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"Donde está la fuerza también está, en ocasiones, la debilidad". David Llada


Santoral / Historias

Fueron leyenda: Alcides Edgardo Ghiggia

por el 6 septiembre, 2013 • 11:43

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“No piensen en toda esa gente, ni en el ruido, no miren para arriba.

El partido se juega abajo…¡Los de afuera son de palo!”

(Obdulio Varela, capitán de la selección Uruguaya. Maracaná, 1950)

“Minuto 34 del segundo tiempo, Maracaná, 16 de julio de 1950, Pérez le cruza la pelota a Ghiggia, Ghiggia se le escapa a Bigode, avanza el veloz puntero derecho uruguayo, va a tirar, tira y gooool, goool uruguayo. Ghiggia tiró violentamente y la pelota escapó al control de Barbosa…” (Carlos Soler, relatando por radio el gol de Alcides Ghiggia).

En ese minuto, en ese momento, Alcides Edgardo Ghiggia pasaba a formar parte de una minoría selecta que trascendería el tiempo. Su gol haría callar a doscientas mil almas enfervorizadas por el juego y el deseo de ser campeón. Nunca un silencio gritó tan fuerte, el monstruo de doscientas mil cabezas fue dominado a golpe de empeine. Alcides Ghiggia marcaba el gol de la victoria contra un Brasil que solo necesitaba empatar. Ghiggia, junto con un elenco de elegidos, ponía la puntilla a un partido en el que solo ellos creían que podían ganar y aun así esa creencia estaba mediatizada por la magnitud del evento, la dimensión del estadio y la soledad manifiesta de un grupo de uruguayos que esperaba salir de allí airoso.

Salieron airosos y salieron campeones.

El partido final del Mundial de Brasil 1950 estaba listo para ser la gran fiesta del fútbol brasileño. Hasta ese momento, Brasil había arrollado a todos sus rivales y se presentaba como la gran favorita para llevarse el último partido y, por ende, el campeonato. Durante el primer tiempo el juego fue parejo y Máspoli, portero uruguayo, fue capaz de frenar con su actuación la finalización de las constantes acometidas del juego rival. Con parsimonia y paciencia, el once uruguayo trataba de limar como podía la diferencia de ímpetu y ansia que aportaba al partido el equipo brasileño. La paridad duró hasta el inicio del segundo tiempo.

A la vuelta de vestuarios, el equipo brasileño salió decidido a sentenciar el partido y en el minuto dos Ademir habilitó a Friaça, que de tiro cruzado batió a Roque Máspoli. Se iniciaba el camino hacia la victoria final, Maracaná era un estruendo y Uruguay vivía como aspirante el rugido de un país necesitado de ser campeón. El Negro Jefe, Obdulio Varela, lo entedió y parsimoniosamente agarró la pelota del fondo del arco y se dirigió hacia el centro del campo acaparando las miradas de todo el estadio. Su gesto frío buscó un sólo objetivo: evitar que el rival los desbordara. Emocionalmente, Brasil estaba espoleada por toda su hinchada, su juego arrollador necesitaba ser frenado, un gesto que hizo saber a todos sus compañeros. “Si no enfriamos el partido nos arrollan”, dijo el gran capitán. Y ante el griterío constante de miles de aficionados ansiosos, Varela asumió su papel de líder y acaparó toda la presión que no quería compartir con sus compañeros. El plan seguía su curso; si queremos ganar, demos balones a Ghiggia. Empezaba la revolución silenciosa de once futbolistas en campo extraño.

Pronto la suerte se puso de cara y, en un balón largo, Ghiggia se fue de Begoda y superó la cobertura de Juvenal; centró medido y allí Juan Alberto Schiaffino batió a Barbosa de tiro a la media vuelta. La gesta era posible, pero el resultado seguía siendo favorable al equipo brasileño. Faltaban 24 minutos para el final y la tensión se palpaba en el estadio.

