"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
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Se lo contaba Simeone a Gemma Herrero en la primavera de 2014, mientras se estaba gestando el título de Liga: “El Barça y la selección española nos llevaron a ir detrás de una idea que es hermosa, pero para correr rápido hay que tener un auto bueno. Si tienes un auto menos bueno tendrás que buscar la manera de pincharle la goma al otro y correr lo más cerca de él que puedas”. No podía haber mejor discurso para la reafirmación de la identidad de un hincha harto de tener que justificarse por cada victoria. De la misma forma que Cruyff creó un sentimiento de identidad entre el aficionado culé y su estilo de juego, Simeone potenciaba la entrega y la fe como causas para optimizar una idea en apariencia simple, pero con unos conocimientos fuera de serie para desarrollarla.
La coordinación entre líneas, el doble pivote, los falsos extremos, la concentración prolongada en el tiempo, la agresividad entendida como acometividad –predisposición a actuar– y la contagiosa ambición de vaciarse a cada momento que han ido transmitiendo a los nuevos los seis jugadores que se mantienen desde la llegada del Cholo (Godín, Juanfran, Tiago, Gabi, Koke y Filipe) fueron los cimientos de la idea original en la que todos los jugadores se reconocían fuera cual fuera el sistema táctico o los jugadores que lo compusieran.
En una era en la que abundan los equipos que consiguieron éxitos buscando el orden y el dominio de los espacios desde la no tenencia del balón –la Premier del Chelsea de Mourinho, la del Leicester, la Eurocopa de Portugal, el actual liderato del Leipzig en Alemania, etc.–, el Atlético es máximo exponente y excepción a la regla: su nivel sí se ha prolongado en el tiempo. El equipo que no sabe crear colectivamente necesita de dinámicas positivas, del creer que su opción llegará –el que tiene calidad para crear no tiene esa necesidad de creer porque sabe que llegará–, de la inspiración individual o de visualizar una meta que le permita seguir apretando los dientes, elementos todos estos que, o son intermitentes o tienen fecha de caducidad. Cuando esta magia se diluye, la depresión de saber que no vas a crear nada se va haciendo una bola inmensa que pudimos ver en el último Chelsea de Mourinho la temporada pasada o en el Leicester de la presente, incapaz de enfrentar la adversidad (de los 8 partidos que ha empezado perdiendo ha empatado 1 y ha perdido 7). Pero Simeone se podía permitir esto por su capacidad superdotada para crear auténticos bunkers defensivos, para aportar matices al juego que decantan resultados –dominio del balón parado, del juego directo, de la dirección de campo, etc– y para abducir a unos jugadores que colocaron en el cielo el umbral de concentración, optimismo y lucidez.
Y es que si miramos los equipos que han tenido un recorrido ganador en el último lustro todos comparten jugadores asociativos y creativos en el carril central que permitían dañar en ataque organizado (Bonucci, Pirlo, Hernanes o Pjanic en la Juve; Piqué, Busquets, Iniesta, Messi en el Barça; Ramos, Modric, Kroos, Benzema en el Madrid; Boateng, Xabi Alonso, Thiago, Hummels en el Bayern; el triángulo Motta-Verratti-Matuidi más Ibra en el PSG, etc.), fase del juego que cualquier grande está obligado a dominar ante la tendencia del pequeño a protegerse. Pasa que el Atlético era un grande que seguía negando serlo porque sentirse pequeño era precisamente lo que le permitía ser grande. Aquello que le decía el Cholo a Maldini sobre el Madrid en aquel fantástico ‘Asado Reservado’: “El día que nos creamos mejores que ellos nos meten cuatro”.
La obra de Simeone en el Atlético toca a su fin. Tras la final de San Siro quizá creyó haberla acabado: el Atlético ya era un gigante europeo a todas las luces y el inventario de la herencia que ya es seguro que dejará contaba un método de trabajo, un hábito de ganar, un núcleo duro de jugadores temidos en Europa y una camada de jóvenes con la mili hecha de forma precoz a las puertas de hacerse hombres. Pero necesitaba una campaña más, un tiempo extra para asegurarse de que su obra sobreviviría al autor. Y como esa forma de ser grande basada en la ilusión y la ambición del que es pequeño solo la podía sostener Simeone, el Cholo asumió el ascenso de estatus del club, cambió el discurso y empezó a preparar el terreno a su sustituto del futuro, que ya no cogerá un club con el eterno objetivo de asaltar el altar de Madrid y Barça, sino que deberá convivir en él. La contundencia del mensaje en la previa del derbi definía su pensamiento: “Hubo mucho tiempo que fueron mejores y hoy competimos a la par que ellos”.
Empezar a trabajar desde el balón le permitía a Simeone fijar un horizonte hacia el que caminar, renovar alicientes, elevar el techo de sus mejores futbolistas, alejarse de lo previsible en competición y seguir explotando sus propios límites como entrenador. Esos que aún no se adivinan. Podría haber hecho lo que España en el Mundial de 2014: mirarse al espejo para recordar lo guapo que es su Atlético, pensar que haciendo lo mismo de siempre se obtendrán los resultados de siempre –como si no hubiera un rival enfrente que no deja de estudiarlo para minimizar sus virtudes y ahondar en sus debilidades–, renunciar a reinventarse y dejarse llevar por la inercia. Pero a Simeone le sobra talento y valentía para seguir creciendo.
El mérito de romper con sus patrones futbolísticos pasando de jugar con mediocentros defensivos especialistas a hacerlo con Koke y Gabi, de abandonar los centrocampistas de banda para usar extremos de desborde como Carrasco, de armar un ataque organizado con creaciones propias –Koke mediocentro, Filipe con funciones de interior, Griezmann haciendo de Messi… esos jugadores combinativos que los grandes tenían y el Atlético no– no hablan más que de un tipo que seguirá evolucionando en torno al resultado de sus contradicciones. Este fútbol exige otra manera de encontrar el orden y esa será la gran prueba de fuego para Simeone. A mayor complejidad en el ataque, mayor desorden, más gente por delante del balón y mayor riesgo. Además, los componentes del doble pivote actual (Koke-Gabi) no tienen interiorizados los registros defensivos propios de un mediocentro posicional puro y esto también penaliza la solidez. Son hándicaps que solo el diseño de una estructura adecuada puede hacer desaparecer. El proceso no será fácil y el aprendizaje tendrá un coste, pero el primer cuarto de hora de la segunda parte del derbi debe cargar de argumentos a la defensa de una propuesta acorde a la dimensión actual de este Atlético.
* Alberto Egea.
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