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Protagonistas / Historias

Eterno gato con alas

por el 3 julio, 2013 • 21:56

Plongeon

Segundo encuentro en el Mundial de Brasil’50. Guillermo Eizaguirre no había estado fino en el choque inaugural y la prensa presiona para que Antonio Ramallets, convocado como tercer portero de la selección, debute en tan magno evento. Gana España por 2-0 a Chile, estupendo estreno el suyo. Durante el choque, Ramallets vuela de poste a poste hasta atajar, espectacular y en plongeon estéticamente perfecto, el remate de algún adversario. Parada para el fotógrafo, cómo se decía entonces. Matías Prats, a cargo de la transmisión radiofónica, le bautiza en un momento de inspiración como El gato con alas, síntesis antropomórfica de sus cualidades bajo palos. Le quedará el remoquete para la posteridad. También será El gato de Maracaná o O belho goleiro, como le apodan los periodistas del país anfitrión vista su percha. Estilizado 1,81, frondoso cabello negro, cuello en pico, la camisa blanca siempre bien planchada debajo, una especie de Beau Brummel, epítome de la elegancia, dignísimo sucesor en porte de aquel Ricardo Zamora al que los contemporáneos apodaron El Divino, entre otras virtudes, por defender los arcos hecho un pincel, como si acudiera a una fiesta de postín. Tal vez por idéntica asociación de ideas, Antonio Valencia, la venerada pluma de aquel Marca, escribió que le había parecido asistir a la reencarnación de Zamora, treinta años después. En Maracaná arranca y se consagra la fantástica trayectoria de uno de los mejores arqueros de la historia, a quien alcanzar la fama no resultó, precisamente, pan comido, ni muchísimo menos. Desde entonces, la prensa satírica dedicada al deporte, representada por el añorado Once forjado en la fecunda imaginación del dibujante y escritor Valentí Castanys, heredero de aquel tremendo Xut! de preguerra, dibujará a Ramallets alado, en vuelo constante por los aires, fija la caricatura para siempre a ojos de sus admiradores, contemporáneos o posteriores.

Antonio Ramallets, para siempre Antoniu aunque el catalán normativo dictamine Antoni, cumple en este arranque de julio 89 años de edad y bien merece que le soplemos las velas del reconocimiento entregado a su figura, a su proceder, a su enorme personalidad, ese carácter a veces levantisco, siempre entrañable, que le convirtió en futbolista distinto entregado a la causa más peculiar de su deporte, ésa de guardar tres palos en solitario sin queja por lo ingrato de la tarea encomendada. En la odiosa comparación, Ramallets ha sido el mejor portero en la historia del Fútbol Club Barcelona hasta la irrupción del único que puede discutirle el honor, Víctor Valdés, aunque el actual es fruto de la postmodernidad aplicada al puesto y Ramallets sea todo un clásico.

Primer pla

Ramallets nació en el barrio barcelonés de Gracia y eso, por sí solo, ya imprime carácter y distinción. Como es ya inveterada costumbre de aquellos tiempos, le echó el ojo encima un tal Pepe Samitier, el director técnico culpable de haber reforzado la causa blaugrana con lo bueno y mejor de todo el mundo, viniera la distancia del talento medida a palmos o por lejanía de continentes. Los primeros pasos del personaje en el mundo del balón más bien se antojan vía crucis. No realizó camino directo desde el escapulado Europa hasta la catedral de Les Corts, ni muchísimo menos. El suyo resultó tortuoso recorrido. Primero, el servicio militar en la Marina, iniciado en Cádiz, de donde fue trasladado por méritos deportivos a las Baleares y pudo debutar entre los buenos defendiendo al Mallorca. La mili de entonces en Marina era la peor con distancia por lo prolongado del servicio, tres años enrolado y sin rechistar. De vuelta a Barcelona, un muro consagrado por delante, de altura descomunal, provocó su cesión al Valladolid, equipo entonces en Tercera División. La pared que le impedía prosperar se llamaba Juan Zambudio Velasco, cancerbero murciano conocido por su segundo apellido y hoy apenas recordado a pesar de su incuestionable categoría. Velasco, con doce temporadas al servicio del Barcelona, fue el primer gran guardameta de la posguerra, el hombre que fijaba atrás la confianza donde delante perseveraban las tropas capitaneadas por el César local, Rodríguez, el apodado Pelucas. Ganador de dos ligas consecutivas, Velasco no soltaba la titularidad ni a tiros, ni siquiera ante la calidad y empuje de la flamante promesa, que ya iba entrando en años sin catar responsabilidad en la plantilla azulgrana.

Hasta que un desprendimiento de retina sufrido por Velasco en Vigo le abrió las puertas del once titular, ya con 24 años. A partir de ahí, nace la era Ramallets en el Fútbol Club Barcelona, primero erigido en valladar de Les Cinc Copes, luego discurriendo por la fantástica década de los 50 y cerrada de sopetón tras la desgraciada final de Berna, cuando El Gato, ya veteranísimo, fue crucificado por la crítica, convertido en chivo expiatorio de la derrota a causa de dos goles encajados en tarde poco afortunada. En el primero del Benfica, Ramallets se hizo una parodia de autohomenaje. Fue a por uvas, tal y como la paciente parroquia barcelonesa describía irónica sus habituales salidas mal medidas, constante borrón en su, por otra parte, inmaculada hoja de servicios. En descargo cabría recordar que, en aquel entonces, los porteros no abandonaban la línea de los tres palos ni ante la presentación de algún auto judicial de carácter imperativo. A ellos se les pagaba y aplaudía por mantener la red virgen, sin moverse apenas, a base de blocar, despejar, sacarlas y diccionario de sinónimos consustanciales al puesto. Como mucho se daban una carrerita para poner el puño a algún centro con mala idea y basta, de vuelta corriendo al hogar.