Por fin, tras el juego impetuoso del equipo brasileño, llegó el momento determinante, el famoso minuto 34 que cada 16 de julio se rememora en Uruguay como el momento culminante de una generación que hizo un canto al fútbol. David venció a Goliath y, a partir de ahí, el delirio. Alcides Ghiggia abrió las puertas del paraíso para toda la banda oriental a la vez que hundió en el infierno al país vecino. Moacir Barbosa, condenado de por vida a sufrir la ignominia de la derrota; Flavio Costa, entrenador de la selección brasileña que nunca pudo borrar de su currículum tal afrenta. Brasil lloró, Montevideo entero invadió la Avenida 18 de julio y festejó el campeonato. Obdulio Varela no tuvo más que retirar de las manos de Jules Rimet la copa de campeones. En Uruguay todos preparaban las chauchas.

Alcides Edgardo Ghiggia nació en La Blanqueada, Montevideo, el 22 de diciembre de 1926, en el seno de una familia acomodada. Dio sus primeros pasos futbolísticos en el modesto club Institución Atlética Sud América de Montevideo. Inició su andadura en el equipo anaranjado en 1944 y comprometió su estancia hasta el 22 de abril de 1948, fecha en la que se incorpora a la disciplina del equipo de sus amores, Club Atlético Peñarol de Montevideo.

Al principio, debido a que llegó en período fuera plazo para formalizar su ficha con el equipo profesional, debió conformarse con participar en el equipo reserva, pero pronto demostró que su talento y enorme capacidad de desborde iba a ser necesaria en el equipo de Primera. De tal modo lo entendió el técnico húngaro Emérico Hirschl, que lo incorporó por delante de jugadores más veteranos como Britos o José Ortiz. De este modo, Alcides Ghiggia pasó a formar parte del elenco de Peñarol que conquistó los campeonatos uruguayos de 1949 y 1951, formando la afamada delantera conocida como la Escuadrilla de la muerte, junto a Hohberg, Miguez, Schiaffino y Vidal.

La escuadrilla de la muerte

La Escuadrilla de la muerte

Su plasticidad en la carrera y enorme potencial técnico hicieron de él el prototipo de extremo derecho rápido, habilidoso, con afán por gambetear y disfrutar del juego, y un centrador certero. Relevante es su primer paso al realizar el desborde y el cambio de ritmo, acción que solo los más finos gestores del balón son capaces de realizar. Los delanteros que recibieron sus pases nunca le agradecieron lo bastante su enorme capacidad para ejecutar esta suerte, y así lo hizo saber en varias ocasiones uno de sus beneficiarios, Juan Alberto Schiaffino.

Unido a su enorme talento para jugar al fútbol, Alcides Ghiggia demostraba una inmensa capacidad de resistencia y un sprint con el balón pegado al pie que hacía de él un jugador especial y diferente, temido y a la vez respetado.

Con Peñarol fue protagonista en el famoso Clásico de la Fuga, en donde su máximo rival, Club Nacional de Fútbol, decidió no salir a competir el segundo tiempo del partido por encontrarse en inferioridad numérica y perdiendo dos a cero. Se dice que decidieron no salir por temor a una goleada ante su máximo oponente. Ghiggia fue testigo de excepción de este capítulo histórico que se rememora en el recuerdo de la afición manya. La versión tricolor difiere en la medida que le interesa conservar su buen nombre.

La participación estelar de Alcides Ghiggia en la temporada 1949 le abrió la puerta de la selección uruguaya que participó en el mundial de Brasil en 1950. Ghiggia defendió los colores de la Celeste en doce ocasiones marcando cuatro goles, todos ellos en el mundial brasileño. Es uno de los poquísimos jugadores en la historia que ha marcado gol en todos los partidos de un mismo mundial.

A la vuelta de Brasil, con un Ghiggia convertido en icono del todo el país y referente del equipo aurinegro, Peñarol alcanzó el campeonato de 1951 y paseó por todo el continente el potencial imparable del equipo carbonero. En 1953, Ghiggia abandonó Montevideo para aventurarse en una travesía transoceánica y enrolarse en las filas de la AS Roma. Su fama, su condición de campeón del mundo y su inmenso talento despertaron en la capital romana y en el equipo giallorosso múltiples pasiones.

