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"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry


Frederic Porta / Santoral / Firmas

Anda, si juegan como Panizo…

por el 16 marzo, 2012 • 17:21

Cierto día no muy lejano, el editor Jorge Herralde regresó feliz a su infancia para certificar ante el cronista la fenomenal huella que la gira de San Lorenzo de Almagro había dejado en Les Corts y San Mamés. Nunca repuesto por aquella impresión infantil, sellada a finales de los 40, Herralde soltó de carrerilla los once nombres de aquel equipo que enseñó la manera, moderna y técnica, de jugar al fútbol a la España autárquica, encerrada entre cuatro costas y el propio ombligo. En Bilbao, según escribió Patxo Unzueta, la sorpresa fue similar y colectiva: “Anda, si juegan todos como Panizo”. Interior en la venerada delantera de los Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza que aún debe actuar como quinteto de ángeles de la guarda cuando los cachorrillos locales ruegan protección a los cielos, José Luis Panizo se ganó gracias a la visita de los virtuosos argentinos una suerte de bula o dispensa papal. Hasta entonces, tamaño contraste entre su toque y la garra expuesta por el resto del tropel le había, literalmente, amargado la existencia. La grada confundía saber con indolencia. Por fin, se les había caído la venda de los ojos.

Venga a cuento la jugosa anécdota por la conexión realizada ente el Athletic de Bielsa y lo mejor de su leyenda, de cuando media España se reconocía seguidora fiel y la otra mitad situaba a los leones en segundo lugar de sus preferencias. El cliché siempre les limitó el estilo, como pesada losa, al grito de Belauste en Amberes, aquello del a mí, Sabino, el pelotón, que los arrollo. Furia, empuje y déjese usted de violines, que a fútbol juegan los hombres. Venga ya. Ese tópico ha dañado al club de los once aldeanos, otra etiqueta de añejos tiempos, sin brindarle a cambio ninguna ventaja. Cierto que San Mamés, como Atocha, por causas climatológicas y de riego humano, halló comodidad entre fango, lluvia y pesadez con la que limitar el virtuosismo ajeno para potenciar el propio físico, pero al público vasco, fiel a lo que le echen mientras vista a franjas, nunca le gustó esa limitación, tan presente en las dos últimas ligas pese al éxito obtenido. Lo de su gusto por el fútbol directo es otra leyenda urbana más, en absoluto empírica.

El actual Athletic conecta con la esencia de los Carmelo, Iribar o Lezama bajo el arco, personificada hoy en el estupendo Gorka Iraizoz, porteros de clase que vestían de negro o azul oscuro para dar el lúgubre pésame a los delanteros adversarios. Con balas del corredor como Gainza o Gorostiza. Con gente de chaqué como Fidel Uriarte, Rojo o Estanislao Argote, un centrador al que aún estamos a tiempo de revindicar en su justa y notable valía. Con pillos tipo Dani o Manolo Sarabia, hábil incluso para disfrazar sus carencias, esas que enloquecían al Clemente entrenador, un ex organizador de postín que luego, en el banquillo, traicionó la praxis de las virtudes que le hubieran encumbrado de no mediar la aciaga tarde de su grave lesión en Sabadell.

Por denominador común, centenares de guerreros, correos, esforzados del balón o similar, tipo Sáez, Orúe, Zorriqueta, Larrauri, Aguirre, Argoitia, por citar apenas la media docena, nacidos para respaldar el talento que ahora aúna Bielsa tras treinta años largos de espera. No concibo que el Athletic marche según las cosechas cuando sus características y principios en la apuesta irrenunciable por lo propio debería empujarle a cuidar la alta tecnología en su cantera mucho más aún que el Barça, por citar la evidencia, para dotarle de un nexo común desde el primer biberón y hacerla llegar arriba con garantías de toque exquisito. Como está pasando ahora, vamos.

Repasen el equipo que ha dado un repaso al United y, de paso, un alegrón de comportamiento y estilo a los románticos de esta pasión. Vale que corren como condenados a muerte en pos del indulto, que presionan como el agobio de los plazos de la hipoteca por pagar, que lucen ficticio cuchillo de abordaje ente dientes, pero eso los ha salvado de la quema durante sus múltiples travesías del desierto, tan cíclicas como constantes. Por tanto, cuando descubren a sus Panizos generacionales, los seductores del esférico, se les abre el cielo en correspondencia. A ver, Iraola es de seda; Javi Martínez ni sabe dónde anda su techo; Iturraspe, el clon norteño de Busquets tocándola igual; Ander Herrera enlaza con la mejor tradición de interiores visionarios; el maratoniano De Marcos conecta con los trotones que despistan por saberla poner; Muniain es pólvora que deja reguero de mecha allí donde pisa y Llorente, vaya, Fernando, es Llorente, el ariete por el que cualquier club, el suyo o el mío, pagaría gusto y ganas, aunque sólo fuera para cambiar el ritmo de los partidos, verle saltar a por el remate y fotografiar, de paso, la cara de susto que se les queda a los centrales, habitualmente tan arrogantes, cuando se les planta enfrente.

Ahí hay Panizos para dar, vender y regalar. Lo extraño es haber esperado 35 años hasta cosecharlos y más chocante aún, que los feligreses del Bocho no exigieran su aparición mucho antes porque no les identificaba vestir cómo vestían, bajo piel de troglodita, patadón arriba y a ver quién es el guapo que la caza y convierte, si Pichichi tiene a bien iluminarle. Lleguen hasta donde lleguen, ojalá esta campaña de ensueño les sirva para abrir amplio debate sobre las auténticas señas de identidad. Que son Panizos y no rudos y esforzados británicos que patean cueros a finales del siglo XIX, todo sudor y poca materia gris al servicio de tan insigne religión laica, aldea de Astérix trocada en balompié. Bielsa ha sublimado el estilo peleón que allí encanta, haciéndolo compatible con la resurrección de la técnica y el gusto, casi olvidados al aparecer poco por su escaparate.

Ahora que resurge la pasión por el rugido del león, dénse cuenta que ha asistido con nota a clases de bel canto. Aparquen ya el brío y que pasen de nuevo los artistas, esos que casi se extinguieron a partir de la década de los 80. Treinta años de espera hasta reencontrar el sendero que lleva a la aldea, de camino a casa. El caserío que siempre fue de José Luis Panizo. Que los guerrilleros la okuparan durante décadas, simple guiño de un destino burlón. Bielsa ha desempolvado los mandamientos ortodoxos. Gane o pierda a partir de ahora, lo suyo es de un mérito descomunal, bien lo certifica Ferguson.

 

* Frederic Porta es periodista. En Twitter: @fredericporta

– Fotos : MiAthletic.com – Athletic Club




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