Ya retirado, Ramallets se hartó de predicar en didáctica para que advirtiéramos la formidable evolución experimentada durante el último medio siglo. Ahora, las nuevas generaciones de guardavallas están obligadas a cubrir mucha mayor porción de territorio, a lucir con los pies cuando antes sólo miraban sus manos y deben resolver los aprietos que durante años caracterizaron la labor del líbero, amén del largo etcétera de cualidades y requerimientos ya sabido. Él se considera entre los adelantados a su tiempo en materia de movilidad, no siempre comprendida por los espectadores de aquellos días. En entrevista concedida a finales del pasado milenio, Ramallets hacía hincapié en otros apartados distinguibles en la progresión de tan sufrida especie: “Uno de los aspectos que más han cambiado es el de los materiales que utiliza el guardameta. Yo siempre jugaba sin guantes, a no ser que lloviera. Ahora, todos los usan porque los balones son plastificados y algo más ligeros, al igual que las botas. Todo ello hace que existan diferencias en cuanto a la forma de blocar o rechazar balones y también en la estabilidad sobre el terreno de juego”. Cierto, inapelable el razonamiento, de aquí que la zamorana sea suerte extinta o que sus personalísimos blocajes de vientre, encajando la bola contra el estómago, atenazándola con las dos manos, parezcan también hoy puro anacronismo. A nadie se le ocurriría ya, salir a cogerla con una mano, como hacía Amadeo Carrizo en River para deleite del personal. Ni tampoco un escorpión, salvo que seas René Higuita, paradigma de lo excéntrico.

Entre los mandamientos del buen guardameta, esos que no alteran siquiera tiempo o evolución, Ramallets citaba como virtudes eternas la valentía, concentración, visión del juego, buena vista, reflejos, anticipación, colocación, compenetración con la defensa y dotes de mando para ordenar al equipo a partir de la confianza que los compañeros depositen en tus capacidades y el carisma de líder que tenga a bien lucir el cancerbero. Con 14 temporadas en el primer equipo azulgrana, más de 500 partidos –número uno entre los anteriores a la década de los 80–, 35 entorchados internacionales de la época, 6 menciones como guardameta con menor número de goles encajados en liga –entre ellos, cuatro Zamoras, una vez oficialmente instituidos-, 6 Ligas, 5 Copas, 2 Copas Latinas, 2 de Ferias y otros títulos menores, cualquiera le discute a nuestro hombre autoridad moral para sentar cátedra y decidir qué hay que tener a fin de despuntar en el curioso oficio que eligió.

Antoniu puso el último seguro parapetado por varias generaciones de insignes defensas, como él nacidos en el territorio. En la derecha, por costumbre, le respaldaba Josep Seguer, otro eterno al que aún tenemos la suerte de contar entre nosotros. Por el centro, caudillos del área propia del nivel de un Gustavo Biosca, Brugué, Segarra, Rodri, Olivella y tantos otros. También, los Gracia, Flotats o quien se ocupara del lateral izquierdo según las temporadas, sin olvidar al talento foráneo incorporado, representado por los Garay o Foncho, ni las ayudas defensivas que pudieran brindar eternos secundarios, maestros de la brega en el centro del campo como Bosch, Gensana o Vergés. Delante, no vayamos a insistir nuevamente en ello, acompañaba una constelación de estrellas digna de la Vía Láctea. Mantuvo el cargo tanto si mandaba Miró como si lo hacía Balmanya, tanto si dirigía Herrera como le caía el muerto a Brocic, Plattkó o Puppo, cualquier entrenador sabía que el once barcelonista arrancaba en Ramallets seguido por diez más en la comparsa.

Cromo

El meta que estrenó entorchados internacionales al lado de los Gaínza, Zarra, Puchades, Basora o Parra, acabó con un paradón al mismísimo Uwe Seeler en su partido de homenaje del 62, ganado por el Barcelona 5-1 ante el poderoso Hamburgo de entonces. Entre las dulces críticas que algunos dedican a su peculiar carácter, citar las pocas puñetas para decir cuánto pensaba en cada momento, ausencia de diplomacia, cierta tendencia a gruñón… monsergas minúsculas ante la evidencia de una enorme humanidad y bonhomía. Cuentan sus próximos que el repaso de vivencias entre veteranos amigos siempre se animaba con la presencia de Antoniu, pozo inacabable de anécdotas, divertido en la revisión de los relatos, bien fuera para recordar que aún le debían 35.000 pesetas de prima por Brasil’50 como para recrear mímicamente el tremendo patadón que le propinó el mítico Schiaffino en uno de aquellos mitificados lances. Genio y figura, siempre colocó por delante en categoría al Barça de las Cinco Copas, para él superior al Dream Team de Johan Cruyff. Y no seremos nosotros quienes le llevemos la contraria, no se vaya a enfadar.

Felicidades, Antoniu, honor y reconocimiento de quienes no te vieron brincar ni atajar, pero saben de tu enorme categoría a través del legado de tus coetáneos, aquellos que procedían a sacarse el sombrero ante tu sola mención. Ramallets cumple 89 años convertido en superviviente de épocas mayúsculas, él mismo erigido en gloria a la que conviene agradecer, recordar y mantener la obligación moral de traspasar su hoja de servicios a las nuevas generaciones de seguidores, que deben conocer de qué pasta estaban hechos aquellos héroes, capaces de encarnar a inverosímiles gatos con alas en la memoria colectiva de un fútbol, de un tiempo, de un país.

* Frederic Porta es escritor y periodista.




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