En su primera temporada en el equipo romano, Ghiggia jugó todos los partidos, marcando cuatro goles. En esta temporada a las órdenes del entrenador Mario Varglien, hasta el mes de noviembre, y de Jesse Carver, hasta final de temporada, sorprendió a todos los tifossi con un juego electrizante que hizo las delicias del Olímpico y sentó las bases de una futura relación de vino y rosas.

Su estancia en Roma se aderezó con una vida social intensa en la que mostró especial predilección por los coches, siendo el Alfa Romeo su marca preferida. Su importancia en el equipo se incrementó a medida que su vida se fue asentando en el ambiente nocturno de la ciudad eterna.

Con el paso de las temporadas, la participación de Ghiggia pesó más por su calidad que por la cantidad de partidos jugados, sus asociaciones con el delantero centro de cada temporada fue la nota predominante en el juego ofensivo del equipo. La asociación más conocida y fructífera se produjo junto al brasileño procedente de Botafogo Dino Da Costa, con quien se entendió a la perfección y posibilitó una rentabilización de goles y asistencias excepcional.

En la temporada 1955-56 la Roma quedó tercera en el campeonato italiano, con una delantera relevante dentro de la historia del equipo romanista: Ghiggia, Pandolfini, Galli, Da Costa y Nyers.

En 1957, Alcides Ghiggia debutó con la selección italiana y preparó la clasificación para el mundial de Suecia 1958. Su aporte al combinado trasalpino fue de cinco partidos y un gol, formando parte del único combinado que no pudo conseguir la clasificación para un evento mundialista hasta ese momento.

Ghiggia premaneció en la Roma hasta 1961, cuando su participación decayó hasta el punto de hacerle valorar la posibilidad de cambiar de aires. En ese ejercicio se proclamó con su equipo campeón de la Copa de Ferias al vencer al Birmingham City en una final a doble partido (2-2 en St. Andrew’s Stadium y 2-0 en el Olímpico romano). En su última temporada en el cuadro giallorosso compartió vestuario con su compañero y amigo Schiaffino. En total, durante ocho campañas completas, Alcides Ghiggia jugó 201 partidos y marcó 19 goles.

En 1962 fue traspasado al AC Milan de Nereo Rocco, con el que jugó cuatro partidos antes de decidir la vuelta a Uruguay con 36 años de edad. Allí extendió su carrera hasta los 41 años jugando para Danubio, demostrando que su longevidad futbolística estaba ligada no solo a su particular condición física sino a una excepcional calidad técnica.

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Gracias a la consecución del mundial de 1950, Alcides Ghiggia consiguió un trabajo en los Casinos de Montevideo, a través del gobierno uruguayo, del que se jubiló en 1990, además de una pensión vitalicia como reconocimiento a su labor y a su éxito en el famoso Maracanazo (Pensión Graciable).

Actualmente vive en Las Piedras, municipio cercano a la capital uruguaya, siendo el único superviviente de aquella mítica final, tras el relativamente reciente fallecimiento de Aníbal Paz, portero suplente de tan recordada selección.

Alcides Edgardo Ghiggia será siempre parte relevante de la historia del fútbol uruguayo, referente de una delantera mítica del Club Atlético Peñarol y un giallorosso de pro. Su incidencia en el fútbol profesional ha sido determinante en la referenciación de un puesto, extremo derecho, en el que sentó cátedra.

Alcides Edgardo Ghiggia, una leyenda viva del fútbol mundial.

“Algunas cosas del pasado desaparecieron pero otras abren una brecha al futuro y son las que quiero rescatar”

(Mario Benedetti)

* Alex Couto Lago es entrenador nacional de fútbol y Máster Profesional en Fútbol.

– Fotos: Sebastián2007




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