"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Te quiero, te quiero. ¿Quieres bailar la última vez? ¿Quieres besarme? ¿Quieres volver? Tales proposiciones bien podrían pasar por una célebre sonata de Hombres G, así lo escribieron ellos, pero también casaría rigurosamente con la historia actual de España con la Copa Davis. Competición exigente, a veces injusta, un lugar donde solo es posible caminar si lo haces bien acompañado, empujado por tus coterráneos y el impulso de tu hinchada. Conexión eminente que dieron sus frutos para una Armada que llegó a disputar cinco finales en cuatro años, levantando tres coronas de la divina cosecha. Tan alto escalaron que le pusieron límites al cielo, obligados a caer en picado hasta las orillas del infierno. Dos temporadas en cuarentena para reflexionar, experimentar y regresar a la élite han sido más que suficientes para golpear el tarro de las esencias y asimilar que este viaje sin compromiso no lleva a ningún puerto. Hoy el honor respira tranquilo, aunque estuvo gravemente herido. El respeto, impagable en un deporte como el tenis, parece estar desandando hacia nuestra banda. Pero, ¿y el título? ¿Qué pasa con la Ensaladera? ¿Se puede volver a ganar?
Si el Bugatti Veyron es capaz de alcanzar los 100km/h en menos de tres segundos, España hizo lo propio pero al sentido inverso, gripando el motor. Fueron tres salidas y a cada cual más aciaga. La tortura comenzó en Frankfurt durante el enero de 2014. Era el decimoséptimo curso consecutivo que los nuestros arrancaban su camino en la Copa Davis dentro del Grupo Mundial, es decir, con la Ensaladera como objetivo. Tocó viajar a Alemania donde nos esperaba un equipo con el cuchillo entre los dientes y los de Moyá, capitán por aquel entonces, en horas bajas en cuanto a balas. Fue un contundente 4-1 que nos enviaba al play-off de septiembre, a la arcilla de Sao Paulo para medirnos a Brasil por un puesto en la élite apenas unos días después de que finalizara el US Open. El rival no era el más duro sobre la pista pero las condiciones, pese a tratarse de tierra batida, no nos sonrieron como de costumbre. Hubo hasta una bola de eliminatoria con Pablo Andújar sobre la arena, pero se escapó. Igual que se escapó una serie que descendía a España a la Segunda División (Grupo I) 18 años después. La condena se prolongaría todavía un episodio más en 2015, el del verano de Vladivostok, donde el conjunto ya liderado por Conchita Martinez se iría el viernes a descansar con 0-2 a su favor ante Rusia para luego despertar el lunes con la amenaza de la Tercera División (Grupo II) en su horizonte. Cuesta abajo y sin frenos, parecía que aquello ya no había quien lo recondujera.
Pero se hizo. Hubo que pasar por chapa y pintura además de otorgar plenos poderes a la nueva conductora, Conchita, capaz de reunir de nuevo a las mejores espadas para la causa. La remontada, al más puro estilo futbolístico, comenzó en Dinamarca con todos los fantasmas plantados en primera fila y su voluntad de amedrentar al mismísimo Rafael Nadal ante el número 800 del mundo. Hubiera sido sin duda la autodestrucción más voraz nunca antes vista, pero se impuso la lógica (4-1). Igual que un año después en Rumanía (4-1), donde España se enfrentaba a su tercera serie consecutiva bajo la frialdad y fugacidad del cemento bajo techo. Se habían dado ya dos pasos a lo largo del túnel, faltaba rematar el ascenso en la India, ante un equipo casi amateur aunque liderado por una leyenda como Leander Paes. Allí, en la tercera eliminatoria seguida fuera de casa, tampoco saltó la sorpresa (5-0). El diagrama que a punto estuvo salirse del folio la temporada pasada corregía su dirección para reinstalarse en el renglón adecuado, respetando cada uno de los márgenes. Fue necesario un lavado completo de ilusiones, un borrón y cuenta nueva, recuperar esa ambición que solo un orgullo malherido supo reactivar.
Si nos colgamos de lo básico, la síntesis es evidente: cuando van los buenos, España gana. ¿Pero y qué pasa con Bautista? ¿Qué pasa con Robredo, Feliciano o Andújar? ¿No son buenos? Todos saben lo que es tocar el top50, varios el top20, alguno incluso el top5. ¿No son válidos? Tenemos la mayor camada de jugadores dentro del top100 desde hace un lustro y, sin embargo, parece que todavía sufrimos Rafadependendencia. Puede que Nadal sea necesario para pelear por el título pero, ¿era racional asomarse a las vergüenzas de la Tercera División? Durante estas dos temporadas han vuelto a pasar por la escena, prácticamente todos los personajes seleccionables del guión, dando unos resultados inestables al principio e infalibles al final. Todo ello, sin enfrentarnos a las grandes potencias, sin medirnos a selecciones que cuenten con cuatro bazas donde elegir dentro del top20 o, ‘sencillamente’, casi quince hombres dentro de los cien primeros del mundo. ¿Qué ocurrirá cuando nos plantemos ante Francia, Argentina o Estados Unidos? ¿Ha sido este escarmiento fruto de la ausencia de compromiso o debido a la incapacidad de competir? Igual estamos llegando al final del camino y los nuestros ya no están para bailar toda la noche. O igual se reúnen los mejores de nuevo en 2017 y arrasan a quien se ponga por delante.
Y detrás de todo el estruendo, de las grandes decepciones y de las palizas a domicilio a modo de reconciliación, se encuentra una mujer que fue alistada en el momento más tenso del combate. Alguien que acudió a la llamada de socorro de un país que se hundía sin respuestas. Conchita Martínez, el quid de la cuestión. En ella se concentran las aptitudes más preciadas por un jugador: conocer, escuchar, dialogar e interpretar. Y por supuesto, el mayor superpoder de todos: el de convocar. A sus órdenes regresaron pilares fundamentales como Rafa Nadal o David Ferrer. Bajo su mandato se evitó la decadencia y se reconquistaron los triunfos. Su trabajo no admite un solo ‘pero’, rápido y efectivo, tanto que ya se barajan ciertos nombres (Juan Carlos Ferrero con más fuerza que otros) para recoger su enorme y ¿caduco? legado. Croacia ya espera el próximo mes de febrero (3-5), quién sabe si vestido de campeón. Otra vez fuera de casa y otra vez con la resaca del Open de Australia. Lo más difícil ya está hecho, es momento de confirmar que este salto no se ha dado en vano. ¿Es por tanto el objetivo levantar la sexta Ensaladera? No lo creo. El desafío se traduce en olvidar las cinco ya conquistadas. Redimirse de lo que un día fuimos y recuperar esa magia que únicamente la Copa Davis posee. Una última reunión, un último intento con el simple y básico pretexto de disfrutar, de bailar de nuevo con la gloria y sentirnos inmortales. Volver a enamorarse de la que en su día fue nuestra novia más fiel. Que suene la música.
* Fernando Murciego es periodista.
Twitter: @fermurciego
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