Ya está. A Mourinho se le trajo justo para lo que ocurrió anoche: poner al Barcelona del revés como a un guante, darle la vuelta a lo que venía ocurriendo durante los últimos años cada vez que merengues y culés se juntaban. El punto lo cogió en la vuelta de la Copa del Rey de 2012, cuando el Madrid sacó un empate a dos en el Camp Nou después de perder en la ida con los goles de Puyol y Abidal. Esa noche los blancos jugaron sin complejos, llegando a igualar el 2-0 con el que el Barça se fue al descanso. Semanas antes, los de Guardiola habían ganado el partido de ida de Liga por 1-3 sin muchos aspavientos, sometiendo al Madrid en el Bernabéu con tranquilidad, como era costumbre. Sin embargo, por aquella época -en realidad, ya en la final de Copa de 2011- Cristiano comenzó a desperezarse de cara al tanto. No es un detalle cualquiera pues en los primeros embates, cuando peor lo hacía el Madrid, el 7 encallaba una y otra vez en su particular bloqueo. El equipo subió entonces a la cuádriga de la que tiraba el delantero portugués como un desesperado mientras, gol a gol, les mostraba el camino. Convencidos, saltaron todos a la arena e hicieron suyo el coliseo. Primero en Liga (1-2) la temporada pasada, después con la Supercopa y ahora lo de ayer. Mou ha desterrado el sentimiento de inferioridad que se apoderaba del equipo durante los Clásicos y se lo devuelve a los culés -está por ver si lo aceptan-, que hace no mucho pescaban en esa piscifactoría que era Chamartín.
Por otra parte, la sensación (si es que tiene algún sentido hablar de sensaciones) es que con Tito en Barcelona esto (1-3) no hubiese pasado. No digo que el Madrid no se llevara la eliminatoria, sino que el Barça habría vendido mucho más cara su piel. Lo que demuestra que no es fácil dirigir un equipo por muy lleno que esté de futbolistas fabulosos y comprometidos: tarde o temprano el grupo se destensa.
“La historia avanza en círculos”, bramaba sorprendida Úrsula Iguarán, que anoche se le puso cara de Jordi Roura cuando éste, supersticioso, rompió a hacerse cruces en el banquillo mientras comprobaba asustado lo implacable de la máxima, que ya cerraba otra vuelta completa. Lo del eterno retorno es tan cierto como que el Barça a día de hoy no decide cómo se juega cuando tiene enfrente al Madrid, más bien al contrario. Todos los males que otrora arrastraban los de Mou aquejan hoy a los de Tito, que fue marcharse a Nueva York y comenzar a enfriarse la plantilla hasta quedar convertida en algo tibio. Solo Iniesta, siempre al dente, carbura. Messi no marca y Cristiano lo hace a pares. Durante las tres primeras temporadas de Guardiola al Barcelona le alcanzaba con presentarse y menear un poco el árbol para que cayese toda la fruta, a la manera de Omar Little. El fútbol culé engullía a los blancos como una ola de alquitrán. Ocurre ahora al contrario, son los blaugranas los que terminan enzarzados en medio de los planteamientos de Mourinho. Antes parecía que al Barça le encajaba perfecta la réplica del Madrid: se agudizaban las virtudes culés al tiempo que desparecían sus defectos. Y viceversa. Ahora los blancos mejoran con la apuesta del Barcelona. Y viceversa.
* Jorge Martínez es periodista.
– Foto: Ángel Martínez (Real Madrid)
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