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El Chile de Sampaoli: un equipo que juega como ninguno

por el 11 marzo, 2014 • 23:26

Era el comienzo del año 2013. Con partidos amistosos ante Senegal y Haití, el seleccionado nacional de Chile iniciaba una nueva era bajo el comando uno de los entrenadores relativamente más desconocidos y fascinantes de Sudamérica: Jorge Sampaoli. Una de sus características más reconocidas en el medio local chileno son sus constantes paseos hacia arriba y abajo dentro de su área técnica, recorridos parecidos a uno de esos juguetes que funcionan con baterías aparentemente inagotables, y esos recorridos se empezaban a hacer famosos internacionalmente.

Durante esos primeros partidos el árbitro de turno ya se daba cuenta asimismo de otro de los elementos de su personalidad. Sampaoli ocupa gran parte de su tiempo comunicándole sus puntos de vista a quien arbitra. Con relativa frecuencia ha sido expulsado por reclamos excesivos y es legendario un episodio al principio de su carrera en un partido dirigiendo a un equipo amateur de la Argentina, el Alumni de Casilda, su ciudad natal, cuando reaccionó a su expulsión del encuentro yéndose fuera del estadio y subiéndose a un árbol para desde ahí ver el resto del partido ubicado en una posición privilegiada.

Pero Sampaoli no pretende ser el actor principal del espectáculo, pues su intención es que sus equipos sean las estrellas, los que protagonizan la puesta en escena. Para muestra, su capacidad para dirigir a la Universidad de Chile, logrando éxitos memorables y coronándose campeón de la liga chilena tres veces seguidas y de la Copa Sudamericana del 2011 (equivalente a la Europa League) practicando un fútbol cuya calidad aún se recuerda.

Es este el foco principal de los esfuerzos de Sampaoli. El entrenador argentino hace que sus equipos jueguen como nadie lo hace hoy en el mundo. Sampaoli busca presionar al equipo contrario en su propia mitad del campo de juego, la que ocupa el oponente nominal en base a un juego de alta energía, presión constante, recuperación y manejo inteligente del balón e intensidad para generar fútbol ofensivo. Ese estilo es derivado del de su mentor intelectual, Marcelo Bielsa, quien pudo clasificar a Chile al mundial de Sudáfrica 2010.

Bielsa tuvo que sufrir mucho curiosamente cuando estuvo al mando de la selección Argentina, ya que el énfasis en la velocidad de juego a menudo lo puso en conflicto con aquellos puristas más acostumbrados a la nuestra, el juego que se basaba en jugar la pelota al pie del jugador y con mayor lentitud y precisión. Se confunde en cualquier caso esa intención de Bielsa con su supuesto rechazo dogmático a la presencia en sus equipos de Juan Román Riquelme, un jugador de los de antes al que Bielsa y su estilo moderno no aceptaban del todo según se argumentaba.

En Chile, Bielsa no encontró tal resistencia. Se dice, y con razón, que el fútbol chileno nunca ha tenido una identidad bien definida, un estilo de juego reconocible. Se ha copiado y mal el estilo brasileño, el uruguayo y el argentino sin mayor éxito. Bielsa llegaba a un sitio donde había suelo fértil para que plantase las semillas de su visión derivada de la escuela holandesa y el Ajax de Louis van Gaal.

El estilo bielsista que se funda en el uso de extremos, por ejemplo, fue muy bien recibido por los aficionados. Chile produce un número importante de jugadores rápidos y no tan grandes físicamente aptos para ocupar las bandas y ensanchar los ataques propios, ideales para ejecutar la formación tradicional 3-3-1-3 que emplea Bielsa. Un punto que resultaba curioso a los observadores en todo caso era la predilección de Bielsa por Jorge Valdivia, talentoso volante creativo a la Riquelme al que Bielsa consideraba valiosísimo en sus esquemas, lo que habla de la flexibilidad ideológica del entrenador rosarino.

Bielsa, como es sabido, partió de Chile por diferencias fundamentales con la nueva directiva que asumía los destinos del fútbol chileno a comienzos del 2011. Sin embargo, dejaba como legado un campeonato local lleno de clones Bielsa (Eduardo Berizzo) o declarados discípulos como Sampaoli. El reemplazante inmediato de Marcelo Bielsa en el seleccionado de Chile, Claudio Borghi, no estaba entre ellos. Era una elección perfectamente lógica en el papel, o eso era lo que decían los directivos locales, pues era también argentino, pero culturalmente un chileno más y un miembro de la plantilla que obtuvo el Mundial de 1986 en México. Borghi había trabajado con éxito en el fútbol chileno de clubes y dirigido a muchos de los jugadores que Bielsa había seleccionado para el equipo nacional.

Borghi también demostraba un compromiso firme para atacar y utilizar una línea defensiva compuesta por tres hombres. Pero donde su antecesor prefería una presión alta, Borghi retrasaba su línea defensiva mucho más cerca de su portero. Si bien esto en teoría les daba más espacio a sus jugadores talentosos para explotar la rapidez de los atacantes jugando al contragolpe, le permitía al mismo tiempo a los rivales de Chile atacar con gran peligro y muy cerca del portero chileno.

El principal problema de Borghi fue su falta de control y liderazgo sobre los jugadores chilenos. Una de las estrellas de Chile, Arturo Vidal, de la Juventus, había sido expulsado dos veces jugando en partidos seguidos. A pesar de todo, y tras seis jornadas clasificatorias, Chile acumulaba doce puntos y encabezaba la tabla de posiciones en la zona sudamericana para llegar a Brasil 2014. Las alarmas se encendieron en las dos derrotas sufridas ante Argentina y Uruguay en las que Chile encajó un total de ocho goles, señal de que algo no caminaba del todo bien.

La tendencia a conceder goles se repitió en el 2012 y Chile fue derrotado 1-3 ante Colombia en Santiago, 3-1 ante Ecuador de visita y en casa 1-2 ante Argentina, tres derrotas consecutivas que dejaban a Chile fuera de las plazas de clasificación. Junto a estos tres reveses se unieron derrotas en partidos amistosos –0-3 ante el mismo Ecuador y 1-3 ante Serbia en noviembre del 2012–, tras la cual Borghi fue despedido sumariamente en el vestuario chileno por el presidente de la asociación local.

Llegó así Jorge Sampaoli, que rompió con el modelo aplicado por Borghi y que combina la filosofía de Bielsa con un profundo conocimiento del fútbol de Chile a nivel de clubes, quizás su única coincidencia con el entrenador entonces despedido. Combinar la filosofía de Bielsa con sus ideas propias es lo que ha hecho a Sampaoli obtener reconocimiento internacional. Emplea cuando es necesario un sistema 3-4-1-2, por ejemplo, y quiere controlar la posesión del balón si es posible.

Lo que a Sampaoli le resulta innegociable como a Bielsa es la idea de que la mejor manera de vencer al rival de turno es ser protagonista, atacar e imponer los términos propios durante el partido. Chile juega como no lo hace nadie, y a pesar de alguna derrota circunstancial los hombres de Sampaoli hacen que los adversarios se muestren muy torpes e inferiores al juego superior del equipo chileno, algo que ha provocado que el modelo sampaolista se haya ganado el aprecio y apoyo irrestrictos del aficionado chileno y de observadores neutrales.

* Raúl Vergara.




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