un reguero de nostalgia. Di María ha sido el electrón capaz de fundir el hielo rojiblanco, el interior imprevisible, el extremo imparable, el verdadero ejecutor, aunque se vaya de Lisboa sin ninguna muesca en su revólver.
– Foto: Real Madrid
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